SIRENITA COPENHAGUE | Adiós a una estatua de la sirenita en Copenhague: «Pornográfica»
En Copenhague, la ciudad que vio nacer el icónico cuento de «La Sirenita» de Hans Christian Andersen, una monumental y controvertida hermana mayor de la famosa estatua está a punto de ser desterrada. ‘La Gran Sirena’ (Den Store Havfrue), una imponente escultura de metal y piedra, será retirada de su emplazamiento en el Fuerte Dragor tras ser calificada de «pornográfica» y ajena al entorno histórico que la acoge. La decisión, impulsada por la propia Agencia Danesa de Palacios y Cultura, marca el clímax de una larga polémica que ha enfrentado la libertad artística con la sensibilidad pública y la protección del patrimonio, dejando en el aire un intenso debate sobre los límites del arte en el espacio público. La obra, que ha sido rechazada por su propia comunidad, se despide sin un destino claro, envuelta en acusaciones de vulgaridad y una defensa artística que no ha logrado convencer a las autoridades.
Una obra monumental en el ojo del huracán
La decisión de retirar la escultura no ha sido repentina, sino el resultado de una creciente presión institucional y crítica. La Agencia Danesa de Palacios y Cultura ha sido la entidad que ha solicitado formalmente su desmantelamiento, argumentando que la obra, con sus impresionantes dimensiones de 4 metros de ancho por 6 de alto y un peso de 14 toneladas, «no se alinea con el patrimonio cultural del monumento de 1910″ donde se ubica. Esta justificación oficial subraya un conflicto fundamental: la inserción de una pieza de arte contemporáneo en un entorno protegido con una estética y un significado histórico muy definidos. La negativa del municipio de Dragor a aceptar la donación de la obra por parte de su creador, el artista Peter Bech, es una prueba contundente del profundo rechazo que genera la pieza en la esfera oficial.
La polémica se ha visto alimentada por voces influyentes en el debate cultural danés. Mathias Kryger, un destacado crítico de arte del periódico Politiken, no dudó en calificar la estatua como «fea y pornográfica», un veredicto directo que resonó en la opinión pública. A esta crítica se sumó la periodista y sacerdote Sorine Gorfredsen, quien ofreció una perspectiva feminista al asegurar que erigir «el sueño erótico de un hombre» no contribuye a que las mujeres acepten su propio cuerpo. Gorfredsen fue más allá, afirmando que es «alentador» que la obra sea considerada «vulgar, poco poética e indeseable», pues, en sus palabras, la sociedad se está «asfixiando en cuerpos autoritarios en el espacio público«.
La defensa del artista frente a un historial de rechazo
Frente a la avalancha de críticas, el escultor Peter Bech ha manifestado su perplejidad y ha defendido su creación. En declaraciones a medios británicos, el artista explicó que no comprende las acusaciones de contenido pornográfico, insistiendo en que las formas de su sirena, incluidos sus prominentes pechos de piedra, son simplemente «de un tamaño proporcional» a la escala monumental de la escultura. Para Bech, la controversia se basa en una mala interpretación de su visión artística, que buscaba crear una versión poderosa y a gran escala de la mítica figura, en contraste con la delicadeza y el tamaño reducido de la famosa Sirenita original de Edvard Eriksen.
Sin embargo, este no es el primer episodio de rechazo que sufre ‘La Gran Sirena’. La escultura fue creada en 2006 y su ubicación inicial fue deliberadamente provocadora: se instaló en el muelle de Langelinie, muy cerca de la icónica y querida Sirenita original. Esta proximidad fue vista por muchos como un intento de eclipsar o parodiar al símbolo nacional. La convivencia duró hasta 2018, cuando la presión de los vecinos, que la denunciaron como una «sirena falsa y vulgar», forzó su traslado al Fuerte Dragor. Lejos de encontrar la paz, este nuevo emplazamiento solo ha servido para reavivar la controversia y sellar su destino. El caso de ‘La Gran Sirena’ se convierte así en un estudio sobre la frágil relación entre el arte, la opinión pública y la censura artística velada, planteando la pregunta de quién tiene la autoridad final para decidir qué obras merecen ocupar nuestros espacios comunes.
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