Netanyahu necesita esta guerra por las ansias expansionistas de Israel
En el campo de refugiados de Shatila (en Líbano), donde 30.000 personas sobreviven hacinadas en un espacio pensado para 3.000, sin apenas agua potable ni electricidad, ser niña es la mayor de las condenas. Con tan sólo nueve años, son casadas forzosamente. Muchas se quedan embarazadas con la llegada de su primera menstruación y mueren en el parto; otras son asesinadas si no sangran la primera vez que son penetradas, demostrando así su supuesta pureza. Ese es el destino que les aguarda.
Pero en ese infierno, un padre, Majdi, creó en el año 2012 un equipo de baloncesto femenino en la azotea de un edificio para salvar a su hija Razan —y con ella, a muchas otras— de una vida marcada por la violencia. «Una acción individual de protección de un padre hacia una hija se transformaba en una revolución feminista», cuenta en una entrevista con EL ESPAÑOL Txell Feixas, periodista y autora de Aliadas (Capitan Swing, 2025), el libro que da voz a esta historia de resistencia.
Feixas, que conoció esta historia como corresponsal en Oriente Medio, describe Shatila como «una cárcel a cielo abierto» donde «no se ven mujeres porque no pueden pisar la calle si no tienen el permiso de los hombres de la casa». En ese contexto, el baloncesto no es sólo deporte: es una forma de escapar de la realidad. «Cuando los matrimonios infantiles se tuercen, el marido devuelve a la niña a sus padres, como si tuviera una tara, y entonces ya no la quiere nadie nunca. Algunas acaban enganchadas a las drogas para poder soportar una rutina insoportable de vida, sin posibilidad de estudiar ni salir del campo», comenta Feixas.
Txell Feixas durante su entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales
Por ello, Majdi, hijo y nieto de desplazados palestinos y superviviente de la masacre que sufrió este campo en 1982, encarna la resistencia palestina a través de la educación y los valores del deporte. «No tenemos justicia, pero tenemos memoria», se repite cada día a sí mismo. Y con esa memoria siempre presente, lucha cada día contra el pensamiento de aquellos padres que creen firmemente que el mejor destino para sus hijas es casarlas. «Lo piensan porque no tienen acceso a una educación que les permita entender que ese no es el mejor camino para ellas», explica la periodista.
Y es que Majdi no sólo entrena a niñas: también educa a sus familias. Lo cual lo llevó a convertirse en uno de los hombres más odiados del campo —llegaron a amenazarlo de muerte por montar esta iniciativa—. Sin embargo, hoy es una de las figuras más queridas y respetadas. «Para mí, Majdi es un agente de cambio. En Oriente Medio, el feminismo no se escoge, es pura supervivencia. Y estas niñas lo abanderan cada día en su lucha para poder sobrevivir», señala Feixas.
¿Cómo descubriste esta historia y qué fue lo que te arrastró a querer contarla en un libro?
Aliadas nace de una de las primeras crónicas que hago como corresponsal en Oriente Medio. Me llega la historia de que hay un equipo de basket que es pionero en el Líbano y que nace en el campo de refugiados de Shatila. Lo poco que sabía de Shatila estaba vinculado con el genocidio que se cometió allí hace cuarenta años. Me costaba imaginar cómo una acción tan revolucionaria y feminista había nacido en un sitio donde había tanto machismo y patriarcado. Y me enamoré de la historia al ver cómo una acción individual de protección de un padre hacia una hija se transformaba en una revolución feminista.
En Shatila, las condiciones de vida son extremas. ¿Cómo es Shatila, tú qué has estado allí?
Shatila es un personaje más del libro. Porque los sitios explican a las personas y las historias que cuentan. Viendo las violencias estructurales que hay en este campo de refugiados, entiendes mejor las resistencias para superarlas. Shatila tiene para mí tres capas muy claras. En primer lugar, el paisaje físico, porque es una cárcel a cielo abierto, con favelas verticales y laberínticas de cemento armado. No entra la luz solar de tan vertical que es y no hay electricidad la mayor parte del día, el agua es salada y se duchan con ella, no es potable, hay poca comida, y tampoco llega casi ayuda humanitaria.
Por otro lado está el paisaje humano. El campo se crea para acoger a 3.000 palestinos que huían de la limpieza étnica de Israel, en la creación del estado de Israel. Y ahora, en poco más de un kilómetro cuadrado, malviven cerca de 30.000 personas. Y cuando caminas por sus calles sólo ves hombres y niños, porque las mujeres no pueden pisar la calle si no tienen el permiso de los hombres de la casa.
Y, por último, también existe lo que yo llamo un paisaje emocional. Cuando entré en Shatila pensé que estaba pisando el peor sitio del mundo, y seis años después y tras visitar muchos campos de refugiados, sigo pensándolo. Y es porque todo lo que se respira aún tiene el olor a aquel genocidio del que no se rindieron cuentas. Todas estas capas hacen que vivir en Shatila se convierta en un acto de resistencia.
«Todo lo que se respira en Shatila aún tiene el olor a aquel genocidio del que no se rindieron cuentas»
Hoy, aún habitan muchos descendientes de familiares que se vieron obligados a huir de Palestina en 1948, con la creación del Estado de Israel, y que se salvaron de la masacre de 1982, como es el caso de Majdi.¿Hasta qué punto sigue presente hoy en día esa masacre?
Majdi ejemplifica perfectamente cómo la persecución de Israel contra los palestinos persiste. Él es hijo y nieto de personas que huyeron de la creación del Estado de Israel, de la limpieza étnica. Se escapó por los pelos de ser asesinado de la masacre de Shatila. También ha visto desde este campo, al que llaman «pequeña Palestina», cómo exterminan Gaza. Es decir, que la pesadilla de Israel continúa en su vida. Sin embargo, esta lucha contra el Estado de Israel se ha convertido en un motor de vida. Majdi tiene una frase que siempre repite que es «no tenemos justicia, pero tenemos memoria». Y yo creo que inculcar en las nuevas generaciones, en este caso a través del baloncesto, la cultura y la identidad palestina es su propósito y su mayor orgullo. Y ha conseguido integrar en un mismo equipo a jugadoras palestinas, pero también a sirias, que huyeron de la guerra, y libanesas, las cuales han hecho suya también la causa palestina.
Los refugiados en Shatila sufren negación de derechos por parte del régimen libanés, que les prohíbe el acceso a muchas profesiones por el hecho de ser palestinos. Tampoco tienen derecho a solicitar ayudas sociales ni asistenciales. ¿Cómo influye la discriminación institucional libanesa sobre la población refugiada ?
Una de las cosas que más me impactó cuando llegué a Shatila fue ver que no había checkpoints, es decir, que las puertas del campo están abiertas, pero casi nadie sale por ellas. Y pensaba en cómo podía ser que 30.000 personas hacinadas en poco más de un kilómetro cuadrado no huyeran despavoridas. Y luego te das cuenta de que si lo hacen son detenidas, o perseguidas, o humilladas. Las autoridades libanesas se dedican a estrangular a los refugiados para que no salgan del campo. Les imponen un apartheid que les niega la nacionalidad, el pasaporte, el poder adquirir una propiedad fuera del campo… Les vetan de poder optar a profesiones que desde las autoridades libanesas intuyen que pueden moldear el pensamiento. Les anulan para que no sean nadie. Así que los refugiados prefieren permanecer en su «pequeña Palestina» que salir a Beirut.
Txell Feixas durante su entrevista con EL ESPAÑOL.
Una discriminación que aún es mucho mayor en las mujeres y niñas. ¿Qué significa ser niña en Shatila hoy?
Ser niña en Shatila, si no te dan la oportunidad de formar parte de un equipo de basket como este, significa que te casen a partir de 9 años, como pronto, o a partir de que tienes la primera regla. La espiral de violencia con la que se encuentra una niña pasa por quedarse embarazada con 14 años, hasta el punto de que algunas mueren durante el parto porque sus cuerpecitos no aguantan, o enganchada a las drogas para poder soportar una rutina insoportable de vida, explotada laboralmente y convertida en una trabajadora doméstica siendo sólo una niña, sin posibilidad de estudiar… y todo eso es lo que Majdi no quería para su niña Razan. Así que por eso creó este equipo de basket en una quinta planta de un edificio.
En el libro cuentas el caso de una niña a la que conociste, que la asesinaron porque no sangró la primera vez que fue violada en su noche de bodas.
Sí, es terrible. Me contaban cómo muchas madres intentan escuchar tras la puerta cómo transcurre la primera noche de bodas de sus hijas. Si la niña sangra, ellos entienden que no ha tenido relaciones sexuales antes, cuando esto no tiene por qué ser así. Y a muchas que no sangran las terminan matando, lo que se llama crímenes de honor.
¿Y qué puede llevar a un padre o a una madre a lanzar a una hija a esta vida tan miserable?
Pues a mí, al escribir este libro, también me interesaba contar estos motivos. Y la cuestión es que la mayoría de padres prefieren entregar a su hija a un hombre para así evitar que la violen en las calles del campo. Y al final lo que consiguen es que la viole legalmente su marido cada noche. Hay padres también que mejoran así su economía, porque reciben un dote. Además, las hijas mejoran su condición financiera al estar casadas con otro hombre, seguramente con más recursos que los padres. Aunque, cuando los matrimonios infantiles se tuercen, el marido devuelve a la niña a sus padres, como si tuviera una tara, y entonces ya no la quiere nadie nunca.
Y Majdi, el entrenador de este equipo de baloncesto, se dedica a dar alternativas a las niñas, y también intenta educar a sus padres.
La educación es vital. Esto se debe a que ellos viven en una sociedad sin acceso a la educación. La educación salva vidas y construye futuros. Y los padres que piensan que casando a sus hijas les irá bien, lo piensan porque no tienen acceso a una educación que les permita entender que ese no es el mejor camino para sus hijas. Por eso, lo que me gusta de esta historia es ver cómo, a través de este equipo de baloncesto, estas chicas pasan de vislumbrar un futuro negro siendo esposas y madres a descubrir también que hay otras vidas para ellas.
Además, gracias a esta iniciativa y con el apoyo del proyecto deportivo Basket Beats Borders («El baloncesto derriba fronteras», en español), las chicas han podido viajar con el equipo a muchos lugares del mundo: Madrid, Barcelona, Roma, Irlanda o País Vasco. ¿Qué supuso para ellas descubrir otras culturas?
A mí este tipo de viajes siempre me han generado dudas. Porque los sacas de una realidad durísima durante unos días para luego regresarlos a esa realidad. Pero todas mis dudas se disiparon cuando les pregunté a ellas y me decían que este tipo de viajes de 15 días les daban combustible para vivir y soñar durante un año. Viniendo aquí se fortalecían al ver que la realidad de las niñas y las mujeres no era la misma que la de allí, con lo que otras formas de vida y libertad eran posibles. Y cuando regresaban luchaban aún con más fuerza sabiendo que las injusticias que vivían allí no son lo normal.
«Muchos padres prefieren entregar a su hija a un hombre para evitar que la violen en las calles del campo. Y al final las viola legalmente su marido»
¿Existe alguna posibilidad de que salgan de allí?
Pocas. Las que salen lo hacen porque han estudiado. De manera que se comprueba que la fórmula de Majdi de que sólo hay deporte si se acompaña de estudios está muy bien pensada. Hay muy pocas puertas para salir de Shatila pero, sin duda, la educación es la principal. Y también estamos viendo cómo, poco a poco, cada vez la gente que lucha por sus derechos va dejando las armas y apuestan más por la educación. Es muy bonito ver cómo hay padres que han pasado de encerrar a sus hijas en casa y buscarles maridos siendo niñas, a entender que a través de este equipo podían vivir mejor. Y se emocionan cuando ven a sus hijas encestar una pelota en un partido. Empiezas cambiando la mentalidad de las pequeñas, pero acabas cambiando la de las familias y finalmente la de todo el campo. Para mi Majdi es un agente de cambio, y rompe con el estereotipo de que todos los hombres musulmanes son machistas. Al principio, Majdi era de los hombres más odiados de Shatila, lo llegaron a amenazar de muerte, y ahora es uno de los líderes más amados, con lo cual, la mentalidad de la gente, a través de la educación, también está cambiando.
Sin embargo, en el libro también hablas de una cierta contradicción, porque Razan, la hija de Majdi, a la que quiere salvar su padre, no elige jugar al baloncesto. «Mi padre se quería salvar a sí mismo», llega a decir ella. Luego ella se casa, tiene un hijo, sufre palizas por parte de su marido y vuelve a casa. Aunque sea por una buena causa, ¿el hombre es el que siempre acaba decidiendo sobre ellas?
Cuando Razan desafía a su padre y se casa, sin saberlo, comete un gran acto feminista. Y Majdi, su padre, termina actuando según unos ideales feministas que no reconoce como propios, simplemente por sentido común. Pero el feminismo que defiende en público no es el que aplica en casa: intenta imponerle a su hija el baloncesto como vía de empoderamiento, convencido de que así la protegerá de las violencias que la rodean. Al final, se lo impone.
Para mí, el verdadero acto de valentía es el de Razan, que elige otro camino: más largo, más doloroso, pero propio. Se convierte en una mujer hecha a sí misma. Me emocionó saber que leyó el libro, que le tocó profundamente y le sirvió de espejo. Vio en esas páginas a una Razan que aún no había reconocido en sí misma. Allí, el feminismo no es una elección: es una forma de sobrevivir. Cuando le digo que es una valiente, me corrige: “No, soy una superviviente.” Y añade que le encantaría no tener que serlo. Ellas no hablan de feminismo ni se etiquetan como tales, pero lo encarnan cada día, luchando por existir.
«Oriente Medio es un ejemplo de cómo el feminismo es una lucha clandestina»
¿Crees que el feminismo occidental no ha sabido escuchar ni comprender las realidades de mujeres como las de Shatila?
Totalmente, Oriente Medio es un ejemplo de cómo el feminismo es una lucha clandestina. Y desde nuestra mirada occidental, pensamos que no deben estar tan mal si no salen a las calles ni se quejan ni gritan. Y la diferencia es que si ellas hacen eso, las matan. Así que deben ser más listas y menos visibles para avanzar. Lo que también ocurre en Oriente Medio es que cuando se dan tres pasos para adelante, se retroceden otros dos. Entonces el progreso es muy lento.
Y de aquí se puede extraer otro debate: el de si se puede ser feminista y llevar velo.
Sí, y no sólo porque lo piense sino porque además lo he visto. Y es muy peligroso asociar, cómo tristemente hace mucha gente, el velo a la imposibilidad de defender los derechos humanos y los derechos de la mujer. Es evidente que el hijab tiene un trasfondo de opresión, y también sería falso decir que todas las mujeres que lo llevan es porque lo han escogido. Pero de ahí a decir que todas las mujeres veladas, por el hecho de llevar esta prenda, no pueden ser feministas, no es cierto.
Además, es una forma de culpar a la víctima y poner el foco y la responsabilidad sobre ellas.
Exacto. Ellas siempre piden que se las pregunte antes de juzgarlas. Y es lo que se debería hacer. Hay que escucharlas más.
¿Y hasta qué punto la religión es la culpable del machismo que impera en estos países?
Sin duda, el Islam, pero igual que el judaísmo y el cristianismo, son religiones monoteístas por lo que de base son machistas y patriarcales. Pero no se puede culpar a la religión de todos los males que sufren las niñas en este campo, por ejemplo. Precisamente, hay un caso de una ONG que actuaba en el Líbano, que presumían de ser seculares y feministas, y al trabajar en el campo de Shatila se vieron obligados a incorporar a su organización a hombres religiosos cuyo trabajo era ir de casa en casa concienciando a los hombres, padres de familia, de que los matrimonios infantiles no aparecían en el Islam, por lo que no había que hacerlos. El problema, a veces, es la mala interpretación que se hace de la religión por gente que no tiene la suficiente información para rebatir lo que algunos líderes manifiestan.
En estos momentos en los que los ataques de Israel sobre el pueblo palestino se han recrudecido, vemos como el pueblo palestino no pierde la dignidad, aunque sí la vida. ¿Hasta cuándo crees que se puede prolongar el sufrimiento del pueblo palestino?
Por un lado soy optimista porque estoy convencida de que los gazatíes no se rendirán. Pero también soy pesimista cuando pienso que estamos ante un Netanyahu que quiere y necesita una guerra debido a sus ansias expansionistas y colonialistas del Estado de Israel. Él ya avisó que quería reordenar Oriente Medio. En las últimas horas ha bombardeado no sólo Gaza, sino también El Líbano, Siria, Yemen. Está claro que cuanto más conflicto haya, mejor para él, porque también necesita desviar el foco para no acabar en la cárcel por motivos de corrupción.
Y a eso se suman los apoyos internacionales.
Exacto. Tenemos a Trump, que no frena a Netanyahu, como tampoco lo frenó Biden antes. Y tenemos a una Europa colaboracionista, con Alemania situándose como el segundo exportador de armas. Con eso, ya se explica todo. El panorama es muy preocupante, lo único que me consuela es que los gazatíes no van a rendirse. Y eso que Egipto les podría abrir las puertas, pero muchos no querrían irse y preferirían morir por su tierra.
Txell Feixas durante su entrevista con EL ESPAÑOL.
Tú que has estado en muchos lugares de conflicto y que has contado la crudeza de las injusticias que allí se cometen, te quiero preguntar también sobre el papel y la responsabilidad que tiene el periodismo internacional. ¿Se está contando bien el relato?
No estamos contando todo lo que querríamos, porque no nos dejan. De forma excepcional, Israel ha vetado la entrada de prensa extranjera, algo que no ocurría desde hace mucho, y muchos periodistas locales han sido asesinados: eran los ojos que mostraban lo que Israel no quiere que se vea. Netanyahu entiende bien la importancia del relato, y por eso ejerce una censura brutal. Al impedir la entrada de periodistas, evita que se humanicen las víctimas. Sin rostros ni historias, solo quedan cifras que deshumanizan a los palestinos.
A esto se suma una anestesia generalizada ante la información: se estima que 4 de cada 10 personas eligen aislarse alegando hartazgo. No lo justifico, pero lo entiendo. Las guerras se narran como partidos de fútbol: sin matices, sin profundidad, sin conexión humana.
¿Y qué parte de culpa tienen también los medios de comunicación? ¿Cada vez se apuesta menos por el periodismo sobre el terreno?
Creo que la precarización del periodismo es el peor peligro que tenemos. Primero porque hacer buen periodismo conlleva mucho tiempo y es carísimo. Y luego porque si precarizas el sistema, lo debilitas hasta el punto de no ser sólido ni fiable a nivel informativo. Y ahora hay muchos medios que no pueden costear esto. Y también hay una excusa que siempre se dice y es que no vamos a ir a cubrir una guerra en concreto porque no vende. Y eso no es verdad, porque está demostrado que cuando envías a un equipo de periodistas que cuentan sobre el terreno y crean un producto de calidad, con rigor, la gente lo consume. Pero la tendencia es contarlo todo más corto, más superficial y, sobre todo, desde más lejos
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí