Sobre la Brigada de Salvamento Minero
Sí, todavía hay en Asturias un tipo de gente que no necesita discursos ni homenajes para que sepamos quiénes son; que no salen en tertulias; que no entienden de marketing político ni de esas cosas con las que algunos creen mover el mundo. Su trabajo es otro: bajar donde nadie más puede bajar. Son esos que cuando el suelo tiembla y el grisú decide cobrarse su tributo, no preguntan, no negocian, no calculan. Simplemente bajan. Hablamos, claro, de la Brigada de Salvamento Minero de Hunosa. Esa gente silenciosa que estos días vuelve a las portadas no por una hazaña, que también, sino por la indecencia de quienes dudan si pagarles lo que se les debe o si mantenerlos vivos como servicio esencial. Una duda que avergüenza a cualquiera que haya nacido o vivido aquí.
[–>[–>[–>Porque Asturias podrá tener mil problemas, pero también tiene esta gente de verdad, la que está cuando se la necesita. Y eso no se compra ni se improvisa. Da igual la política, las prejubilaciones mal planteadas o los errores que vaciaron las Cuencas. Por encima de todo eso, la Brigada sigue ahí, firme, seria, orgullosa de un oficio que ya casi nadie entiende: el deber, esa palabra vieja que incomoda a quien nunca la practicó.
[–> [–>[–>Recuerdo ahora que hace no muchos años un crío, Julen, cayó en un pozo en Totalán, Málaga. Y toda España miró hacia aquí. No había máquina capaz de bajar ni ingeniería que sirviera. No podía bajar nadie… excepto ellos. Y acudieron como acuden siempre, con la entereza de quien sabe que cada minuto pesa más que una vagoneta. Llegaron tarde para salvarle, porque era imposible haber llegado a tiempo, pero no llegaron tarde para recordarle a un país entero que hay profesiones que dignifican, que honran incluso cuando duelen, y que en Asturias aun seguimos teniendo gente que va de frente, que no negocia con la vida ajena.
[–>[–>[–>
Ese mismo año, casi medio millón de personas pedimos que les dieran el premio «Príncipe de Asturias», o «Princesa», lo que tocara, de la Concordia. Sonaba a justicia. Por su trayectoria. Pero el jurado prefirió dárselo a una ciudad de Polonia, y Asturias, la de verdad, volvió a quedarse sin reconocimiento mientras el jurado se quedaba tan pancho. Cosas de aquí, qué se le va a hacer.
[–>[–>[–>Y a pesar de todo, la Brigada sigue. Con sus problemas salariales, sus horas colgando, sus amenazas veladas. Siguen incluso cuando la Administración, esa misma que se llena la boca hablando de identidad, de memoria o de valores, parece empeñada en complicarles la vida. Pero cuando la montaña ruge o el grisú se adelanta, ellos llegan antes que nadie, como han hecho siempre. Si algún día alguien decide apagar esa luz, que sepa que no estará cerrando un servicio: estará dando otra puñalada al corazón de Asturias. Y aun así, que nadie lo dude, ellos serían los últimos en marcharse.
[–>[–>[–>
Sí, la Brigada es el símbolo de la Asturias que aún resiste; la que no pide favores, solo que la dejen trabajar; la que no promete, sino la que cumple; la que no habla, sino la que actúa; la que no mira para otro lado, sino la que mete el hombro cuando toca; esa que es firme sobre roca firme. Esa misma Asturias de la que todavía podemos sentirnos orgullosos.
[–>[–>
[–>La Brigada no es pasado. Es presente. Y sobre todo, es ejemplo. Ejemplo de lo que fuimos, de lo que aún somos y de lo que no deberíamos dejar de ser. Y de dignidad, sí, de dignidad. Claro. Es lo que hay. Y esa, ojalá que tampoco nunca se atrevan a tocarla.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí