Pifias paralímpicas
Sucedió en los últimos Juegos Paralímpicos de París y lo contó en una de sus columnas dominicales con mucho lucimiento el periodista Íñigo Domínguez. Cuando nos ponemos puretas a más no poder, «Bilbo», cuando nos agarramos a la inescrupulosa burocracia, cuando nos limitamos a aplicar las normativas con rigidez cadavérica, cometemos estupideces, incurrimos en aberraciones, producto de la necedad, como las protagonizadas por diferentes jueces de aquella competición.
Una mujer ciega, a la sazón española, lleva tres horas corriendo el maratón junto a su guía, ambos amarrados a un cordón como es preceptivo. Gana la medalla de bronce; pero, al parecer, nanosegundos antes de llegar a la meta soltó el cordoncito para ayudar a su guía que se tambaleaba y medio se desmaya al borde de la línea de llegada. Y, claro, como eso está prohibido quedó descalificada y perdió su merecida medalla.
Un piragüista italiano, al que amputaron una pierna a los 18 años, quedó tercero en los 2000 metros. Cuando llegó, descubrieron que tenía el móvil en la bolsa donde portaba el agua. Se demostró que no lo había usado, sino que se trató de un desgraciado olvido. Y, claro, como está prohibido llevar dispositivos electrónicos, pues nada, oye, eliminado.
Un nadador chileno, que perdió un brazo por un tumor, y que además competía con cáncer, fue eliminado de los 100 metros mariposa, donde quedó sexto, porque en una de las patadas en el agua había movido una pierna con una ondulación antirreglamentaria. Pues eso, fuera diploma olímpico por culpa de una irregular ondulación; que aprenda para la próxima.
En ninguno de los casos, «Bilbo», se perjudica a nadie, ni cobra sentido tanta rigurosidad extrema, salvo que se pretenda demostrar que no hay excepción que valga, que solo las reglas aplicadas obtusamente aseguran un juego, una vida, un mundo… correctos. Coincido con las apreciaciones del periodista cuando escribe que «estas historias tienen en común a personas excepcionales, con vivencias terribles, que se dejan la vida por hacer un deporte en condiciones mucho más difíciles que los demás y que al final se topan con individuos sin alma, aferrados a sus reglamentos […] Porque también se espera que estos atletas ciegos, sordos y mutilados, que logran estas hazañas sobrehumanas, no sean humanos. Un mensaje de advertencia para los niños que lo vean en la tele: sigue las malditas reglas, vence a todos y olvídate de los demás. Sé la peor versión de ti mismo. Ser persona es mucho más difícil, no dan medallas por eso».
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La atleta ciega española, cuya dramática peripecia encabeza las pifias paralímpicas que te acabo de señalar, «Bilbo», lo resumió a la perfección: «Me han descalificado por ser persona».
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