Los mimbres olvidados de la libertad
Vivimos un tiempo extraño: creemos haber alcanzado más libertad que nunca, y sin embargo cada día nos alejamos de sus raíces verdaderas. Lo que se erosiona no son simples palabras, sino los mimbres con los que se construye la libertad auténtica.
[–>[–>[–>Uno de esos mimbres es la voluntad. Durante generaciones fue motor de cambio. Con ella se conquistaron derechos, se levantaron proyectos, se vencieron miedos. Hoy parece una reliquia. Si queremos adelgazar, buscamos un medicamento; si pensamos en hacer ejercicio, un atajo. Una sociedad que renuncia a la voluntad se convierte en frágil, dependiente y manipulable. Sin voluntad no hay autonomía, y sin autonomía no hay libertad.
[–> [–>[–>El trabajo, inseparable del esfuerzo, corre la misma suerte. Demasiado a menudo lo reducimos a carga, a un mal necesario. Pero sigue siendo fuente de dignidad, de integración, de sentido. Lo saben muy bien tantas personas con discapacidad que reclaman un empleo no para mejorar su economía –su salario apenas añade a lo que ya reciben–, sino porque quieren sentirse ciudadanos activos, útiles, reconocidos. Frente a su ejemplo luminoso, crece la cultura de la deserción y la tentación de vivir con la mínima implicación. No nos engañemos: sin trabajo compartido no hay comunidad fuerte.
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La responsabilidad también se erosiona. Y lo sé porque lo veo cada día: como socioeducador, como activista y como docente en la universidad. Nos hemos instalado en la superficialidad: todo tiene que ser rápido, fácil, entretenido. Lo percibimos en las aulas: familias y alumnado que esperan estímulos constantes sin asumir la exigencia del esfuerzo, como si educar fuera solo entretener. Y en la intervención social: un Salario Social imprescindible, vital para miles de familias, pero que corre el riesgo de convertirse en una jaula que cronifique la dependencia si no se acompaña con apoyos reales a la autonomía. Las ayudas son vitales, pero su finalidad debe ser la inclusión y la corresponsabilidad. La renuncia a la responsabilidad común vacía nuestras instituciones y convierte la democracia en un escenario de cartón piedra.
[–>[–>[–>Otros mimbres esenciales, como el compromiso y el amor respetuoso, también se arrinconan. El compromiso exige constancia y entrega, y por eso resulta incómodo en un tiempo acostumbrado a lo inmediato. El amor respetuoso reclama reconocer la dignidad del otro y sostenerla incluso cuando incomoda. Frente a ello, proliferan discursos que exaltan el individualismo y confunden el amor con narcisismo. Pero sin compromiso ni respeto profundo no hay comunidad, y la libertad no pasa de ser un eslogan vacío.
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Ese es el verdadero riesgo que enfrentamos: aceptar un sucedáneo de libertad. Una libertad reducida a consumir sin límites, a elegir entre opciones prefabricadas, a obedecer sin pensar. Una libertad dócil que no incomoda ni transforma, porque entretiene mientras domestica.
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[–>Pero en la Asturias social que soñamos, la libertad es una cuestión esencial. No la entendemos como capricho individual ni como privilegio de unos pocos, sino como una construcción compartida. Una libertad tejida con voluntad, trabajo, esfuerzo, responsabilidad, compromiso y amor respetuoso. Una libertad incómoda porque exige valentía y riesgo, pero fecunda porque abre horizontes de dignidad y de justicia.
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Las conquistas sociales que hoy disfrutamos no nacieron de la resignación, sino de generaciones que supieron sostener estos mimbres en tiempos difíciles. Si ellos hubieran desertado de la voluntad, del trabajo o del compromiso, nosotros no habríamos heredado ni los derechos ni la dignidad de los que hoy hacemos uso.
[–>[–>[–>El desafío ahora es nuestro. Podemos refugiarnos en una libertad superficial que adormece, o podemos asumir la tarea exigente de volver a trenzar los mimbres olvidados. Porque sin ellos no hay libertad que resista, pero con ellos podemos levantar una comunidad sólida, justa y esperanzada.
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No se trata solo de nosotros: se lo debemos a nuestros jóvenes. No es un legado baladí. Debemos dotarles de recursos para construir un futuro libre, para que puedan hacerlo si así lo deciden. Porque sin esos recursos, por mucho que los animemos, quedan indefensos. Lo que hagamos hoy con los mimbres de la libertad marcará el mañana que ellos tendrán entre las manos.
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La libertad no es un regalo ni un lujo: es un deber compartido. Se construye en cada gesto, en cada decisión, en cada compromiso que no eludimos. Es incómoda, sí, pero sin incomodidad no hay transformación.
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Necesitamos, hoy más que nunca, ciudadanos libres, no consumidores dóciles. Los mimbres están ahí, esperando nuestras manos. La pregunta es si tendremos el coraje de volver a tejerlos.
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