LEGADO INDUSTRIAL | Turón cumple 18 años sin carbón: jóvenes del valle de Mieres que han crecido con las minas cerradas piden trabajo para «no tener que marcharnos»
Hubo un tiempo en que los ruidos propios de los pozos marcaban las actividades cotidianas de los vecinos de Turón. El sonido del turullu, del cabrestante de las jaulas, el zumbido de las cintas transportadoras o el rugido de los camiones indicaban cuándo había que levantarse, comer o irse a la cama. “Mi padre nunca usó despertador, se guiaba por el ritmo del pozo”, explica José Montes, descendiente de mineros y uno de los trabajadores que asistió desde dentro, en 2007, al cierre del pozo Figaredo. Fue el último relevo tras dos siglos de minería en este valle mierense. Han pasado ya 18 años enteros desde que Turón dejó de extraer carbón. El valle alcanza su nueva mayoría de edad sin saber qué futuro le espera. La nueva realidad sealidad se ha hecho mayor en suspiro sin despejar el porvenir.
[–>[–>[–>Los mineros veteranos miran con nostalgia los tiempos en que las plantillas de los pozos estaban integradas por miles de trabajadores. “Estaríamos orgullosos si nuestros hijos hubieran podido ser también mineros, sobre todo teniendo en cuenta que las penurias del oficio ya no son las de antes”, señalan José Montes y su compañero Salvador Vázquez. Este segundo fue literalmente uno de los últimos diez mineros de Turón. “Después del cierre nos quedamos un pequeño grupo en Figaredo para controlar los bombeos”.
[–> [–>[–>El sentimiento de nostalgia se torna en desazón cuando quienes lo expresan son la nueva generación de turoneses. Pablo Burguet pronto cumplirá 18 años, edad que ya ha alcanzado su amigo Fabián Rodríguez, que estudia Derecho en Oviedo. No han visto con sus ojos extreer carbón en Turón. “Aquí el problema ahora es que no hay trabajo. No queremos marcharnos, queremos vivir aquí, pero igual no podemos”, lamentan.
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El valle de Turón experimentó una profunda transformación a raíz del auge minero iniciado a finales del siglo XIX y consolidado durante el siglo XX. Antes de la llegada de la minería, este rincón de las Cuencas estaba formado por pequeños núcleos rurales dispersos y dedicados principalmente a la agricultura y la ganadería, apoyados en recursos como la madera y la castaña. Sin embargo, el descubrimiento y la explotación intensiva del carbón alteraron por completo su fisonomía social y económica.
[–>[–>[–>A lo largo del valle surgieron numerosas explotaciones, entre ellas minas como San José, San Justo, San Francisco, San Pedro, San Víctor, Santa Bárbara o La Cuadriella, que llegaron a integrar algunos de los grupos mineros más importantes de la región. Se calcula, además, que en Turón hubo más de 200 bocaminas activas. Estas industrias atrajeron a miles de trabajadores, no solo asturianos, sino también procedentes de Galicia, León, Castilla, Andalucía e incluso de Portugal. “Hubo un tiempo en que en Turón había mineros de todas las regiones de España”, destaca el recordado Marcelino Escudero en su libro «La herencia minera del valle de Turón».
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La garganta verde que nace en Figaredo y sube hasta la Güeria de Urbiés alcanzó cifras demográficas extraordinarias, con más de 25.000 habitantes y unos 6.500 mineros en activo hacia la mitad del siglo XX. El recuento deja hoy apenas 4.000 vecinos, sin mineros en activo.
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[–>Salvador Vázquez y José Montes, frente al pozo Figaredo, donde trabajaron hasta su cierre hace 18 años. / David Montañés
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Una historia de sacrificio
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La historia del valle también está marcada por el sacrificio de quienes perdieron la vida en las minas. Las duras condiciones laborales, los derrumbes, explosiones y accidentes provocaron que cientos de familias tuvieran que afrontar la tragedia de la muerte de padres, hijos y hermanos. Su memoria permanece profundamente arraigada en Turón, donde cada galería abandonada y cada castillete recuerdan el precio humano del carbón y el valor de quienes trabajaron en la oscuridad para construir el futuro del valle. En la citada publicación de Marcelino Escudero, este ingeniero de Minas, fallecido en 2009, acredita más de 600 mineros fallecidos en accidentes de mina en Turón. Estima, no obstante, que en realidad la funesta lista supera el millar de muertos. Marcelino Escudero tiene un busto que recuerda su legado en La Veguina. Está ubicado en un lugar simbólico, junto al Primero de San José, donde lucen también placas en homenaje a los mineros fallecidos.
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Con el cierre progresivo de las minas, especialmente a partir de los años ochenta, el valle inició un rápido proceso de despoblación. Aun así, la memoria minera permanece viva en la identidad local, en la huella arquitectónica de los pozos y en la experiencia compartida de quienes habitaron un territorio marcado para siempre por el carbón.
[–>[–>[–>El silencio que hoy domina el entorno del pozo Figaredo contrasta con el bullicio que, durante más de dos siglos, definió la vida del valle de Turón. El ruido de los cabrestantes, los golpes de los vagones o el estruendo del basculador formaban parte de un paisaje sonoro que marcaba las horas del día y el ritmo de la vida. Allí trabajaron durante más de veinte años Salvador Vázquez y José Montes, dos mineros que hoy, 18 años después del cierre, comparten una mirada íntima de lo que supuso la mina para ellos y para el valle entero.
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Principio y final
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Recuerdan que Figaredo fue “la primera mina del valle y la última en cerrar”. Sus orígenes se remontan a las primeras labores mineras de montaña. La profundización del pozo en 1936 marcó un antes y un después en la modernización del valle, aunque la Guerra Civil retrasó su puesta en marcha. Décadas después, cuando Salvador Vázquez entró en 1987, la plantilla rozaba los 1.500 trabajadores. Al final, em 2007, apenas quedaban una decena, encargados del mantenimiento mínimo antes del cierre definitivo.
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Vázquez y Montes evocan la pureza del carbón, la fabricación de coque y las huelgas del 70, cuando la falta de soluciones llevó al abandono total de las instalaciones. También recuerdan la camaradería: “Entramos niños y salimos hombres”. La mina endurecía, pero también forjaba vínculos. «El ambiente era muy familiar- En mi caso en el pozo llegamos a trabajar hasta 11 familiares directos y aquí perdí un primo», señala Montes.
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Hoy caminan por un valle que luchó durante generaciones para vivir con dignidad del carbón y que ahora combate la despoblación y la falta de oportunidades. Salvador y José lo tienen claro: asumirían con orgulllo que sus hijos bajaran a la mina, pero lo que en realidad anhelan es qye pudieran trabajar el territorio sin abandonar Turón, algo que ahora no pueden hacer. “La mina marcó nuestras vidas”, dicen, “pero ahora el valle necesita otra oportunidad”.
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A sus 18 años, Fabián Rodríguez y Pablo Burguet pertenecen a la primera generación que ha crecido en un valle sin ruido de camiones, sin sirenas de pozos y sin el turullu marcando las horas. Sin embargo, ambos sienten que la cultura minera forma parte de su identidad más profunda. “Todos mis antepasados fueron mineros o trabajaron para algo relacionado con la mina”, explica Fabián. Pablo lo resume con una frase reveladora: “Me siento minero, como si hubiera sido minero yo también”.
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Para ellos, la herencia minera no es un recuerdo lejano, sino una presencia cotidiana que se manifiesta en lo familiar y en lo emocional. Las fiestas de Santa Bárbara, la ofrenda floral o los relatos de abuelos y abuelas siguen siendo ritos que mantienen vivo el vínculo con el pasado. “Mi abuela se emociona el día de Santa Bárbara. Era la única ocasión en la que mi abuelo se ponía corbata”, recuerda Fabián, subrayando un tipo de respeto hacia el pasado minero que, según dicen, muchos jóvenes de fuera del valle ya no comprenden.
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Con preocupación, ambos admiten que las nuevas generaciones no siempre valoran lo que significó la minería. “Ven un castillete y no ven nada más allá”, lamentan. Temen que el legado cultural del valle se diluya si no se protege activamente, especialmente en un territorio donde las minas ya no forman parte del día a día, «salvo por los proyectos de ámbito cultural, que estám funcionando muy bien pero no dan trabajo»
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El verdadero desafío, subrayan, no es la memoria, sino el futuro: la falta total de empleo. “Aquí, si no trabajas en un súper o montas un bar, no hay nada”, dice Fabián. Pablo coincide: el polígono industrial abandonado simboliza «una oportunidad perdida». Para ellos, Turón sería «un valle ideal si existiera trabajo suficiente para que los jóvenes no tuvieran que marcharse».
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Fabián Rodríguez y Pablo Burguet representan una generación que no conoció la mina, pero que sigue sintiéndola como suya. Lo que reclaman es simple: un futuro que les permita quedarse.
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