Me han asaltado varias veces con armas, pero es lo normal
José Luis González Miranda es un misionero jesuita ovetense que ha coordinado la Red Jesuita de Migrantes entre México y Guatemala. Estudió Medicina en Oviedo, pero un viaje a Honduras, cuando conoció a los Jesuitas, cambió su manera de ver el mundo. La historia de González Miranda abarca muchos países, pero con un punto común: la ayuda a los que menos tienen.
[–>[–>[–>—¿Quién es?
[–> [–>[–>—Soy José Luis González Miranda, nací en 1963 en Blimea. En 1969 mi padre se trasladó a Oviedo con la apertura de oficinas de Hunosa y en Oviedo pasé la infancia y juventud. Estudié en el colegio Auseva, y luego estudié Medicina. Terminé en 1987. Hice la mili en Asturias y un año hice más de 90 guardias, pero el resto del tiempo era responsable del llamado “Botiquín” donde iban algunos a escaquearse. Ese tiempo de mili sirvió para crecer en amistades y experiencias de apoyo mutuo.
[–>[–>[–>
—¿Cómo pasó de la medicina a la vida religiosa?
[–>[–>[–>—Desde que inicié la carrera tenía la intención de ir a América o África como médico. Había estado en la misión diocesana de Burundi un verano, conocí el hospital de Medicus Mundi y, tras acabar la carrera, hice el curso de medicina tropical del hospital Clínico de Barcelona. En 1990 me fui a Honduras a trabajar, con el Movimiento Cultural Cristiano, y ahí conocí a los Jesuitas. En Honduras me gustó más el trabajo pastoral que el clínico: era más amplio, combinaba formación, sociopolítica, Biblia, servicios espirituales… Llegabas a la gente dando algo más que vitaminas.
[–>[–>[–>
—¿Qué le impactó de aquel trabajo pastoral?
[–>[–>
[–>—El 90% de los niños desnutridos que atendíamos eran de madres solteras. La falta de responsabilidad paterna era abrumadora. Estábamos en el valle del Sula, donde la FAO informaba que eran tierras tan fértiles que podrían alimentar a 40 millones de personas. Lo que más me impactó fueron las causas del empobrecimiento: injusticias estructurales, políticas, modos de vida, cultura… Me pareció que los Jesuitas hacían una gran labor, atendiendo desde la fe, organizando retiros, pastoral familiar, pero también despertando la conciencia de la gente hacia las enormes injusticias sociales.
[–>[–>[–>
González Miranda, en una casa de Concepción Tutuapa (Guatemala) con familiares cuya hija murió en el desierto / LNE
[–>[–>[–>
—¿Y después de Honduras?
[–>[–>[–>—Recibí la formación de Jesuita: noviciado en Panamá, juniorado en Nicaragua, filosofía en El Salvador, magisterio en Guatemala y por último la teología en la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas) de El Salvador.
[–>[–>[–>
—¿Cómo fue su experiencia en Guatemala?
[–>[–>[–>
—Llegué en 1997, justo cuando los refugiados guatemaltecos que habían huido a México en 1982 regresaban tras el conflicto entre la guerrilla y los gobiernos militares. Ixcán está en el departamento de Quiché y en la frontera con México. Era una selva muy castigada por los militares que querían exterminar la población civil, como en la masacre de Cuarto Pueblo. El ejército asesinó al Padre Guillermo Woods, un sacerdote que había organizado cooperativas campesinas de 1.300 socios entre familias indígenas sin tierra. Luego fue una zona bajo control del Ejército Guerrillero de los Pobres. Tras los Acuerdos de Paz, en 1997 se cerró el último campamento guerrillero, pero quedaban tensiones tremendas. El obispo nos encargó trabajar en la creación de dos parroquias vecinas, una al norte en territorio de la guerrilla y otra al sur en territorio controlado por el ejército y los “patrulleros” civiles. El objetivo del obispo era la reconciliación. Yo estuve en la parroquia del norte y otro jesuita en la del sur, pero comenzamos a intercambiarnos en las visitas pastorales y ver por dónde caminar en la reconciliación.
[–>[–>[–>
—Eso suena complicado…
[–>[–>[–>
—Al principio fue muy difícil. Intentamos convocarlos a un curso de Biblia de dos días juntos, católicos de un bando y de otro, y se negaron. “¿Cómo vamos a estar con los que hasta hace poco nos disparaban y mataban a nuestra gente?”. Entonces pensamos: ¿qué es lo que les une? Tenían en común el ser campesinos. Por eso se organizó una pastoral social conjunta con ingenieros agrónomos que les enseñaban, en cursos de varias semanas internos, cómo mejorar las cosechas, el cuidado de los animales, la protección de la selva… Luego debían enseñarlo en sus aldeas. Para esos cursos se eligieron candidatos con el criterio de que al convivir hicieran amistad, y se elegían igual número de “guerrilleros” y “patrulleros”, incluso hombres y mujeres, y también se mezcló evangélicos y católicos. El resultado fue muy bueno. Hicieron mucha amistad gentes enfrentadas por muchos años.
[–>[–>[–>

El Oviedo, con madres de inmigrantes desaparecidos / LNE
[–>[–>[–>
—¿Y se logró la reconciliación?
[–>[–>[–>
—En mis últimos años en Ixcán esas dos parroquias llegaron a trabajar con mucha unidad en muchas pastorales, hicimos una radio en común, e incluso reuniones conjuntas de sus Consejos Parroquiales. Otra ayuda para la reconciliación fue el trabajo del obispo Gerardi con la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), recogiendo por todo el país testimonios de sobrevivientes de aquella guerra.
[–>[–>[–>
—¿Qué significó para usted ese periodo antes de ser ordenado?
[–>[–>[–>
—Mi ordenación sacerdotal fue en Ixcán, un 24 de marzo, aniversario del martirio del obispo Romero. Los años previos de teología fueron en la UCA, la Universidad Centroamericana de El Salvador, donde fueron asesinados seis jesuitas en 1989. Lo que más me marcó fue la pobreza de la gente, o más bien el empobrecimiento, pues son países con muchas riquezas. Pero sobre todo me marcó la fe y la resistencia que tienen. Me impresionó la capacidad de reconstruir sus casas y su vida muchas veces en pocos años, su solidaridad y su fortaleza ante tantas injusticias, así como el gran respeto que la cultura indígena muestra hacia Dios, hacia la naturaleza y hacia el “otro”, con el que conversan con mucha más calma que los europeos.
[–>[–>[–>
—¿Qué hizo después?
[–>[–>[–>
—Hasta 2008 trabajé en la parroquia Candelaria de los Mártires en Ixcán. Luego fui a Santa María de Chiquimula, una parroquia quiché, unos meses, para sustituir a un sacerdote que casi muere en un asalto en carretera. Después me fui a París a estudiar una maestría en Migraciones y un diplomado en Bioética. Fue una etapa de estudio, reflexión y también voluntariado en el Servicio Jesuita a Refugiados y Cáritas en apoyo a migrantes y refugiados.
[–>[–>[–>
—¿Cómo llegó al Servicio Jesuita a Migrantes?
[–>[–>[–>
—De París me enviaron a Nicaragua. Me tocó terminar una investigación sobre mujeres migrantes nicaragüenses en San Sebastián que, para venir a cuidar el hogar de mujeres españolas profesionales, dejaban en Nicaragua sus hogares a cargo de la hija mayor. Es lo que se llaman las “cadenas globales de cuidado” o “robo del cariño”. También iniciamos la formación de Comités de Familiares de Migrantes, sobre todo mujeres, que funcionaban como grupos de autoayuda. Una de las mayores necesidades era encontrar migrantes desaparecidos en la ruta. En el desierto de Arizona mueren muchos, pero también en secuestros masivos del crimen organizado en México. Recuerdo el caso de una madre, Teodora, que llevaba 30 años buscando a su hijo y lo encontramos en Veracruz durante la caravana de madres buscadoras.
[–>[–>[–>
[–>[–>[–>
—Aprendió mucho en México.
[–>[–>[–>
—De 2013 a 2017 iniciamos un trabajo desde cero en Comitán y en la frontera con Comalapa. Con mucho esfuerzo logramos abrir dos albergues y un comedor, y armar un equipo con abogados y psicólogos. Es el primer municipio al que llegan migrantes de Honduras y El Salvador al pasar la frontera de Guatemala con México. A partir de 2015 aumentó el número de refugiados; muchos empezaron a solicitar asilo en México porque no podían regresar a sus países. También documentamos la hospitalidad de familias indígenas mexicanas que ayudaban a los migrantes, incluso compartiendo su única habitación durante años.
[–>[–>[–>
—¿Qué aprendió de la migración?
[–>[–>[–>
—Que hay que mirar más allá del tránsito. Hay personas desaparecidas, familias fracturadas, impactos en origen y en destino. Lo más difícil es enfrentar la injusticia y la vulnerabilidad, pero también anima ver la capacidad de resistencia y solidaridad. Es un tema que divide en Europa y en Estados Unidos porque no se quiere tratar el fondo: no hay un proyecto común de sociedad, no se quieren tener hijos porque son un problema y tampoco se quiere a inmigrantes. Se debe dialogar este tema, que es crucial.
[–>[–>[–>
—¿Qué hace ahora?
[–>[–>[–>
—Estuve al frente de la Red Jesuita con Migrantes en Guatemala desde 2018 y ahora hemos dado el relevo a un laico. Tenemos una casa del migrante en la capital, Casa Myrna Mack, pero mis tareas también requieren viajar por el país. Ayer regresamos de Comitancillo con las familias de la masacre de Camargo, en Tamaulipas, ocurrida en enero de 2021. Desde entonces las acompañamos emocional y legalmente, y sobre todo en su dimensión espiritual. También colaboro en la parroquia de La Merced y ahora estoy esperando destino. Mi día combina misas, confesiones, reuniones, visitas a familias y entrevistas con refugiados o autoridades consulares.
[–>[–>[–>
—¿Qué necesidades encuentra sobre el terreno?
[–>[–>[–>
—La más urgente es el acompañamiento integral: muchos migrantes no solo buscan comida y techo, sino apoyo legal, emocional y espiritual. También hay que educar sobre derechos, proteger a menores y prevenir la explotación.
[–>[–>[–>
—¿Ha afectado la llegada de Donald Trump a su trabajo?
[–>[–>[–>
—Sí, aumentó la incertidumbre y el miedo. Muchos migrantes se encontraron con políticas más inhumanas en Estados Unidos, por lo que más personas quedaron en México solicitando refugio. También surge la necesidad de explicar la diferencia entre migrante y refugiado, y de ofrecer acompañamiento legal. Donald Trump juega con lo que yo llamo «efecto frenada». En ciencias sociales algunos discuten si existe realmente el «efecto llamada», pero el verdadero fenómeno es el de las cadenas familiares y sociales que siempre han existido.
[–>[–>[–>
—¿Cuál ha sido su mejor experiencia?
[–>[–>[–>
—El reencuentro de familias que habían perdido contacto durante años. La alegría de ver que un trabajo de acompañamiento pastoral, a veces silencioso, da frutos. La reconciliación en Ixcán, a la que la Iglesia contribuyó enormemente.
[–>[–>[–>
—¿La peor experiencia?
[–>[–>[–>
—La violencia que viven muchos migrantes: huyen de la violencia del crimen organizado o de Estados autoritarios, y en su tránsito sufren asaltos o secuestros. Me han asaltado varias veces con armas, pero es lo normal. La peor experiencia fueron los terremotos de El Salvador en 2001. La impotencia ante el poder del mal.
[–>[–>[–>
—¿Alguna persona que le haya sorprendido?
[–>[–>[–>
—Muchas. Pero recuerdo con fuerza a familias indígenas mexicanas que llevan años ayudando a migrantes con lo poco que tienen. Su generosidad es increíble. En los más pobres encontramos no solo hospitalidad, sino esa fraternidad de la que hablaba el papa Francisco.
[–>[–>[–>
—¿Qué es lo que no se ve de la migración?
[–>[–>[–>
—Pocas veces se habla de las familias que quedan atrás, doliéndose por la ausencia de un ser querido. Esa ausencia obliga a muchos a cambiar roles dentro del hogar, detener proyectos de estudio y reorganizar su vida hasta que el migrante logra estabilizarse y comenzar a enviar remesas. Las remesas son hoy el principal ingreso de varios países de Centroamérica, superando incluso al turismo. Sin ellas —ahora que Donald Trump vuelve a hablar de expulsar a todos los migrantes—, estos países caerían en una crisis económica y social sin precedentes.
[–>[–>[–>
—Para acabar: Gaza.
[–>[–>[–>
—Lo de Gaza es la prueba más grande de que no aprendemos como humanidad a compartir el planeta. En la Biblia Dios da al pueblo de Israel la tierra prometida, pero es una tierra donde ya viven seis pueblos. El siete, número de plenitud, representa que el pueblo de Israel debía aprender a vivir en fraternidad con los otros.
[–>[–>[–>
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí