Marian Tupy: «El discurso antinatalista se basa en premisas falsas y nos empobrece a todos»
Marian Tupy es editor de HumanProgress.org y analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Instituto Cato. Durante su última visita a España, presentó en la Fundación Rafael del Pino su laureado libro Superabundancia (Deusto, 2024), un ensayo escrito al alimón con Gale Pooley en el que defiende que los recursos al alcance de la población no solamente no han ido a menos, sino que se han multiplicado gracias al capitalismo y la innovación. Libre Mercado se entrevistó con Tupy para comentar los mensajes clave de su obra.
P: España es uno de los países donde se aprecia más hostilidad social hacia los ricos y una mayor prevalencia de los discursos igualitaristas. ¿Deberíamos preocuparnos?
R: La mentalidad de suma cero ha sido parte inherente de la vida humana durante mucho tiempo. Cuando vivíamos en tribus y comunidades de 100 o 150 personas, los cazadores traían a la presa y la comida se repartía en base a una serie de criterios, pero no había más posibilidades de obtener alimento, de modo que, si al jefe le daban dos porciones, quizá a otro integrante del grupo le daban una o media porción, y el hecho de que uno comiese más incidía directamente en que el otro comiese menos. Hoy las cosas son distintas. Si vamos a cenar a casa de alguien sabemos que uno puede llevar una ensalada, otro un poco de jamón ibérico, otro una botella de vino… La tarta ha crecido y, más importante aún, la mayoría de la gente no camina por la vida con el estómago vacío y sabe, además, que tiene un cerebro y unas manos que puede usar para desarrollar ideas, ponerlas en práctica y ganarse la vida. Por tanto, los españoles deberían preocuparse si hay mucha gente en su país que no entiende cómo hemos evolucionado y en qué medida un paradigma ha quedado superado por otro.
P: Pues lo cierto es que en nuestro debate público se habla mucho del ‘reparto de la tarta’ y muy poco de cómo hacer que la tarta crezca…
R: La igualdad es como el helado. El primer litro que tomas es delicioso, el segundo te puede resultar pesado e ingerir un tercero te hará enfermar. La igualdad ante la ley es un elemento fundamental para el florecimiento y la libertad humana, de modo que nadie debería oponerse a ello. La igualdad de oportunidades es un anhelo que parece loable a primera vista, pero que no es nada fácil de materializar. Yo tengo la misma oportunidad de ganar Wimbledon que Roger Federer, porque nadie me impide jugar al tenis e intentar competir, pero la cruda realidad es que él ganará el 100% de las veces que nos enfrentemos. Quizá si la competición fuese sobre escribir libros o informes de los temas que yo conozco mejor, la cosa cambiaría… (Ríe). Pero no, la igualdad de oportunidades no está tan al alcance como muchos creen. Y, por último, la igualdad de resultados es algo que el ser humano ya ha querido implantar con insistencia bajo distintos regímenes y, lamentablemente, ese empeño dejó cientos de millones de muertos en el siglo XX.
P: El tamaño de la población ya se está reduciendo a nivel global, puesto que los niveles de fertilidad han caído por debajo de la tasa de reemplazo. Mucha gente tenía miedo a la ‘superpoblación’ y Vd. nos invita a preocuparnos por todo lo contrario.
R: Cuantas más personas haya en el mundo, más ideas se producirán, más problemas podremos resolver. Pero no basta con las ideas, porque las ideas pueden ser buenas o terribles, sino que también necesitamos a mucha gente participando en el mercado, para que tomen decisiones y separen el grano de la paja y diferencien entre lo que funciona y lo que no. El tener una población global ocho veces mayor que la que teníamos hace dos siglos nos ha ayudado a ser mucho más ricos y prósperos. Vivimos una situación de superabundancia porque tenemos a mucha más personas viviendo con mucha más libertad. Si comparamos nuestra vida con la de nuestros antepasados, encontramos que tenemos todo tipo de comodidades, innovaciones y utilidades que se derivan de esa forma de desarrollo que, francamente, no será tan sostenible si cada vez somos menos.
P: Alguno le dirá que es el Estado de Bienestar el que ha asentado esas conquistas.
R: Lo cierto es que el liberalismo, hace doscientos años, dio forma al mundo moderno y propició la explosión de riqueza que primero llevó a la prosperidad a Europa y después hizo eso mismo para el resto del mundo. Es el liberalismo el paradigma responsable de unos incrementos tan llamativos y sostenidos en el bienestar de las personas. Nunca antes en la historia de la humanidad se había dado tal progreso.
P: Su forma de entender el liberalismo se apoya mucho en la capacidad de innovar y de buscar fórmulas eficientes que otorga un clima de respeto y tolerancia hacia los emprendedores.
R: Exacto. Las ideas, entendidas como el conocimiento existente o de nueva creación, se apoyan en la prueba y error que permite la economía de mercado. Se da la circunstancia, además, de que cuantas más y mejores ideas tenemos, mayores serán las perspectivas de que en el futuro sigamos avanzando. Pensemos por ejemplo en los combustibles fósiles. Muchas personas creían que se agotarían y lo cierto es que, tras un siglo y medio recurriendo a estas materias primas, hoy tenemos más reservas probadas de las mismas que hace cien años. ¿Por qué? Porque hemos aprendido a utilizarlas de forma más eficiente, de modo que se ha ralentizado su agotamiento, y porque hemos encontrado nuevas técnicas de exploración y explotación, que nos ayudan a elevar sustancialmente el acceso a estas fuentes de energía.
P: Esa concepción liberal no es solamente económica.
R: No. La llave para la creación del conocimiento es doble. En primer lugar, es imprescindible un mercado que funcione. El mercado es la única manera para diferenciar entre las ideas buenas y las malas. Es el mercado el que puede diferenciar entre lo que nos vale y lo que no. Pero, para que ese paradigma se desarrolle plenamente, también hace falta una sociedad libre. Libertad de expresión, libertad de publicar, libertad de asociación y libertad de escuchar otras opiniones. Si no puedes escuchar lo que otros dicen porque un discurso ha sido censurado o cancelado, entonces no eres realmente libre de pensar, porque no has podido escuchar ideas contrapuestas a las tuyas ni tesis que puedas incorporar a tu pensamiento de una u otra forma.
P: Por mucho tiempo, las ideas que salían de las universidades estadounidenses tenían una impronta muy positiva en los procesos económicos y técnicos del resto del mundo, pero en las últimas décadas su principal exportación han sido críticas sociales que generan división y resentimiento, coronadas con el auge del ‘wokismo’ que hemos vivido en los últimos años y que, por fortuna, parece haber empezado a remitir.
R: La falta de pluralismo ha ido a más en muchos de los centros de conocimiento de las universidades norteamericanas y ese problema es indudablemente grave. En los años 50, en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, había conservadores, uno o dos liberales clásicos, personas de izquierdas… Dicho de otro modo: había pluralismo ideológico y respeto mutuo a distintas formas de pensar. Sin embargo, en los últimos treinta años, desde el final del comunismo, da la sensación de que todos los marxistas decepcionados han fortalecido su peso en las universidades y han creado un entorno donde solamente hablan entre ellos.
P: Pues son precisamente esos centros de pensamiento de élite que defienden hegemónicamente los discursos de la izquierda más ‘progre’ los que más insistentemente nos hablan de los riesgos de la ‘superpoblación’.
R: En relación con la cuestión de la población, el planeta, los recursos y la sostenibilidad, la universidad ha asustado a la opinión pública y los medios han asumido ese discurso con entusiasmo, pero esa forma de ver las cosas está como veinte años por detrás de la ciencia económica, que suscribe puntos de vista muy distintos. A Michael Kerr le dieron un Premio Nobel en los 90 y a Paul Romer le reconocieron con el mismo galardón hace pocos años por defender que un mundo con más personas es un mundo con más conocimiento, más innovación y más capacidad de moverse hacia una economía eficiente, competitiva y sostenible. La pregunta de cómo interactúa el tamaño de la población con el uso de los recursos es relevante y no puede abordarse de forma simplista. El ‘culto a la muerte’ en el que se ha instalado a la opinión pública es deshumanizante y, además, ese discurso antinatalista se basa en premisas falsas y nos empobrece a todos.
P: En ‘Superabundancia’ nos encontramos con un torrente de datos que invitan al optimismo. Resulta evidente que somos capaces de hacer más con menos, pero me temo que el pesimismo y el alarmismo van ganando la batalla de la opinión pública.
R: Una cosa que indudablemente hemos aprendido en los últimos tiempos es que a la gente que grita que el mundo se está acabando se le escucha más que a quienes trabajan para poner de manifiesto que está en nuestro poder el crear un mundo mejor en base a un paradigma de libertad e innovación. Aquí entra en juego la psicología humana. Si yo digo que el mundo se acaba, pues a muchas personas les parecerá que me preocupo por ellas y que intento alertar de una hecatombe. En cambio, si mi mensaje apela a la tranquilidad, a que todo saldrá bien… En ese caso, no solamente me posiciono contra el impulso a «hacer algo» que tiene tanta gente cuando ve algo que parece mejorable, sino que incluso puedo parecer un «vendedor» dedicado a mantener el status quo. Por eso se le presta tanta atención al pesimista irracional que al optimista racional, que diría Matt Ridley.
P: Vd. no niega los problemas que enfrenta el mundo, pero seguro que le habrán llamado «negacionista» por rebajar la urgencia con que algunos quieren abordarlos.
R. Claro. Yo soy el primero que no cree que todo vaya a funcionar bien, menos aún porque sí. Lo que sí creo es que, considerando la historia humana y tomando en cuenta todo lo que sabemos de la historia del ser humano, sin duda podemos hacer grandes cosas en el futuro. Hemos derrotado a las hambrunas, la viruela, la varicela… Hemos lidiado con epidemias y pandemias. El futuro no está escrito y el ser humano, en libertad, puede innovar y encontrar soluciones transformadoras que pongan fin a muchas de las cosas que hoy nos preocupan.
P: ¿Qué le diría a esos segmentos de jóvenes que han asumido la «eco-ansiedad», el pesimismo respecto al futuro o el recelo al mercado?
R: Sobre todo, que formen sus propias ideas, que lean más, que accedan a fuentes informativas independientes que están a su alcance, que aprovechen todo el conocimiento del mundo que tenemos disponible. Simple y llanamente, busca «pobreza» o «mortalidad infantil» y compara los datos que encuentres ahora con los de hace diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta o cien años. Y también creo que los padres tienen que jugar un papel en todo ese proceso. No basta con dar por sentado que, si los chicos van al colegio y al instituto, entonces ya aprenden todo lo que tienen que aprender. Hay que hacer una labor de acompañamiento, de seguimiento y sobre todo de cultivo de un pensamiento crítico. Es importante que los jóvenes aprendan a buscar información fiable y veraz por cuenta propia, para que así puedan llegar a conclusiones válidas por sí solos.
P: Su obra también se dirige contra la envidia social, que antes identificábamos como una lacra con demasiada acogida en la sociedad española.
R: ¿No es acaso la envidia uno de los siete pecados capitales? Por algo será… Ahora más en serio, yo creo firmemente que los seres humanos tienen la habilidad de elegir si son felices o no. Todo depende de en qué dirección mires. Yo estoy aquí sentado en el presente pero puedo mirar hacia atrás y compararme con todas aquellas personas que estaban antes que yo. Si lo hago, sin duda me podré felicitar de muchas cosas. Hoy en España hay una democracia razonablemente consolidada, una economía razonablemente próspera… Si miramos atrás, encontramos que las cosas no eran así. Y si miramos al futuro, algunos nos dibujarán una utopía, pero solamente será eso, una construcción abstracta de quienes creen que el mundo puede ser perfecto el día de mañana. Cuando damos por buena esa falacia, entonces sentimos resentimiento ante todo lo que no sea idílico. De ahí nace el resentimiento, que Nietzsche definió como la peor de las emociones humanas. Esa forma de ver la vida hace que la gente se vuelva muy desgraciada. Así que siempre pienso en una cita maravillosa de un psicólogo británico que dice «compárate siempre hacia abajo, no te compares hacia arriba. Compárate con tus ancestros. Compárate con la gente que vive en la República Democrática del Congo, o con un niño de diez años que trabaja en la mina de litio…». Porque siempre va a haber alguien más rico, más guapo, más inteligente. Es una trampa. Por eso no hay que dejar que esa patología que es la envidia acabe dañando a la sociedad. La envidia nos empobrece y perjudica a todos. En Argentina, Javier Milei le dice a su gente, a su pueblo, «antes éramos el cuarto país más rico del mundo, y hoy estamos en el puesto setenta». La clave aquí es tener la mente abierta, aprender de lo que ha pasado, esforzarse por ser mejor en el marco de la competencia, aprender de los ejemplos ajenos y admirar lo que otros hacen bien. Esto es esencial y sería bueno que los dirigentes actuales del mundo adoptasen también esa forma de ver y explicar el mundo.
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