Rafael Bengoa, exasesor de Obama y exconsejero de sanidad vasco: «Estamos favoreciendo que la gente viva más años enferma»
Usted dice que cada vez hay más tecnología y, sin embargo, la población está más enferma. ¿Qué está fallando?
[–>[–>[–>Que no vamos a la misma velocidad. La tecnología y las ciencias de la vida avanzan de manera exponencial, pero la forma de organizarnos y de gestionar el sistema público va mucho más lenta. Seguimos con un modelo muy rígido y burocrático. La cirugía, el diagnóstico, los sistemas de información o la inteligencia artificial están revolucionando la medicina, pero el sistema no se ha adaptado al mismo ritmo. Si no cambiamos la manera de trabajar, la sanidad tendrá dificultades para sobrevivir en las próximas décadas.
[–> [–>[–>El experto en salud pública Rafael Bengoa, en Son Llàtzer. / MANU MIELNIEZUK
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¿Tanta tecnología se está traduciendo en salud de verdad?
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Hay cosas muy útiles que ya están entrando de forma organizada. Por ejemplo, lo que llamamos aprendizaje ambiental: en lugar de que el médico esté escribiendo en el ordenador mientras el paciente le cuenta lo que le pasa, una inteligencia artificial capta la conversación y redacta la historia clínica. El profesional lo revisa, pero gana tiempo para mirar a los ojos al paciente, lo que humaniza la consulta. Y en campos como la radiología o la oftalmología, la inteligencia artificial ya detecta antes que el ojo humano pequeñas alteraciones en radiografías, mamografías o imágenes de retina. Siempre debe confirmar el médico, porque la herramienta complementa, no sustituye.
[–>[–>[–>Con todo eso, ¿por qué no hemos contenido mejor el aumento de enfermedades crónicas?
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Porque seguimos teniendo un sistema pasivo y reactivo. Esperamos a que los enfermos crónicos se descompensen, aparezcan en urgencias y ocupen una cama, que son las dos partes más caras del sistema. Lo que necesitamos es un sistema proactivo y anticipatorio. Para eso hace falta una atención primaria fuerte, trabajo en la comunidad, en las empresas, prevención real. La tecnología ya permite seguir monitorizar desde casa a personas con varias enfermedades crónicas, recibir los datos a tiempo real y atenderlos antes de que se descompensen. Eso descolapsa. Pero hay que organizarlo y tomar la decisión política de ir hacia ese modelo.
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[–>¿Estamos favoreciendo que la gente viva más años enferma?
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Sí, y no tiene sentido que el sistema se limite a alargar la vida si no se preocupa por la calidad de esos años. Por eso hablo de pasar de la obsesión por la longevidad a la obsesión por la vitalidad. No se trata solo de vivir más, sino de vivir mejor: poder hacer a los 75 o 80 años muchas de las cosas que hacías a los 50. Es posible si intervenimos antes.
[–>[–>[–>En un modelo ideal, ¿es mejor prevenir que curar?
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La prevención es la cuestión central. Las personas no envejecemos de forma lineal, sino que hay momentos clave en los que uno envejece de golpe, como en torno a los 44 y a los 60 años, cuando nuestras células se cansan de eliminar basura. Si en ese momento no cambiamos nada, dentro de 15 o 20 años se va a expresar en forma de diabetes, enfermedad renal, hipertensión, cáncer… Pero si dejamos de comer comida basura, hacemos ejercicio, fumamos menos y reducimos el alcohol, podemos recuperar parte de ese envejecimiento celular. Para eso, el sistema sanitario tiene que ayudar al paciente. El problema es que la mayor parte de las consultas son con pacientes que ya están enfermos, en vez de personas que todavía pueden prevenir la enfermedad.
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¿Por dónde hay que empezar a cambiar?
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Tenemos que cambiar la cultura social, porque no se puede vivir como uno quiere sin consecuencias, pero también el diseño del sistema. No basta con hacer campañas en la televisión, hace falta impulsar la prevención desde los centros de salud, desde los hospitales, desde salud pública. El sistema se tiene que convertir en clave preventivo, no solo asistencial.
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Usted también habla sobre liderazgo en sanidad.
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Venimos de un liderazgo top-down: «Aquí se hace lo que yo digo». Eso desaprovecha el talento de miles de profesionales. Necesitamos un liderazgo bottom-up, es decir, preguntar «¿qué os parece?» antes de que las personas en lo alto de la jerarquía decidan sin consultar a los médicos o las enfermeras, que son quienes realmente tratan el problema. Es difícil, porque es más democrático y requiere escuchar, pero es la única manera de transformar el sistema. Un consejero o un equipo directivo no sabe más que 30.000 trabajadores de un sistema sanitario público.
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¿Qué papel tienen las comunidades autónomas?
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Fundamental. Este cambio no va a venir del ámbito estatal, sino de las autonomías. En el Gobierno hay tantos enfrentamientos que es difícil hacer políticas a largo plazo. Hay comunidades, como Baleares, Cataluña, Galicia o País Vasco, que van en buena dirección.
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Sin embargo, Baleares es una de las comunidades donde más ha crecido la privatización. ¿Le preocupa?
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Sería incorrecto, como exconsejero, cuestionar lo que se hace en otras comunidades autónomas. Pero creo que lo importante, si usas dinero público para reducir listas de espera, es a quién se lo das. Es mejor contratar con proveedores sin ánimo de lucro, como Cruz Roja, San Juan de Dios o asociaciones. En algunas comunidades como Madrid, alrededor del 30% del presupuesto sanitario se destina a clínicas privadas con ánimo de lucro. Eso crea un sistema para ricos y otro para pobres.
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¿Qué mejoraría en la sanidad pública de Baleares?
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Primero, tener una visión explícita de hacia dónde se quiere llevar la sanidad pública balear, y darle respaldo político y social. Segundo, crear capacidad bottom-up: dejar que los clínicos, enfermeras y otros profesionales innoven y que esa innovación tenga cauces reales. Y tercero, reducir el desperdicio. Alrededor del 15% de lo que hacemos en los hospitales no aporta valor clínico: pruebas duplicadas, analíticas con cientos de parámetros cuando solo hacen falta tres… No se trata de recortar a ciegas desde un despacho, sino de sentarse con los médicos y preguntar qué se puede dejar de hacer sin perjudicar a los pacientes. Hay mucho margen para liberar recursos y destinarlos a lo que realmente importa, más vitalidad y mejor calidad de vida para la población.
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