Paisajes Urbanos, por Gonzalo Barrena: Un milagro
A los arquitectos Cárdenas y Goicoechea, el Avilés industrial les debe un buen manojo de aciertos. Entre ellos, la visera que protegía la espera del autobús entre La Rocica y Las Estrellas, polígonos de clase media en la ciudad ideal de Ensidesa.
[–>[–>[–>La marquesina articulaba los flujos entre la arteria de Santa Apolonia y los barrios altos siderúrgicos, pero lo hacía al modo en que resaltan por sí mismas las «naves silenciosas», interesante concepto de Robert Venturi en la arquitectura industrial. Las «naves silenciosas», como las de Balsera por ejemplo, cumplen su función dentro de un conjunto, pero generan un aura estética a su alrededor sin necesidad de estridencia, despertando esa misma admiración que generan las personas independientes. La marquesina se bastaba a sí misma a la hora de expresar su moderna belleza.
[–> [–>[–>Nada que ver con la pobreza de los tinglados que amparan hoy a quien espera un autobús. La lucha de clases se acanalla en la ciudad contemporánea, donde ya no quedan «paradas» como aquella, pensadas para iniciar con toda dignidad el transporte público. A finales de los 50 pervivía –Franco inconsciente– la razón constructiva del Movimiento Moderno, y el desarrollismo de los 60-70 no había dado rienda suelta aún a su urbanismo salvaje, de bloques irracionales sin ascensor y calles de tierra. La marquesina de La Rocica, como una flor tardía, expandía su gracia atrevidamente hasta el borde mismo de la barbarie, la carretera de Avilés, de donde quisieron borrarla los urbanistas ciegos y un milagro de última hora la salvaguardó. Un milagro parecido al de la Casa de la Virgen María, que voló piedra a piedra desde Nazaret a Recanati, en Italia, donde permanece perimetrada por el Santuario de Loreto, cuya virgen es la patrona de la aviación.
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Con menor distancia pero idéntica sorpresa, pues los milagros no tienen tamaño, la visera fue evacuada desde La Rocica a la retaguardia de Llaranes, donde se asolaza actualmente junto a las casas de Capataces, otra sección del platonismo siderúrgico. Una legión de ciudadanos conscientes y la luz de Rubén Domínguez, historiador y gestor del Patrimonio, engrasaron el traslado, convenciendo de su oportunidad al Cártel de Los Otros, o políticos.
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