Salvar el acero europeo
Cuando en Bruselas hablamos del acero, en realidad estamos hablando de Asturias. De su empleo, de su identidad industrial, de su capacidad para seguir siendo una región que produce, innova y compite. Por eso estas semanas, mientras negociamos en el Parlamento Europeo las nuevas medidas de protección del acero, uno no puede evitar pensar en lo mucho que hay en juego para nuestra tierra.
[–>[–>[–>El mecanismo de salvaguarda que protege hoy a la industria europea caduca en junio de 2026 y, por ley, no puede prorrogarse más. O lo sustituimos por un instrumento nuevo y eficaz, capaz de responder rápidamente a disrupciones de mercado o a nuevas guerras comerciales, o dejamos a nuestras plantas expuestas a un mercado global donde no todos juegan con las mismas reglas. Y créanme: nadie en la industria asturiana, ni en la europea, podría permitirse ese escenario. Por eso es urgente que la nueva medida quede aprobada y lista para entrar en vigor antes de abril: cada mes de retraso incrementa la incertidumbre y frena decisiones de inversión.
[–> [–>[–>Como negociadora del Partido Popular Europeo en la Comisión de Industria del Parlamento Europeo, estos días estoy viendo un consenso unánime poco habitual entre grupos políticos y Estados miembros. Todos sabemos que no es un debate más: es de esos momentos en los que Europa debe decidir si quiere seguir teniendo industria o resignarse a vivir de las importaciones. La Comisión de Industria ya ha hecho su trabajo y ha aprobado el texto por amplia mayoría, y ahora queda un paso decisivo: que la Comisión de Comercio Internacional lo apruebe también, para poder cerrar el texto a tiempo antes de que expire la actual salvaguarda.
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El problema que intentamos atajar es evidente desde hace años. El mundo produce mucho más acero del que necesita y esa sobrecapacidad, especialmente la que procede de China, termina inundando mercados como el europeo a precios imposibles de igualar. Cuando hablamos de competencia desleal no hablamos de teoría: hablamos de plantas europeas que han tenido que cerrar, de inversiones que se han pospuesto una y otra vez y de un sector que ha perdido desde 2008 el 25% de su empleo.
[–>[–>[–>Mientras tanto, se exige a nuestra industria cumplir normas medioambientales estrictas, invertir en nuevas tecnologías y afrontar costes energéticos más elevados. La ecuación es tan simple como injusta: no podemos pedir a nuestras empresas que sean líderes en descarbonización si al mismo tiempo permitimos que entren toneladas de acero importado producido sin controles, sin transparencia y a precios alejados de cualquier realidad de mercado y, en muchos casos, apoyado por subvenciones estatales que generan una competencia claramente desleal.
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Tras reclamarlo en repetidas ocasiones durante el último año, por fin la Unión Europea ha presentado un nuevo instrumento que restaure la capacidad productiva europea, vuelva a llenar las líneas de producción de nuestras fábricas y ponga orden en un mercado que lleva demasiado tiempo distorsionado.
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[–>Y aquí es donde Asturias aparece con toda su fuerza. Porque pocas regiones dependen tanto del acero como la nuestra. La siderurgia no es un capítulo económico más: es empleo para miles de familias, es valor añadido, es logística, es ingeniería, es innovación. Es un ecosistema que sostiene a comarcas enteras y que ha demostrado una resiliencia admirable incluso en los peores momentos.
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Llevo mucho tiempo peleando por un instrumento europeo a la altura del momento. Para que quien cumple las normas, invierte y mantiene empleo tenga una oportunidad real de competir. Para que Asturias no quede a merced de decisiones tomadas a miles de kilómetros y que nada tienen que ver con nuestros estándares laborales, ambientales o energéticos. Y para que el acero vuelva a ser una palanca de futuro, no una batalla diaria por la supervivencia.
[–>[–>[–>Ahora bien, sería ingenuo pensar que con esto se resuelve todo. Esta negociación afronta solo el primero de los tres grandes problemas que hoy estrangulan a la siderurgia europea. Atajamos la sobrecapacidad que llega de fuera, pero siguen dos cuestiones que debemos abordar con la misma determinación.
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La primera son los altos precios de la energía, que lastran especialmente a regiones industrializadas como Asturias y condicionan cualquier inversión futura.
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La segunda es la revisión del CBAM, el mecanismo europeo que pretende evitar el «dumping climático», cuya complejidad actual genera incertidumbre en un sector que necesita reglas claras y predecibles.
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Hemos avanzado en el primer frente. Nos queda completar los otros dos. Si hacemos bien las cosas, Asturias podrá seguir siendo una región que produce y genera industria y empleo; una región construye su futuro con trabajo, innovación y orgullo de lo que somos.
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