”No sé qué le pasa a Santa Bárbara con nosotros…”
No había caído todavía la noche cuando el trajín de coches colapsaba la carretera de Vega de Rengos. En las inmediaciones de la mina de la localidad del concejo de Cangas del Narcea, dos vecinos trataban de dirigir el tráfico ordenando aparcar los coches en la cuneta. Compañeros, amigos y vecinos de los mineros aguardaban a la entrada del recinto algún tipo de noticia, tras enterarse del derrumbe que había dejado sepultados a dos mineros. Otra vez se repetía la historia.
[–>[–>[–>Uno de los primeros en llegar fue Juan José Blanco, el párroco de Cangas del Narcea, que se enteró de lo sucedido al salir de misa. “Empezaron a pasar ambulancias y unos mineros me informaron de lo ocurrido”, relató poco después de las 18:15 horas. “Estoy porque hay que estar, es lo mínimo que podemos hacer”, sostuvo.
[–> [–>[–>Sus palabras se entremezclaban con el ruido de las máquinas removiendo la tierra. Un sonido sordo que obligaba a los presentes a mirar al suelo mientras la Brigada Minera de Salvamento actuaba. “Estuve 25 años ahí metido, sé lo que es”, comentaba Segundo Menéndez. “Siempre que hay una noticia así, impresiona, es imposible no empatizar”, agregaba.
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En el imaginario colectivo, imposible no recordar lo vivido hace apenas 7 meses, en la mina de Cerredo (Degaña), a apenas 25 kilómetros de Vega de Rengos. “No sé qué le pasa a Santa Bárbara con nosotros”, musitaba, con impotencia, el minero prejubilado Laureano Díez.
[–>[–>[–>[–>[–>[–>Familiares en shock
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En medio de la oscuridad, una mujer llegó corriendo por la carretera nacional con un chaleco fluorescente: “¡Mi primo creo que está dentro!”. Se agarró a un hombre en la entrada del complejo: “¿A dónde voy?”. Él se limitó a señalarle la entrada a la mina y ver cómo la joven se iba, entre sollozos y bajo la mirada impotente de los vecinos.
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El ir y venir de coches y ambulancias rompía el silencio. Una preguntaba asediaba a todo el que salía del recinto minero: “¿Se sabe algo?”. La respuesta del conductor aumentaba la angustia: “Nada”. Eran las 19:00 horas. El primer fallecido lo confirmaría la médica poco antes de las 20 horas.
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[–>Los avisos en los móviles, llamadas y mensajes confirmaron el peor de los presagios. Una chica joven apareció en la entrada nerviosa, llorando. “¡Está dentro, está dentro!”, exclamó. Un hombre se le acercó aportando la máxima tranquilidad posible en una atmósfera de tensión desbordante: “Están trabajando para ayudarlo”.
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Memoria de sufrimiento
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La tarde avanza, ya hace rato que es de noche, y se descuentan del reloj minutos que parecen horas en un ambiente helador. Vega de Rengos ya da por hecho que no dormirá. O, al menos, dormirá malamente. “Es increíble que pueda pasar esto otra vez”, lamenta el exminero Manuel Fernández. “Estuve 30 años metido en esa mina y saqué a compañeros, sé lo que es”, lamentaba Fernández.
[–>[–>[–>Dos veinteañeras aguardan nerviosas. Son Natalia Fernández y Mireia Sal. Sus novios, mineros, habían bajado a ayudar en las labores de rescate. “El mío tenía ese turno, el de tarde, pero lo cambió hace 15 días”, dijo Sal mirando al cielo, al borde del llanto.
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Otro llanto más desgarrador rompió y retumbó en el eco de la mina pasadas las 20 horas. La familia del primer minero hallado sin vida era informada oficialmente. De nuevo, un grito sordo, propagador ahora de la más trágica noticia, del peor desenlace. La poca esperanza que quedaba se desvaneció. “Solo nos queda arroparles”.
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Y aún quedaba por conocer oficialmente el desenlace del segundo atrapado. Pero nada podía mejorar una tarde-noche reservada únicamente para la tragedia. Truena de dolor en Cangas del Narcea. Y allí se acuerdan de Santa Bárbara, no saben «qué le pasa» con ellos.
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