lo que nos decía la experiencia sobre la guerra comercial iniciada ahora por Trump

En junio de 1930, Estados Unidos aprobó una de las leyes más controvertidas de su historia económica: la Smoot-Hawley Tariff Act, una batería de aranceles sobre más de 20.000 productos extranjeros. El objetivo era proteger a la economía norteamericana del devastador impacto de la Gran Depresión. El resultado, sin embargo, fue otro: una espiral de represalias comerciales, el colapso del comercio mundial y un agravamiento de la crisis económica global. Casi un siglo después, el retorno del discurso arancelario de la mano de Donald Trump parece reabrir un capítulo que muchos creían superado. ¿Estamos repitiendo errores del pasado? ¿Qué enseñanzas dejó aquel viraje proteccionista? ¿Qué efectos puede tener este nuevo escenario para economías regionales como la asturiana?
La Desgastada receta del cierre
«El arancel de 1931 nace pegado a la crisis del 29», explica Joaquín Ocampo, catedrático de Historia e Instituciones Económicas. «El hundimiento de la economía estadounidense llevó al presidente Herbert Hoover a reservar el mercado interior como último recurso, ante el temor a que los bienes europeos o sudamericanos desplazaran a los domésticos».
La ley Smoot-Hawley, impulsada por dos congresistas republicanos, respondía al clima de angustia económica que envolvía al país tras el crack financiero. Pero sus consecuencias desbordaron las fronteras: otros países reaccionaron con sus propios aranceles, el comercio internacional cayó un 65% en tres años y la contracción económica se agravó. «Fue la lógica del ‘empobrecer al vecino’», señala Cándido Pañeda, catedrático de Economía Aplicada: «Cada país trataba de paliar su crisis perjudicando al de al lado. Al final, perdieron todos».
No es que los aranceles provocaran por sí solos la Gran Depresión. Pero se convirtieron en un multiplicador del desastre. «La tesis que siempre se impuso», añade Juan Vázquez, catedrático emérito de Economía y exrector, «es que el proteccionismo no fue causa del hundimiento, pero sí amplificó sus efectos y retrasó la recuperación. Justo lo contrario del comercio abierto que generó expansión tras la Segunda Guerra Mundial».
Paz, comercio y orden multilateral
La reacción del mundo a esa experiencia fue tajante. En 1944, los Acuerdos de Bretton Woods sentaron las bases de un nuevo orden económico internacional: multilateral, liberalizador y cooperativo. En 1947 nació el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio), germen de la actual Organización Mundial del Comercio (OMC). El objetivo era claro: reducir barreras y evitar que la economía se convirtiera en un campo de batalla.
«Tras la guerra se consideró que el proteccionismo del periodo 1919-1945 no solo había sido económicamente perjudicial, sino políticamente peligroso. Se le atribuyó un papel indirecto en los conflictos globales. Por eso se apostó por el libre comercio como antídoto contra la guerra», explica Ocampo. La idea no era ingenua: comerciar es también una forma de dialogar, de generar interdependencias que desincentiven los conflictos.
Desde entonces, el comercio internacional se convirtió en uno de los motores del crecimiento económico mundial. Señala Juan Vázquez: «Los periodos de apertura comercial han sido los que más han contribuido al desarrollo. En España, las fases de crecimiento más fuerte han coincidido siempre con etapas de liberalización. Ningún periodo proteccionista ha traído prosperidad duradera».
Trump y el «síndrome de China»
Pero ese consenso comenzó a erosionarse. La globalización, con su velocidad y sus desajustes, dejó también heridos. «El problema no está en el libre comercio, sino en cómo se distribuyen sus beneficios. El Teorema de Stolper-Samuelson ya lo advertía: hay ganadores y perdedores. Aunque un país gane en conjunto, ciertos grupos pueden salir perdiendo», matiza Pañeda.
Uno de esos efectos ha sido el llamado «síndrome de China»: la irrupción masiva de productos chinos en los mercados occidentales desplazó industrias tradicionales y empleos en sectores poco competitivos. «Esos trabajadores fueron los que votaron como votaron», resume Pañeda. Es decir, apoyaron a líderes que prometían levantar barreras para frenar la deslocalización y la pérdida de empleos industriales.
Trump capitalizó ese malestar. Bajo el lema «America First», promovió una nueva oleada de aranceles, no solo contra China, sino también contra aliados como México o Europa. Explica Vázquez que esta «es una respuesta política al malestar social. El problema no es solo económico. El populismo ha sustituido a las viejas divisiones derecha-izquierda, y la política está determinando cada vez más la economía. Trump no es una doctrina económica, es una reacción emocional con forma de política comercial».
¿Qué hay Tras los nuevos aranceles?
Según Ocampo, la ruptura del orden multilateral no puede entenderse solo desde la ideología. Hay causas más profundas: «La digitalización, las nuevas cadenas de valor, la irrupción de potencias tecnológicas como China o Corea han cambiado las reglas del juego. Y mientras se recomponen esos equilibrios, la respuesta proteccionista es la que está más a mano».
También influye, añade, el contexto político europeo: «Las políticas de descarbonización, los costes del Estado del bienestar o las restricciones ambientales hacen menos competitivas a las economías industriales europeas frente a los países emergentes. Y eso crea un caldo de cultivo para discursos nacionalistas y populistas».
Sin embargo, los expertos coinciden en que el proteccionismo generalizado es contraproducente. Lo apunta, por ejemplo, Juan Vázquez: «Disparar aranceles indiscriminadamente solo encarece los productos, genera ineficiencia y acaba perjudicando a los consumidores y al propio país». Y añade una imagen didáctica: «Sustituir el carbón inglés por carbón asturiano era igual que querer plantar naranjas en Asturias para no depender de Valencia: más caro y de peor calidad».
El espejo asturiano
La historia económica asturiana ofrece un ejemplo elocuente. A diferencia de España en su conjunto, Asturias fue una región que, durante décadas, se benefició del proteccionismo, al menos en apariencia. Las industrias minera y siderúrgica vivieron bajo una intensa protección arancelaria y subsidios públicos. «Pero eso no significó prosperidad real. Lo que se protegía era ineficiente. El problema es que no se reconvirtió. El modelo se hizo cada vez más costoso y dependiente», apunta Vázquez.
Para el economista y exrector, el proteccionismo asturiano no fue una estrategia de modernización, sino una huida hacia delante: «Una protección bien diseñada puede servir para dar tiempo a una industria a ganar competitividad. Pero en Asturias fue al revés: cuanto más protegida estaba, menos competitiva era y más protección reclamaba».
El resultado fue un modelo industrial rígido, incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, que entró en crisis con la liberalización de los años 80 y la apertura del mercado común europeo. La reconversión industrial fue traumática, pero necesaria. «Y aún seguimos arrastrando parte de ese trauma», admite Vázquez.
Europa, en tierra de nadie
El nuevo escenario global parece avanzar hacia una fragmentación del comercio en grandes bloques regionales: China y Asia por un lado, Estados Unidos y América por otro. ¿Y Europa? «Europa está fuera de juego», advierte Vázquez. «Si Estados Unidos se desentiende de Europa en lo militar, lo económico y lo político, ¿con quién va a comerciar Europa? La paradoja es que acabe más alineada con China que con Estados Unidos».
Ocampo también señala esa paradoja: «El desvío del comercio europeo podría reforzar los vínculos con Asia. Y eso tiene implicaciones geoestratégicas profundas. La política comercial ya no es solo economía, es diplomacia, seguridad y poder».
¿El pasado vuelve como farsa?
A la luz de los análisis, parece claro que el retorno del proteccionismo no es una solución estructural, sino un parche político con alto coste económico. «El libre comercio no es perfecto, pero es más eficiente y menos peligroso. Y como decían los clásicos, comerciando nos entendemos mejor que guerreando», concluye Pañeda.
Quizá por eso, algunos ven en el giro arancelario de Trump más una farsa que una tragedia, parafraseando a Marx. Ocampo lo sintetiza con ironía histórica: «Nada nuevo bajo el sol. Como decía James Monroe en 1823, ‘América para los americanos’. Pero lo que ayer fue doctrina geopolítica hoy se disfraza de protección del empleo. El envoltorio cambia, pero el fondo es el mismo».
Y para regiones como Asturias, que ya conocen las dos caras del proteccionismo –el espejismo del subsidio y el peaje de la reconversión–, la lección está escrita en su propia historia. La clave es no volver a escribirla con los mismos errores.
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