Nuestra Matisse
Huyó del derecho camino de Salamanca, donde su universidad le otorgaría lo que su naturaleza artística le había dado. Ya siendo niñina había sentido esa pulsión hacia la pintura, tal vez por ver a su madre todo el día dale que pego con el lienzo. Y también a su abuela o hermanos. Malen Manzaneque creció entre olores de témperas y aguarrás. Y con los primeros cuartos que se agenció por becas o ventas voló a California a mejorar su técnica. Cuando le preguntas qué sacó en limpio de aquella estancia en San José se acuerda sobre todo de sus vivencias más personales. Allí se defendía como podía en espanglish, y solía cruzar la frontera hacia México, donde contaba con familiares y llegó a enseñar en una facultad. Seguro que de sus años en Tijuana le viene ese rico colorido que imprime a sus obras. De aquella experiencia americana se queda con lo más preciado, su cría ya treintañera, en la que Malen ve condiciones innatas para el arte, que aún no parece muy decida a demostrar.
[–>[–>[–>No sabe bien por qué comenzó pintando grúas. Ni por qué lo hace ahora con sus series de pescados o botellas. De estos le atraen sus brillos y formas estilizadas. Aunque haya firmado formidables marinas, lo suyo son los paisajes urbanos de su Oviedín y Llanes del alma. Expone con frecuencia no solo en Asturias, sino en galerías diseminadas por España y el extranjero, en París, Bratislava, Venecia o Florencia. Y lo hace o ha hecho en tabernas y pubs, en uno de los cuales me quedé prendado de sus óleos.
[–> [–>[–>Quizá tenga más creaciones colgadas en México que aquí. Pocos oriundos de Llanes retornan a tierras aztecas sin un Manzaneque enrollado en tubos de cartón. Hasta trabaja los encargos durante el invierno para tenerlos preparados de cara al verano. En su estudio en un sótano que no lo parece por su luminosidad, cuenta con una cama que nunca usa porque se pasa la vida pintando. En ocasiones le da por abandonarlo algún tiempo, pero no tarda en volver al caballete. O a los grabados, en los que deja salir esa vena más vanguardista y cañera.
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De sus décadas como docente en la enseñanza media, en las que recorrió el Principado, recuerda lo mucho que le costaba llamar la atención a los chavales que daban la murga en clase. Y las satisfacciones que le proporcionaban algunos dedicados después a lo mismo que ella, pese a reconocer que debieron de haber sido más en número.
[–>[–>[–>Como su maestría con el pincel es bien conocida, recibe de vez en cuando encargos para ilustrar eventos populares, como la fiesta de la Balesquida o el Día de América en Asturias. Sus carteles son en realidad imponentes cuadros, que por eso impactan tanto y se comentan cuando se distribuyen por mupis o escaparates.
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A Malen Manzaneque, aunque los Velázquez o Goya le encanten, le gusta más Matisse. Pero muy bajito y sin que nadie se entere les diré que yo la prefiero a ella. Y en especial por ese toque de gran dibujante casi de cómic que tiene, capaz de dotar de perspectiva, dinamismo y elegancia a una simple barra o a unas modestas mesas de un bar, a una lancha entre las olas, a unos virreyes antes de ser cocinados a la espalda, o a unos edificios a los que la sombra cubre al atardecer. Por eso sufre como si le robasen algo cuando vende sus producciones, un desgarro interior que se repite como el primer día. Como les sucede a los mejores.
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