Le sacamos la cabeza de entre los cascotes y se puso a rezar

Tuvieron que decidir en un instante qué hacer, sin margen para sopesar las consecuencias que pudieran derivarse para su propia seguridad. En su caso, socorrer implicaba exponerse, sin más opciones. «Nadie está preparado para enfrentarse a un escenario tan dantesco», reconocen. De golpe se vieron rodeados de tinieblas. Al estallido le siguió un estremecedor silencio y, sin aplazamiento posible, empezaron los gritos, las llamadas de auxilio, los lamentos y los quejidos de dolor. Un pequeño grupo de vecinos decidió adentrase en el muro de polvo y humo siguiendo la ruta de las llamadas de socorro. Junto a ellos estaban los primeros policías que llegaron al barrio de La Villa. Juntos, agentes y vecinos, avanzaron hasta donde sabían que habían quedado sepultadas varias personas. Al final eran tres, pero podrían haber sido muchas más. Como una cordada suspendida en la pared del abismo, accedieron a la montaña de escombros y sacaron uno a uno a los heridos. Milagrosamente, aunque muy lastimados, estaban vivos. Unos minutos más y tal vez el balance hubieran sido funesto. Lo evitaron los héroes de La Villa.
José Manuel García Prado, Brian Menéndez y José Antonio Rubio son tres de los vecinos que el lunes, segundos después de la explosión que había hecho temblar a Mieres, se jugaron la vida entre los escombros para ayudar a quienes tenían la suya pendiendo de un hilo. Ninguno acepta la etiqueta de héroe, pero cuando empiezan a contar su vivencia es complicado despojarles de ella.
Prado vive unos 400 metros por encima del barrio de La Villa. Estaba en casa con su familia cuando el monte tembló. «Lo sentí tan cerca que pensé que había sido en casa». Tras reaccionar salió fuera y vio ascender la columna de humo. Fue de los primeros en llegar: «Según bajaba por la carretera me encontraba con chavales ensangrentados». Al llegar al lugar de la deflagración vio a dos personas enterradas. Una de ellas era la dueña de la casa, la mujer de 64 años que tuvo que ser trasladada a la Unidad de Quemados del Hospital de La Paz. De inmediato, toda la atención se centró en ella.
«Era la que parecía más grave. Estaba sepultada por varias piedras grandes y solo se le veían las piernas. Lo primero que intentamos fue liberarle la cabeza para que pudiera respirar», recuerda Prado. «Se quejaba mucho y movía las piernas. No fue fácil sacarla de entre los escombros, ya que quitábamos las piedras y teníamos miedo de ponerlas encima de otra persona». Al final, lograron extraer a la mujer a la superficie: «Nos dijo que se llamaba María y empezó a rezar». Prado afirma que sintió un cierto alivio: «Lo importante es que no estaba muerta. En ese momento no piensas con claridad. Fueron unos minutos, pero se hizo muy largo. Me dicen que la señora está muy mal y lo siento mucho, porque yo pensé que se recuperaría bien».
Mientras Prado y otra vecina socorrían a María, a unos tres metros de distancia y en una cota un poco más alta, José Antonio Rubio ayudaba a sacar de entre un amasijo de ladrillos y maderos a Quique: «Es un chaval de unos 22 años que conozco del barrio», explica este vecino. «Lo desenterramos y yo le acariciaba la cabeza. Le decía que aguantara, que ya llegaba la ambulancia. Tenía miedo de que falleciera». Este mierense percibe que asistió a «un milagro» y revive con horror aquellos duros momentos. «Me miré las manos y las tenias llenas de sangre. Cuando todo va pasando te sientes extraño y no sabes si al querer ayudar estás molestando». Nadie se atrevería a reprocharle algo así tras su actuación: «En la zona juegan muchos niños. Podía haber sido una masacre. Ahora toca recuperar ente todos el barrio de La Villa».
Brian Menéndez también se descolgó por los edificios en ruinas para ayudar: «El panorama era tremendo. No se puede describir con palabras. Las casas se caían y todo estaba lleno de polvo y humo», destaca. «Vi a unos vecinos subiendo entre los escombros buscando a su hijo. Fue une experiencia dura». Prado, Rubio y Brian dan forma al infierno que los engulló durante unos terribles minutos. No se sintieron solos. «La policía llegó con una rapidez increíble y tiraron p’alante». Recalcan que, tras los primeros minutos de sorpresa y caos, «todo se ordenó muy rápido. Agentes, bomberos y equipos sanitarios actuaron muy bien».
Los mencionados en el informe, junto con otros agentes y vecinos, en el momento del recurso. / LNE
No habían pasado ni diez minutos de la explosión y el barrio de La Villa estaba lleno de policías, bomberos, personal sanitario y hasta voluntarios de Protección Civil. El eficaz despliegue del operativo ha recibido en su conjunto elogios desde el mismo lunes por parte de los vecinos. Pero hubo una punta de lanza. Un reducido grupo de agentes llegó a la «zona cero» cuando la nube de polvo aún formaba una cortina opaca tras la que, sin verse en gran parte, se intuía el desastre. «Sentimos el ruido desde la inspección y de inmediato nos pusimos en marcha. Ya según nos acercábamos atisbamos que teníamos delante un terrible desastre». Javier Fernández, subinspector de la Policía Local, permaneció codo con codo con los vecinos entre los escombros. «Parecía que estábamos en una zona de guerra. En ese momento lo que intentas es priorizar y ayudar a quien intuyes que está herido de mayor gravedad. Cuando sacamos a la mujer, la llevamos rápido abajo y enseguida llegaron los sanitarios». La reacción de la Policía Local fue casi inmediata, como reconocen los vecinos. En la actuación estuvo también el agente Carlos Noval. Apenas llegó, se encaramó sobre el tejado derruido. «Al principio solo vimos una nube de humo. Oíamos gritos. Al final actúas por impulso y te centras en prestar ayuda». El rápido desembarco de la Policía Local contó también con Ángela Sánchez. La agente afrontó la tragedia que tenía ante los ojos con determinación. Antes de lanzarse a la calle cumplió los protocolos y alertó al servicio de emergencias «112». No se quedó de brazos cruzados esperando: «El estruendo sacudió las puertas de la Inspección». Las dependencias están a medio kilómetro de distancia. «El balance de pérdidas podía haber sido terrible y después de lo visto hay que estar contentos, dentro de lo que cabe, de que no hubiera fallecidos. Es cierto que se actuó con gran rapidez.
A la izquierda, José Antonio Rubio, Brian Menéndez, José Manuel García Prado, Carlos Noval, Silvino Falcón, Ángela Sánchez y Damián Álvarez, ayer, solo la barandilla que saltó el lunes el lunes pasado para ayudar a los vecinos que resultados en el gas explicaron ese corazón de la villa de la villa de la villa. / DAVID CABO
El caos que desató la explosión duró poco. La Policía Nacional asumió el control sin casi dar tiempo a que los vecinos asumieran el alcance de lo que estaban viviendo. Pero también hubo una avanzadilla. El subinspector Silvino Falcón y el agente Damián Álvarez formaron parte de la punta de lanza. «En esos momentos te centras en socorrer a las víctimas y, en este caso, la verdad es que pudo haber muchas más. Te puedes sentir desbordado pero hay que centrarse en la actuación y nosotros pudimos ver, por ejemplo, que había una bombona entre los escombres a la que rápidamente le quitamos el capuchón», narra Falcón. Su compañero Damián Álvarez sabe que todos tomaron riesgos, pero lo asume sin darle muchas vueltas: «Nadie te prepara para una situación así, aunque la acumulación de experiencia de ayuda. Actúas por instinto y te concentras en lo que tienes ante ti sin dejar que te despiste lo que hay alrededor. Pero es cierto no esperábamos ese nivel de destrozo.
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