Seducidos por el trullo
«Antes de entrar, dejen salir», reza un letrero en todos los espacios que acumulan mucho público.
[–>[–>[–>Justamente el que se ha colgado en una cárcel, tan cercana a Madrid como significada en el sistema penitenciario español. Y es que, ante la sobrepoblación de progresistas que se agolpan a sus puertas para ocupar las celdas, la dirección ha optado por recurrir a esta regla con el objeto de no desbaratar el orden interno.
[–> [–>[–>Hay quienes pueden creer que se trata de delincuentes cogidos con las manos en la masa de un delito gordo que ha de penarse en uno de estos lúgrubres recintos, una vez juzgados y condenados por los magistrados.
[–>[–>[–>
No es así. Si estos progresistas hacen cola para entrar en la cárcel, se ceden la prioridad en el paso y, sobre todo, establecen un riguroso turno de entrada y salida, es por otra razón muy distinta.
[–>[–>[–>Que ancla en el hecho de que se trata de personas seducidas por el trullo. ¿Por qué?
[–>[–>[–>
Pues porque saben que entre rejas han cuajado las grandes creaciones del pensamiento y ellos están precisamente en eso, en darse a la elucubración fecunda, conscientes de que el progresismo socialista anda más bien ayuno de ideas o, como si dijéramos, pobre en construcciones y proyectos de sólidos suelos y ambiciosos vuelos.
[–>[–>
[–>Si esto es innegable, darse a las cogitaciones y a las reflexiones aurorales y hacerlo en el torbellino de este mundo atrapado por la hipocresía, con maleza de desvergüenza, infierno donde crepitan las trampas y donde los truhanes y sabandijas son señores, es tarea que está empedrada de dificultades.
[–>[–>[–>
Por eso, refugiarse en el trullo, ajeno a las vanidades del mundo, es una decisión valiente y cuajada de esas promesas que vienen preñadas de inmortalidad.
[–>[–>[–>Es verdad que el cenobio también ofrece perspectivas halagüeñas, pero el progresista es laico y esta circunstancia le hace desarrollar un hábil instinto para descartarlo, temeroso de tener que participar en rezos, liturgias, disciplinas y silicios.
[–>[–>[–>
La opción por el penal es pues la apropiada. Es un tópico recordar que Cervantes fue en la prisión donde empezó a escribir su obra inmortal. Pero es menos tópico saber que Voltaire, un «progre» precoz de su época, fue encerrado por Luis XIV un año en la Bastilla acusado de escribir sátiras inadmisibles contra el monarca mandón. Y fue allí, en esa fortaleza que la Revolución destruiría, donde alumbró sus obras tempranas «La Henriada» y «Edipo».
[–>[–>[–>
En la nómina que honra a nuestros actuales prisioneros se hallan Silvio Pellico, Dostoyewski, y más cercanos Paul Verlaine, el poeta encanallado que, entre absentas y vomiteras, le atizó un par de tiros al efebo Rimbaud por un quítame allá tal o cual rijosidad.
[–>[–>[–>
No se suele saber que Fernand Braudel diseñó su obra inmortal sobre el Mediterráneo cuando estaba preso en un campo de concentración en Alemania, allá por los años cuarenta.
[–>[–>[–>
Confiemos pues en nuestros socialistas y progresistas en chirona y en su anhelo por escribir unos centenares de páginas, aunque no lo hagan con la lanza como don Quijote sino con la tinta de las comisiones y siempre con la mascarilla puesta.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí