¿sirve para algo la estrategia del apaciguamiento de la UE con el presidente de EUU?
Una civilización en decadencia, al borde del colapso, que requiere la intervención de una potencia extranjera para salvarse. La historia no es nueva; los protagonistas, sí. «Nuestro objetivo debería ser ayudar a Europa a corregir su trayectoria actual», sentencia la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos que plantea abiertamente apoyar a partidos de ideología similar en los países de la Unión Europea para proteger sus intereses.
[–>[–>[–>Durante una recepción con miembros del Congreso, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aseguró que algunas «naciones europeas» le querrían también como a él líder. Esa declaración sería una más de las salidas de tono de Trump, si no fuera porque en su estrategia de seguridad nacional plantea promover cambios de gobierno en Europa como uno de sus principales objetivos.
[–> [–>[–>«La diplomacia estadounidense debe seguir defendiendo la democracia genuina, la libertad de expresión y la celebración sin complejos del carácter y la historia de las naciones europeas», se puede leer en el documento. Pero para Trump, esa «democracia genuina» es la que promueve la misma ideología que él. Uno de los objetivos de Washington debe ser «cultivar la resistencia a la trayectoria actual de Europa dentro de las naciones europeas», que celebra además «la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos».
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Desde que Trump llegara a la Casa Blanca para su segundo mandato hace ahora casi un año, Estados Unidos ha amenazado con tomar por la fuerza Groenlandia, ha lanzado una guerra comercial global sin precedentes, está negociando el futuro de Ucrania con Rusia, en buena medida a espaldas de Europa y de Kiev, ha retirado tropas de los contingentes de la OTAN, y ahora habla promover los partidos de su gusto en el continente. A pesar de las críticas, los europeos siguen viendo a Washington como «un aliado» y un «socio económico importante».
[–>[–>[–>La gota que colma el vaso
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En cualquier caso, este documento que pone negro sobre blanco una política antieuropea, de promoción de los partidos de extrema derecha, que era un secreto a voces, parece ser la gota que ha colmado el vaso de los europeos. Por primera vez, algunos líderes no han escatimado en sus críticas a Trump, saliendo del guion habitual en el que evitan la confrontación a cualquier precio.
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El presidente del Consejo Europeo, António Costa, fue el primero en condenar de manera contundente la estrategia. «Los aliados no amenazan con interferir en la vida ni en las decisiones políticas internas de sus aliados», aseguró el portugués durante una conferencia el pasado lunes. «Muchos europeos no comparten la misma visión que los estadounidenses sobre diversos temas. Y es natural que no compartan la misma visión que nosotros. Lo que no podemos aceptar es esta amenaza de interferencia en la vida política europea», insistió.
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[–>Ante la voluntad de Trump de promover partidos con una ideología similar, Costa aseguró que Washington «no puede reemplazar a los ciudadanos europeos a la hora de elegir qué partidos son buenos y cuáles son malos». Mucho más tibia fue la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que en una entrevista llamó simplemente a proteger la soberanía de los votantes.
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«Algunas cosas son comprensibles. Otras nos resultan inaceptables desde una perspectiva europea», aseguró el canciller alemán, Friedrich Merz, en declaraciones a la prensa al ser preguntado sobre la estrategia estadounidense, incidiendo en la idea de que Europa asume sus debilidades ante Trump. Sin embargo, Merz fue muy duro sobre los intentos de injerencia: «No veo ninguna necesidad de que los estadounidenses quieran ahora salvar la democracia en Europa. Si fuera necesario salvarla, nos las arreglaríamos solos».
[–>[–>[–>Un equilibrio imposible
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Europa sigue midiendo sus palabras, pasando de puntillas por cada amenaza, consciente de que cualquier movimiento brusco puede desatar una, otra, crisis. Pero el inmovilismo y el silencio no parecen funcionar mejor. En un mundo donde reina el caos, Trump se siente mucho más cómodo que los europeos, orgullosos defensores de un derecho internacional continuamente en cuestión.
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En Bruselas, los diplomáticos comunitarios son conscientes de que el contenido de la estrategia de seguridad de EEUU es salvaje. Al mismo tiempo, entienden que la respuesta es tibia porque el documento pone en una posición incómoda a los líderes, dado el contexto en el que se producen estos ataques, en plenas negociaciones de paz para Ucrania, y con Europa muy lejos todavía de poder hacerse cargo, sin el apoyo de Washington, de su propia seguridad. Subyace una suerte de admisión de que si Europa fuera realmente fuerte, no tendría que aguantar estos desplantes.
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Los ministros de Exteriores de los Veintisiete se reúnen este lunes, poco más de una semana después de que el texto se haya hecho público. La estrategia que pone a la Unión Europea en el punto de mira, acusándola de «socavar la libertad política y la soberanía», no será parte de la discusión, pero fuentes comunitarias reconocen que estará en la cabeza de todos cuando discutan otros temas.
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Según ‘The New York Times’, Dinamarca, que ha sufrido los ataques de Trump en los últimos meses, ya identifica a Estados Unidos como una amenaza. Un informe de inteligencia del país publicado por el periódico reconoce que Washington «utiliza el poder económico, incluidas amenazas de aranceles elevados, para imponer su voluntad, y ya no descarta el uso de la fuerza militar, incluso contra aliados».
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A pesar de las críticas, Costa insistió en que Estados Unidos es «un aliado» y un «socio económico» importante. Von der Leyen se apresuró a insistir en que se considera «atlantista» y prefirió hacer hincapié en la importancia histórica de las relaciones entre Washington y los europeos, más que en las claras amenazas del presidente. «Como aliados, somos más fuertes juntos y seguiremos participando y enviando ese mensaje en la única e importante relación que tenemos con los Estados Unidos de América», subrayó una alta fuente comunitaria como si Trump no hubiera puesto en cuestión esa relación en la estrategia que marca su política exterior.
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