Nos han felicitado porque ninguno ha reincidido
A la entrada del gimnasio Ludus SIPR Dojo de artes marciales, en Vitoria, hay una espada de madera colgada del techo por unos hilos. Es toda una declaración de intenciones para los chavales que acuden allí, algunos de ellos envueltos en problemáticas personales diversas. En la Antigua Roma los ‘Ludus Magnum’ fueron escuelas de gladiadores construidas bajo el mandato del emperador Domiciano. Allí combatían muchas veces entre ellos a vida o muerte. Llegado el momento, el ‘domine’ (amo) podía obsequiar a su esclavo con una espada de madera. Era el premio que simbolizaba su libertad. La primera lección que Iván Pérez Robles -uno de los monitores de este club vitoriano- da a sus alumnos, consiste en explicarles que romper las cadenas no es algo que se consegue de la noche a la mañana. “Hay que ganársela todos días a base de disciplina y de superación personal”, explica.
Su planteamiento es más fácil de entender si se presta atención a la historia de uno de sus pupilos. Es una más entre muchas otras. Gracias al kárate, Pepe (nombre ficticio), nunca llegó a pisar una cárcel y eso que le habían repartido todos los boletos para el sorteo. Nació en Marruecos en un entorno “bastante complejo”. Provenía de una familia “muy pobre” y sin apenas recursos. Pasó sus primeros años de adolescente viviendo en las calles de Tánger hasta que un buen día decidió meterse en los bajos de un camión para cruzar el Estrecho. En España se escapó de todos los centros de menores donde le ingresaron. El destino le llevó a Vitoria donde empezó a dar «muchísimos problemas desde el primer día”.
«Ese chaval era un demonio»
Un compañero de Pérez Robles le habló de aquel chaval que acababa de pegar a otro menor y de emborracharse después de haber robado una botella de vodka en una tienda ‘de chinos’. El entrenador fue a visitarle. Por aquel entonces, el chico solo tenía 15 años de edad. Cuando le vio por primera vez estaba haciendo parkour entre las paredes de los muros del centro. Ya había agotado la paciencia de todo el mundo en solo una semana, y el informe para derivarlo a un centro privado ya estaba redactado. Solo faltaba la pertinente firma. “Ese chaval era un demonio”, recuerda.
Pérez Robles pidió entonces que se lo dejaran un mes. Lo primero que hizo fue ponerle un vídeo de kárate y hablarle de forma lateral, “nunca frontal”. Le pidió que le enseñara a saltar entre las paredes como hacia él antes de proponerle que empezara a entrenar. “Estamos hablando de un chico muy esquivo, con muchísimo rechazo a la población de aquí, y lleno de prejuicios por todo lo que le había pasado”.
En su primer entrenamiento se puso a golpear el saco “para desahogar toda la rabia que llevaba dentro”. Dos días después regresó al cumplir su promesa de que no se iba a pegar con nadie. Durante los tres primeros meses entrenó de forma individualizada. En ese espacio de tiempo el chaval había dejado el tabaco, no consumía alcohol y ya no buscaba pelearse con sus compañeros. El paso siguiente fue acudir a entrenar al gimnasio de Pérez Robles con otros chicos que ya estaban compitiendo. “Al cabo de un año el chico había entrenado 365 días”, afirma.
Ese año quedó campeón de España y comenzó a estudiar mecánica “con buenas notas”. Han pasado cuatro años desde que Pepe cumplió la mayoría de edad y en la actualidad trabaja como mecánico. Su rabia ha quedado atrás, como dice su entrenador, que es quien mejor le conoce porque le tiene acogido en su propia casa. “Ahora tiene una vida plena y ya es parte de la familia”, añade.
Veinticinco años de proyecto
El proyecto que dirige Ivan Pérez Robles es privado. Además de trabajar como educador social, imparte clases en el gimnasio Gasteiz Sport. El dinero que obtiene lo reinvierte en Ludus, el local que tiene alquilado donde enseña a un grupo de jóvenes, algunos menas o bien otros que les envía la Fiscalía de Álava con pequeños delitos para realizar una actividad al margen de trabajos en beneficio de la comunidad. La idea surgió hace diez aunque ya lleva casi un cuarto de siglo enseñando artes marciales en barrios de gente trabajadora de Vitoria como Sansomendi, donde también hay bastantes personas de etnia gitana, “intentando el kárate sea una herramienta para la formación y educación de esos chicos”.
Tanto él como sus compañeras, Érika Ciudad y Jessika Egidua, que son integradoras sociales, tienen la experiencia suficiente para trabajar con chavales de perfiles un tanto complejos. “Vi que el kárate tenía un potencial tremendo para ayudar a estos chicos a tener disciplina y autogestión”, subraya el entrenador alavés. Lo que ocurre es que las instituciones que velan por esos chicos no tenían la misma visión. “Me decían que podrían ser más peligrosos”.
El menor índice de violencia
Ante la negativa, trató de que practicaran el ‘cross fight’ donde mezclaba ejercicios físicos con las artes marciales. “Poco a poco les fui convenciendo de que aquello funcionaba”, recuerda. El dato que más les convenció fue cuando les hizo ver que los chavales que entrenaban con él tenían el menor índice de violencia en el centro. “Y a eso hay que añadir que mejoraban en sus estudios y se volvían más respetuosos”.
Con el tiempo consiguió que la Diputación de Álava le permitiera dar clases en el centro de menas durante sus horas de trabajo. Hasta ha logrado que les autoricen a salir de la provincia para competir y que incluso les paguen el hotel. Él nunca les ha pedido dinero. “Con que no me pongan trabas ya me doy por satisfecho”, asevera.
Ahora mismo entrena en su gimnasio a seis chicos. Mezcla a los que están en el centro de menores con los que ya lo han abandonado. Le gusta contar con poca gente “porque trabajamos en base a la individualidad”. Esto es, enfoca el kárate con una visión ajena a lo comercial. Ni siquiera un alumno es rechazado por mal comportamiento. La actividad no se entiende como un premio o un castigo “sino como una herramienta para trabajar en su comportamiento”. El éxito del proyecto se basa en el grado de integración que pueden alcanzar estos chicos en una sociedad que ellos creen les es hostil. “Hasta me llamaron de Fiscalía para felicitarme porque ninguno había reincidido”.
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A la hora de participar en el proyecto no hay filtros. “Puede venir el que quiera”, afirma. Otra cosa es las ganas que luego pongan cada uno de ellos y su grado de implicación. “Mis entrenamientos no son muy atractivos porque los hago duros e intensos, algo muy alejado a la idea de venir a pasar la tarde”, añade. Por eso, el que se queda, es porque tiene ganas de mejorar tanto física como personalmente. Y el caso es que deja huella en sus alumnos. Al ser una población con mucha movilidad, la mayoría acaba yéndose de Vitoria o dejan el kárate por motivos laborales. Sin embargo, no pierden el contacto. Tan es así, que muchos chicos le han pedido luego que fuera el padrino de su boda o de algún hijo.
Mujeres maltratadas
Ellos también vienen al centro. Mujeres que han sido abusadas “y que se sienten inútiles”. Su tarea no es venderles mecanismos de autodefensa “infalibles” que podrían hacerlos peligrosos. Se trata de transformarlos en personas capaces de hacer las cosas por sí mismas “o que estén en mejores condiciones físicas y mentales que antes”. Hacerles creer que con unas pocas clases son capaces de plantar cara a un agresor es un error que puede poner en peligro su vida.
“Para dominar un combate real se necesita mucho entrenamiento y mucha técnica, y lo que hacemos son una especie de talleres de empoderamiento”. Nadie engaña a nadie. «Les enseñamos a reconocer los peligros y a estar en buena forma».. Si a una mujer le dices que le dé un puñetazo a su agresor y se escape si mide 1,50 metros y pesa 80 kilos, ¿cómo va a escapar?” Así que el entrenamiento para mujeres mayores de 50 años no se centra únicamente en golpear el saco y hacer algo de ciclismo. “Debemos trabajar desde otras perspectivas que potencien sus capacidades y sean capaces de identificar riesgos, poner límites y mejorar su condición física”.
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