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Por los bosques templados del sur de Chile | El Viajero

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  • Publishedjunio 11, 2025



En su incursión a la selva valdiviana, Charles Darwin se fijó en un “extraño pajarito de pecho rojo que habita en los bosques tupidos y emite ruidos muy peculiares”. El naturalista, entonces, escuchó “cheucau” en boca de un grupo de indígenas, aunque aún no sabía que el chucao era uno de los mayores símbolos de los habitantes en el sur de Chile. La selva valdiviana, en realidad, es un extraordinario ecosistema de bosques densos, húmedos y musgosos lleno de especies endémicas: más de la mitad de las plantas y los peces que se ven aquí solo existen en esta tierra moldeada y arañada por el ser humano.

Situada a 170 kilómetros al este de la ciudad de Valdivia se encuentra la Reserva Biológica de Huilo Huilo, uno de los mayores exponentes de este estallido de naturaleza y cuyo emblema, por cierto, es el chucao. El proyecto de restauración del territorio comenzó en 1998 después de que un empresario maderero comprara 100.000 hectáreas a los pies de la cordillera de los Andes, entre el lago Pirihueico y bajo la eterna amenaza del volcán Mocho-Choshuenco. Sus promotores quisieron devolver el ecosistema de este inmenso espacio atravesado por el río Fuy a su estado original tras décadas de deforestación. Hoy cualquier fragmento de la reserva da cuenta de esa singular variedad de árboles y plantas nativas, desde los coihues, raulíes, arrayanes, ulmos o helechos hasta la miríada de flores, enredaderas, helechos, líquenes y hongos.

Un ejemplar de chucao.

Las comunidades indígenas llaman “huilo” a las grietas profundas, pero también se conocen así a los brotes tiernos del coligüe, una caña que crece en estos bosques. Los mapuches, que hablan mapudungún, repiten dos veces una palabra cuando hay abundancia de aquello que nombran, por lo que en la reserva hay mucho de ambos. La visita comienza en torno al conjunto de edificaciones disimuladas entre la vegetación. Al principio, el arquitecto del proyecto diseñó cafeterías y uno de los accesos al parque, pero los encargos aumentaron y su imaginación comenzó a desbordarse en museos y hoteles de diseño vertiginoso.

El hotel Montaña Mágica, por ejemplo, está forrado de vegetación sobre una cubierta de roca volcánica por la que caen cascadas de agua, mientras que la forma achatada del hotel Reino Fungi se integra en la selva gracias a sus caprichosas formas y exigentes materiales, ya que cada columna, cada techo, cada ventana y cada pared están hechos de coigüe, mañío y raulí, maderas nativas. El hotel Nothofagus o las dispersas Cabañas del Bosque, donde pasamos la noche al calor de la estufa de leña, aportan al entorno unos aires de fantasía cuyo estilo se ha llamado “surrealismo étnico” o “arquitectura orgánica”.

El hotel Nothofagus, en la Reserva Biológica de Huilo Huilo.

El corazón del complejo está conectado por una intrincada red de pasarelas de madera y pasadizos en las tripas de los edificios, añadiendo más aires de misterio en esa conexión con la naturaleza que engulle a las construcciones. Desde aquí, el atronador rumor del salto de La Leona se suma al entramado natural que se ve desde los senderos cuando, a la luz del día, aparecen los espigados raulíes junto a olivillos o tepas. Un sistema de caminos parte desde cada uno de los cinco accesos a la reserva —Portal de los Leones, Portal Huilo Huilo, Portal Amankay, Portal Huilo Huilo, Portal Caverna Volcánica— .

“Los portales simbolizan la entrada a otro mundo”, explica Rodrigo Campos, nuestro guía en Huilo Huilo. En este territorio habitado históricamente por mapuches todo tiene una mística relacionada con otra dimensión y el estado salvaje que el progreso magulló. La reserva, ahora, trata de revertir el desequilibrio natural: se ha conseguido reintroducir el huemul, el ciervo endémico que aparece en el escudo del país y que desapareció de estos bosques. Enriquecen la biodiversidad de Huilo Huilo las 80 especies de aves, la presencia de 30 clases de plantas endémicas de las 70 características del bosque templado, la casi extinta ranita de Darwin, el pudú, los monitos de monte o el chimaihuen, unos marsupiales que habitan América desde tiempos inmemoriales. Pero también los huidizos pumas se suman a esa lista. “La literatura científica dice que un puma recorre 10.000 hectáreas en su vida, pero los guardabosques han registrado, solo en la zona sur [60.000 hectáreas] 12 o 13 pumas diferentes”, asegura Campos.

El conjunto de impresionantes cascadas, como los 35 metros de caída de agua del río Fuy o las cuevas volcánicas, son los caprichos naturales que pueden observarse desde los miradores y senderos que recorren unas extensiones taladas por la industria maderera. Por suerte, muchos sectores de Huilo Huilo se mantienen intactos debido a su aislamiento. Pero las acequias que aún cargan agua, los puentes abandonados o la central hidroeléctrica que agoniza en torno a los saltos de Llallalca recuerdan la intervención humana en una reserva integrada en los Bosques Templados Lluviosos de los Andes Australes, declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco en 2007.

Valdivia, capital cultural del sur

Cualquier paseo por una ciudad comienza por su historia, y en Valdivia hay una fecha ineludible en su biografía: las casas bajitas, los recuerdos y los temores llevan a aquel 22 de mayo de 1960 en el que la capital de la Región de los Ríos sufrió el terremoto más intenso del planeta. Su destrucción, sin embargo, fue el impulso definitivo que ha hecho de ella una vibrante ciudad universitaria. El paseo marítimo, conocido como costanera, recorre la margen del río Valdivia entre casas coloniales, la feria fluvial de productos locales, los leones marinos atraídos por el pescado y la sede del Centro de Estudios Científicos, que se trasladó de Santiago a Valdivia. Es una de las muestras de una apuesta potenciada por un Festival Internacional de Cine o el Fungifest.

Parte del sistema de fuertes situados en estuario de los ríos que protegieron el acceso a la ciudad chilena de Valdivia.

Este antiguo nudo de comunicaciones fundado por el conquistador Pedro de Valdivia, situado 800 kilómetros al sur de la capital del país, mantuvo un aislamiento que las nuevas comunicaciones tratan de clausurar. Un pequeño aeródromo conecta vuelos con Santiago de Chile, donde llegamos con la compañía Level, que mantiene tres vuelos semanales desde Barcelona y permite, de un salto, esquivar las distancias y el tiempo. Frente a la ciudad, Isla Teja se presenta como un oasis cultural concentrado en apenas 17 kilómetros cuadrados en los que se mezclan cafeterías coquetas, un jardín botánico con mil especies, restaurantes modernos, casitas coloniales y el campus de la Universidad Austral. Por las animadas calles de este antiguo barrio obrero pasean los estudiantes, acostumbrados al silencio impuesto por los ríos Cruces, Valdivia y Cau-Cau.

Un circuito autoguiado enhebra los hitos más destacados del patrimonio de la isla, desde la antigua cárcel, la casa Castaño (un espacio cultural), las ruinas de una fábrica de calzado que distribuyó zapatos a todo Chile o los museos Histórico y Antropológico y el de Exploración. El primero es un batiburrillo de piezas que recorren la presencia de poblaciones nativas de las que Darwin dio cuenta en su viaje a bordo del Beagle mientras que el segundo, que exhibe las aportaciones del naturalista Rudolph Amandus Philippi, ahonda en la historia reciente de una región que fue repoblada con colonos alemanes en la segunda mitad el siglo XIX. El sur de Chile necesitaba repoblarse para seguir expandiéndose por tierras mapuches, así que una ley de colonización haría posible que, en solo medio siglo, vinieran 30.000 alemanes al país. Decenas de familias alemanas en Valdivia. Uno de los más conocidos fue Carlos Anwandter, cuya residencia es ahora la sede del museo Histórico, ya que la colonia europea dejó un buen número de construcciones, la herencia de actividad marítima y comercial, además de una legendaria tradición cervecera. Invadido por la nostalgia, Anwandter trajo sus recetas y abrió una cervecería que pronto se expandió hacia el norte del país. Su compañía fue el germen de la Compañía Cervecerías Unidas, que hoy produce algunas de las cervezas chilenas más populares. La tienda Fehlandt, en Valdivia, es el resumen definitivo de esa tradición de malta y cebada.

Con el comercio llegaron las comunicaciones, así que la construcción del ferrocarril a finales del XIX empezó a romper aquel aislamiento geográfico en el que el río y el mar enlazaba las ciudades. Las embarcaciones turísticas realizan ahora paseos hasta la bahía de Corral, a la entrada a la ciudad, para visitar fortificaciones como El Torreón del Barro o el Torreón Los Canelos. Es el legado del sistema de defensa de los colonos españoles que ocuparon tierras habitadas por aquellas poblaciones nativas que escribieron la heroica historia de resistencia.

Se sabe que las primeras tribus habitaban la región hace más de 10.000 años en torno a decenas de humedales que le han servido a Valdivia para ser reconocida recientemente como Ciudad Humedal de la Convención Ramsar, la primera de Latinoamérica. Algunos humedales, como el de Chorocamayo, nacieron tras el terremoto de 1960, cuando los terrenos bajaron y nació un nuevo ecosistema de agua hoy declarado Santuario de la Naturaleza. Entre sus habitantes hay 80 especies de plantas, un centenar de clases de aves y fauna silvestre, además de ser el epicentro del cisne de cuello negro de todo el país. De los 77 humedales urbanos en la comuna de Valdivia, hay cinco (Isla Teja, Angachilla, Krahmer, Catrico y el Bosque-Miraflores-Las Mulatas-Guacamayo) protegidos por ley debido a su papel esencial en el ecosistema y la vida de los habitantes.

Cisnes en humedal de Valdivia.

Rumbo a las termas volcánicas

La carretera se interna hacia la cordillera de los Andes siguiendo el río Valdivia, que al salir de la ciudad toma el nombre de Calle Calle y, 50 kilómetros después, pasa a llamarse San Pedro. La ruta sigue a través de suaves ondulaciones verdes, plantaciones de eucalipto y pinos insigne y bosques de coihue, raulíes, tepas o robles. Cruzamos viejos asentamientos junto a las vías del tren y postes e hilos del telégrafo arruinados hasta que llegamos a Antilhue, la última estación del ramal ferroviario que acabó conectando Valdivia con la línea central. Ya no hay ferrocarril de pasajeros, pero esos 30 kilómetros son homenajeados por el tren turístico El Valdiviano, que recrea un viaje en el tiempo.

El tren turístico 'El Valdiviano', con una locomotora de 1913.

La furgoneta avanza por una carretera eternamente húmeda y, siempre río arriba, va surcando la ecorregión de unos bosques que se permitieron talar mediante un decreto de 1974: se calcula que el bosque primitivo de Chile ha perdido casi la mitad de su superficie desde que los primeros españoles desembarcaran en estas costas. Y así, entre una repetida secuencia de verdes valles, bonitas viviendas de tejado de zinc de urbanitas que se mudan bajo estos cielos plomizos, explotaciones forestales, el lago Panguipulli y la laguna de Pullinque, llegamos a Conaripe, en un extremo del lago Calafquén. Es la última parada antes de comenzar el ascenso por el camino de montaña que llega a las Termas Geométricas, en el parque nacional Villarrica.

La mezcla de aguas termales de más de 60 fuentes con las aguas que provienen del estero Alhué se acumulan en este sueño de la imaginación. El arquitecto encajó 18 piscinas en medio kilómetro de cañón por el que se asciende en una pasarela de madera. El aspecto vaporoso, el silencio sepulcral, el rumor del agua o las acequias de madera que transportan el agua a 80 grados, inspiradas en los molinos mapuches de la zona, le han valido a Germán del Sol numerosos reconocimientos. El resultado fue este complejo termal, incrustado en una quebrada de aspecto onírico, entre pasarelas rojas con aires de onsen japonés. Los musgos de las rocas se reflejan en el agua de la piscina, cuyo interior está forrado de pizarra. El arquitecto, de hecho, estudió profundamente el lugar y decidió pintar de rojo todas las pasarelas para avivar el verde de los musgos y arbustos que lleva definiendo la región en los últimos milenios.

Las aguas termales, la explosión natural de vegetación nativa, la niebla de los bosques lluviosos y la inmensidad del entorno son el perfecto retrato de una de las 25 ecorregiones más valiosas del planeta. El volcán Villarrica, cuya actividad no ha parado nunca, no deja de recordar, por si acaso, que a pesar de las amenazas a la biodiversidad la exuberante naturaleza de estas tierras australes está más viva que nunca.

Una senderista camina en las faldas del volcán Villarrica.





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