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Ocho propuestas de senderismo por las Rías Altas de Galicia | Escapadas por España | El Viajero

Ocho propuestas de senderismo por las Rías Altas de Galicia | Escapadas por España | El Viajero
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  • Publishedmayo 9, 2025



Una cascada en Belelle, en Neda, y siete itinerarios de concentrada belleza litoral invitan a deleitarse con las Rías Altas gallegas, entre el golfo Ártabro coruñés y Ribadeo (Lugo). Se trata de senderos relativamente cortos, muy primaverales, para los que hay que llevar buen calzado y un sufrido chubasquero, por si las moscas.

1. Al faro de Punta Roncadoira por la Costa da Morte Lucense, en Xove

Este espacio se caracteriza por presentar un excelente estado de conservación, cuya Senda Costeira de Xove (Lugo) se beneficia del espectáculo admirable del mar batiéndose contra portentosas montañas graníticas que dan nombre a la Costa da Morte Lucense.

Emprenderemos la ruta junto a las ruinas del monasterio de San Tirso de Portocelo, fundado en el siglo VIII y del que quedan en pie restos de la capilla del XVII. Los dos fosos con parapetos tienen casi más de fortaleza que de templo. Viendo cómo despunta el alba tras la isla de Sarón (refugio de fauna alada) se entiende el porqué de su místico emplazamiento. De aquí al faro de Punta Roncadoira hay dos kilómetros de senderos aledaños al mar, ricos en tojos y helechos, usados tradicionalmente para repasar puestas de pesca desde tierra.

Enseguida casi podremos tocar el islote de Cal, entre cuya fauna se puede citar la presencia de gaviotas y cormoranes, para después encarar un repecho de 133 metros hasta la cima del rocoso monte Castelo. Dos bancos —uno orientado a naciente y otro a poniente— hacen del miradoiro un lugar con muchísimas posibilidades. Poco antes de llegar al asfalto hay fijados paneles con información sobre la flora y la fauna del lugar.

Una mujer camina hacia el faro de Punta Roncadoira.

Dentro del perímetro encintado con balaustradas, la torre seriada de hormigón del faro de Punta Roncadoira muestra fuste circular para ofrecer la menor resistencia al viento. Como ocurre en tantas ocasiones, el topónimo responde a la descripción de la orografía: si golpea fuerte la marejada, se escucha el roncar continuo del oleaje —de ahí el nombre de Roncadoira— a través de un bufón invisible para el visitante. Al regreso podremos acortar la caminata orillando el monte Castelo.

Esta ruta maravillosa se aconseja cubrirla de buena mañana, regresando en coche a última hora al faro para contemplar la puesta de sol. Un interesante establecimiento para pernoctar en la zona es Lugar das Marías.

2. Una cicatriz llamada Seixo Branco, en Oleiros (A Coruña)

La costa de Dexo, en Oleiros, tiene una recia y vigorosa contextura litoral al romper en sus cantiles el Atlántico más bravo tras rozar la torre de Hércules, columna que se discierne a placer desde este balcón sobre la ría coruñesa. Antes de afrontar casi en su totalidad la Ruta Seixo Branco-Furnas —circular y de unos tres kilómetros de extensión— acudiremos al Aula do Mar, ubicada en las antiguas viviendas fareras de Mera, donde abre el Centro de Recepción de Visitantes del Monumento Natural Costa de Dexo-Serantes. En primavera y otoño se organizan visitas guiadas y gratuitas por la zona.

Paseo por los acantilados del Seixo Branco, en Oleiros (A Coruña).

El coche lo dejaremos en la Rúa Cisco (entrada por Rúa Codes) perteneciente a la parroquia de Canabal. Al principio, la punta acantilada de Canabal (de apariencia insular) reclama para sí todas las miradas. Enseguida llegamos al búnker casi centenario del Seixo Branco, desde donde, valiéndose de un proyector, vigilaban hace un siglo las rías de A Coruña y Ares de los posibles ataques a la base naval de Ferrol. Hoy son las gaviotas y los cormoranes moñudos los que vigilan a los senderistas. Justo al lado cae longitudinalmente aprisionada en el cantil una singular veta blanca de origen magmático, como si de un torrente marfileño se tratase. El Seixo Branco (cuarzo blanco, en gallego) contrasta con el resto de acantilado de roca de esquisto y tonalidades ocres; dista, por tanto, de ser el típico acantilado de granito gallego. Un filón siempre sirvió de referencia a los capitanes para arribar al puerto coruñés.

Esta es una zona tan azotada por fuertes aguaceros, vientos intensos y olas rompientes, que solo prospera la vegetación herbácea adaptada al medio. La flora acantilada está representada por la Armeria marítima o herba de namorar, que florece en primavera (y que ni por asomo hay que arrancar). Dice la leyenda que dejarla caer en el bolsillo de la persona amada, sin que ella se dé cuenta, asegura el flechazo.

Después reparamos en tres furnas (cuevas marinas) cuyo techo fue abatido por el oleaje y cuyas oquedades, valladas, se comportan durante las marejadas como sifones: son Ollo Pequeno (Ojo Pequeño), A Regocha y Ollo Grande (Ojo Grande). A la vista queda el islote de A Marola (se fotografía magníficamente desde el puerto de Dexo), cuya línea imaginaria trazada con la torre de Hércules justificaba el refrán marinero: “Quen pasou A Marola, pasou a mar toda”.

El clima resulta inhóspito y a medida que nos dirigimos al interior surge el matorral, y, más al socaire, el arbolado. Saldremos del camino en la Rúa Codes para regresar al coche y finiquitar la jornada en el bar Puerto de Lorbé, dando cuenta de unos mejillones en salsa.

3. Antiguas baterías que son miradores en el monte Campelo de Valdoviño (A Coruña)

La líneas artilleras de defensa de la base de Ferrol, hoy sin uso militar, constituyen valiosos enclaves litorales sin urbanizar de la costa Ártabra. Uno de los ejemplos más espectaculares es el monte Campelo, con 242 metros de altitud, también llamado Coto da Vela, en el extremo meridional de Valdoviño, que llegó a alojar entre 1927 y 1940 dos ciclópeos cañones Vickers-Armstrong, de 381 milímetros, con un alcance próximo a los 35 kilómetros.

Dejaremos el coche junto al restaurante Os Percebes, de la parroquia de Meirás. Por Lavacerido se empieza a disfrutar de estas dos horas de tranquila ascensión. Al finalizar el asfalto, en la primera bifurcación del camino de tierra, hay que tirar por la derecha para subir zigzagueando entre un mar de tojos y algún eucalipto hasta la explanada donde una roca redonda indica que debemos virar a la derecha. De esta manera alcanzaremos el viejo emplazamiento de los Vickers, hoy convertido en mirador sobre el océano. “Como estas piezas gigantescas fueron trasladadas a Tarifa (Cádiz) en 1941, la única posibilidad de verlas en el norte de España pasa por desplazarse al parque del Monte de San Pedro, en A Coruña, donde quedan aún apostados dos Vickers-Armstrong gemelos a los de Campelo Alto, uno de ellos visitable”, recuerda César Sánchez de Alcázar, gran especialista en la materia.

Uno de los cañones Vickers-Armstrong en el monte de San Pedro, en A Coruña.

Ya solo queda tomar la pendiente a la cima. Según Vicente Bogo Dopico, vecino de Montefaro y responsable del rudimentario banco colocado en la cumbre (los dos anteriores fueron vandalizados), “lo mejor es subir bien abrigados al día siguiente de una jornada pasada por agua, toda vez que el rango de visión es fantástico: el faro de Punta Frouxeira y las Rías Altas hasta casi Estaca de Bares, por una banda; la playa de Campelo, Cobas y cabo Prior, por la otra. En días transparentes, con prismáticos, se columbra la torre de Hércules”.

Luego, en coche, podemos acercanos, mejor en bajamar, a la bravía playa de Campelo, que esta primavera cuenta con importantes aportes de arena.

4. Ortigueira: el banco más bonito del mundo y más allá (A Coruña)

Los escarpados acantilados de Loiba, en Ortigueira, uno de esos tramos milagrosamente conservados de la costa norte española, saltaron a la fama en 2010 a cuenta de El banco más bonito del mundo, colocado junto a la aldea de Picón y a la altura de la Costa Brava, llamada así por la manifiesta fuerza del océano. Aparcamos junto al chiringuito de Furnas para costear unos dos kilometros esta maravilla natural. El banco de madera, que fue emulado en buena parte de la costa española, ofrece la mejor perspectiva del islote horadado de Gavioteira, delante de la pedregosa cala de O Coitelo. El paseo debe seguir hasta la preciosa cala arenosa de Fabega, que se podrá observar más tarde desde el mirador del Monte Cativo. Es la primera de tres playas que muestran cada una de ellas distinto tipo de arena.

Varios turistas se concentran para fotografiarse en el llamado banco más bonito del mundo, en Loiba, Ortigueira.

Las Pedras do Castro separan Fabega de la playa de Lomba antes de pasar a Ribeira do Carro, también llamada A Basta, tradicionalmente de acceso rodado para percebelleiros y algueiras, ayudándose antaño de burritos para acarrear las algas rojas que arroja el océano. Desde el mirador Pena de Quelle se distingue el cabo Ortegal y casi hasta Estaca de Bares, y delante, el trío rocoso de las Tres Marías y el peñasco de O Rodicio, que remite a las formas de un submarino. El Sarridal, el arenal más extenso, merecería incluirse en el santoral playero. Su zona occidental pertenece a la parroquia de Céltigos y lleva por nombre Baralloca.

El viajero que no limite su curiosidad puede seguir costeando hasta el mirador de Pena Furada (también se llega casi en coche), mejor un día de mar encrespada, cuando rompe el oleaje por la abertura horadada del roquedo.

5. En Cedeira (A Coruña): subida al alto de Tarroiba

Tras la paz orográfica (que no turística) de la ría de Cedeira, dirigimos nuestros pasos a un tramo de costa en el que sentir la impresión que deparan los más altos acantilados de la Europa atlántica. Relieves significados por la sierra de la Capelada, toda ella de un verde impecable y con un subsuelo que justificó las declaración de geoparque Cabo Ortegal.

En la carretera al faro de Punta Candieira encontramos a mano izquierda la explanada que señala la cantera de Purrido, donde afloran algunas de las rocas más antiguas de la Tierra, con 4.300 millones de años de antigüedad; las anfibolitas fueron usadas como material constructivo en muchos hórreos cedeirenses. Aparcamos, y buscamos detrás de las antenas de la estación meteorológica (muy citada en Galicia) la pista que desciende al banco orientado a la ría de Ferrol, y a las islas Sisargas si impera el buen tiempo.

Al otro lado de la carretera salimos a pie, bien abrigados, y tomamos la pista maderera (hoy cortafuegos) que nos eleva 130 metros, a lo largo de un kilómetro y medio, hasta el alto de Tarroiba (378 metros de altitud). Su cara norte cae a pico a la altura de punta Balteira. En esta zona se erigió una garita de vigilancia conectada con las de Bares y Herbeira. Por su posición sobresaliente sobre el medio, atisbaremos los acantilados de Limo (que ocultan el faro de Ortegal), la aldea mágica de San Andrés de Teixido, la ensenada de Cortes y la ría de Cedeira. Muy escondida queda la cueva de Fuxidos. José Manuel Breijo, vecino de Cedeira y propietario de Portal Norte, es un fan de Tarroiba y hasta su cumbre guía a las familias para aprovechar la diafanidad del cielo las noches de verano en que cae la lluvia de Perseidas.

La aldea de San Andrés de Teixido (A Coruña).

De vuelta al asfalto, fotografiaremos el faro de Punta Candieira, bajando a pie por las curvas en forma de lazo de su vía de servicio. Un buen lugar para hospedarse en esta zona es la Casa Rural San Andrés de Teixido.

6. A la rugiente cascada de Belelle, en Neda (A Coruña)

Si hay un lugar al que acudir tras el paso de una borrasca, ese es la deslumbrante fervenza (cascada) de Belelle, de las más altas entre las gallegas, escondida a 3,5 kilómetros de la ría ferrolana. El coche hay que dejarlo nada más rebasar el pazo de Isabel II, para así cubrir dos kilómetros de asfalto rodeados de helechos y denso arbolado. El molino de Barcia es la sede del parque micológico de la Asociación Micolóxica Viriato, donde en otoño se desarrollan jornadas en torno a las setas.

Dos excursionistas ante la cascada de Belelle.

Al cruzar el río Belelle, a la altura de la central hidroeléctrica de 1901 (que abastece de energía a Ferrol), si torcemos a la derecha subiremos en 20 minutos por un camino sinuoso al mirador de la Cascada, ya en el Ayuntamiento de Fene, que permite contemplarla casi a la misma altura de su caída. Volvemos sobre nuestros pasos para embocar el vial principal que en 500 metros traslada a la base de la cascada de 45 metros, en un entorno de robles y castaños. Escuchamos el fragor y puede que nos impregne el orballo (calabobos). Tras las grandes lluvias, la espuma crea formas y un retumbar que sobrecoge. Esta caída que precipita el agua del río Belelle era insuficiente para mover las turbinas, por lo que hubo que captar el agua río arriba. Un destacamento de marinería custodiaba este enclave que abastecía de agua a la base naval de Ferrol.

7. Por el apacible fondo de la ría de O Vicedo, arranque de la Mariña Lucense

La costa de O Vicedo se puede recorrer a pie a lo largo del sendero PR-G 156. Se trata de senderismo de naturaleza sin apreciables desniveles, incluyendo un puerto pesquero muy resguardado del mar, dos caletas y una playa. Una suculenta forma de empezar es comiendo dentro de la lancha del restaurante La Bodeguita del Puerto, especializado en tortilla de berberechos, pescados y mariscos. Para bajar la comida, y tras un descanso, nos incorporamos a la ruta costera junto al espigón, en la cala Vidreiro, no sin antes haber leído el panel informativo.

Qué mejor lugar para disfrutar de la visión de la rías de O Barqueiro (A Coruña) y O Vicedo (Lugo) que la baliza blanca de Punta do Castro, seguida por la cala de Caolín, a la que apodan “el pequeño Caribe gallego” por el contraste entre la arena blanca y el azul turquesa de su océano transparente. Tanto Vidreiro como Caolín son perfectas para los días soleados de verano, cuando castiga el viento fresco del noreste.

Dejamos atrás la antigua factoría de salazones y ganamos la mejor perspectiva de Porto de Bares (Mañón), de visita obligada. Los pasos rodean después el monte Atalaya, mientras se deja ver la isla Coelleira, que albergó un monasterio templario. En el único cruce de la ruta, hay que tomar la izquierda para bajar a la estupenda playa de Xilloi. Una concha de nulo oleaje, muy del gusto infantil, con generosa zona dunar dotada con la arena más blanca y fina de los contornos, protegida con pasarelas.

Un senderista retrata la isla Coelleira desde la costa de O Vicedo.

Después puede ser el momento de tomarse un respiro en el veterano merendero Los Árboles, de mesas amplias bajo el arbolado y especialidad en calamares fritos y croquetas de chipirones. Al lado, un armador (que actualmente ostenta el cargo de alcalde) construyó su casa a imagen y semejanza del puente de un buque.

Para el regreso se puede atajar pasando por la iglesia de Santo Estevo do Vicedo, asentada sobre un castro como escenario defensivo. Se caminarán unos cuatro kilómetros en total.

8. Ristra playera ribadense (Lugo)

La visita a la mundialmente famosa playa de Las Catedrales, en Ribadeo, pese a su innegable atractivo, no se agota en sí misma. Una vez reservada la autorización de entrada para Semana Santa y verano, podremos deambular por sus arcadas, pórticos, cuevas y pasadizos esculpidos por el viento y las mareas. Posteriormente nos incorporaremos a la Ruta da Costa para seguir disfrutando, siempre en bajamar, de dos kilómetros y medio de litoral ribadense, incluido en la Red Natura 2000 y declarado Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y Zona de Especial Conservacion (ZEC).

Decenas de turistas recorren la famosa playa de Las Catedrales, en la provincia de Lugo.

A 10 minutos caminando nos toparemos con la arena de la playa de Esteiro, muy familiar por las pozas que se forman en bajamar, así como por no cubrir apenas durante la marea llena. En una casa de labranza abre todo el año la pensión y bar de raciones Os Muiños (669 46 00 10).

Después de la cala de Covas, bajamos a otro must de la Mariña Lucense, la playa Das Illas, donde la gracia consiste en rodear sus islotes en bajamar o llegar a pie a la playa de Os Castros, con la que se une en marea baja. Os Castros, de 220 metros de largo, a la que se accede por un curioso pasadizo rocoso, se disfruta visualmente desde el mirador central. Otro mirador con bancos se extiende en el lado oriental para relajarse con el crepúsculo junto al monumento en memoria de Luis Torviso, surfista abonado a esta playa de referencia entre los vecinos de Ribadeo.

Después, con el coche, pararemos en varias antiguas cetáreas (viveros) antes de recalar en el puerto de Rinlo para, si se ha reservado con antelación, degustar el ya clásico arroz de marisco de A Cofradía. Si no se tiene reserva o se busca una alternativa más tranquila, la opción son los pescados y mariscos de A Mirandilla.



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