NAVIDAD EN ALEMANIA | Crónica desde Magdeburgo: Mercadillos navideños en alerta máxima en Alemania
Acceder al mercadillo de Magdeburgo no significa automáticamente ‘respirar’ el espíritu navideño, entendiendo por ello armonía, felicidad o paz. El visitante debe sortear una doble muralla de bloques de hormigón y vallas de seguridad, patrullas policiales y seguridad privada. Superado el cordón, desfilará sobre adoquines salpicados de flores, velas y placas con nombres de mujer: Jutta, Nadine, Rita, Birgit… En algunos casos, les acompaña el apellido. En otros, consta solo el nombre de pila, junto a la fecha del día en que murieron: el 20 de diciembre de 2024. Fue en ese mismo lugar, a las 19.02 horas. Un conductor de 50 años apretó ese día el acelerador de un potente BMW alquilado. El recinto estaba teóricamente protegido. Pero encontró un hueco en el no tan hermético dispositivo de seguridad. Menos de un minuto tardó en arrebatarles la vida a seis personas, entre ellas un niño. Otras 300 resultaron heridas.
[–>[–>[–>Flores en memoria de las víctimas / Gemma Casadevall
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«No hay derecho. Todo eso por culpa de un loco. Y seguimos subvencionando a esa gente, mientras nosotros recibimos pensiones de miseria», protesta una anciana, avanzando entre bloques de hormigón. Por ‘ese loco’ se refiere esta mujer, como probablemente muchos entre los 240.000 ciudadanos de Magdeburg, a Taleb al-Abdulmohsen, el autor del atropello múltiple ocurrido hace casi un año. Pero extiende su queja por los subsidios a ‘esa gente’ a todo extranjero que, a su parecer, vive a costa del estado alemán. Magdeburgo es la capital del ‘land’ de Sajonia-Anhalt, en el este de Alemania. La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) se disparó ahí como primera fuerza en las últimas elecciones generales, con un 37 % de los votos.
[–> [–>[–>Villancicos y bozinazos
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El ‘glühwein’ -el inequívoco vino caliente navideño con canela y otras especias- espera al visitante en el mercadillo, lo mismo que las salchichas fritas, las sopas de innumerables sabores o los churros, tan adoptados por los estómagos alemanes como otras especialidades internacionales. Los villancicos suenan en alternancia con los bocinazos de carruseles y otras atracciones. Pero la tragedia ocurrida el año pasado pesa sobre el ánimo general. Por si alguno lo olvidó, ahí están los carteles que advierten de las medidas aplicadas para optimizar la seguridad, incluida la prohibición de llevar cuchillos u otros objetos cortantes.
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«Por supuesto no olvidamos. Y cuanto más se acerca el día 20, más nos cuesta contener las emociones», explicaba la alcaldesa de Magdeburgo, Simone Borris, en la inauguración del mercadillo. Su apertura estuvo precedida de un debate entre feriantes y organizaciones vecinales acerca de la oportunidad de celebrarlo. Finalmente se autorizó, por considerar que cancelarlo era sucumbir al miedo.
[–>[–>[–>La decisión de Magdeburgo no es distinta a la adoptada por Berlín. Año a año abre al público uno de sus mercadillos más populares y céntricos, el de la Breitscheidplatz. También ahí se recuerda el atentado de 2016, cuando el tunecino Anis Amri irrumpió con un camión de gran tonelaje robado a punta de pistola. Doce personas murieron y unas 70 resultaron heridas, en un atentado reivindicado por Estado Islámico y cometido por un refugiado radicalizado. El mercadillo de la Breitscheidplatz berlinesa está ahora fortificado. Lo mismo ocurre con otros muchos entre los cientos de mercadillos, grandes o menores, de todo el país.
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Adoquines de seguridad en la entrada del mercado. / Gemma Casadevall
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Proceso en el extrarradio
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En Magdeburgo confluyen una tragedia es muy reciente y el juicio que se celebra en paralelo en su extrarradio contra Al-Abdulmohsen. Tiene lugar en una nave con aspecto de pabellón industrial construido especialmente para este proceso. Su dispositivo de seguridad recuerda al del mercadillo. El acusado es un médico saudí que se declara enemigo del Islam y que comparece tras una cabina blindada, junto a su abogado y custodiado por agentes fuertemente armados. Desde ahí se permite dirigir sus propias preguntas a testigos, supervivientes o familiares de las víctimas. Cuestiona sin remilgos la identidad del abogado que le defendió en un proceso anterior -«Este hombre no tiene ni idea, no fue mi abogado», estalla.
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Lugar donde se celebra el juicio al saudí que atacó en Magdeburgo. / Gemma Casadevall
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El juez Dirk Sternberg le conmina una y otra vez a limitarse a preguntar, ya que está en su derecho, pero no a insultar ni a opinar. De las provocaciones pasa el procesado a los ataques de ira e intentos de salirse de su cabina blindada, para acabar reducido por los agentes. Se dirige a los testigos con los ojos desorbitados y entre frases incongruentes, propias de un loco, de un fanático o de una mezcla de paranoias. Asistir al proceso es casi insoportable incluso para quien no ha sido parte de la tragedia. Cuesta imaginar cómo lo supera el padre de André, el niño de nueve años fallecido, parte de la acusación particular.
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El historial del acusado es un exponente de los fallos en la seguridad. Llegó a Alemania en 2006, se le reconoció como refugiado 2016 y acumuló procedimientos por alternaciones del orden público, amenazas y denuncias porque se sentía ‘perseguido’ por el espionaje saudí. Pese a todo, logró ejercer como psiquiatra en un centro de terapias contra adicciones.
[–>[–>[–>«Estábamos desbordados por la tragedia. Ahora me supera verle ante mi», explica en una pausa del proceso, Xenia S., una joven que prestó primeros auxilios en el atentado. El desfile de testimonios prosigue, a dos kilómetros del ncentro de Magdeburgo, donde los visitantes del mercadillo se toman un ‘glühwein’ que obviamente no sabe igual que en otros años.
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