Territorios resilientes
Desde hace algo más de tres milenios, las ciudades, a las que Horacio Capel calificó como espacio superior de organización humana, fueron las destinatarias de un proceso de concentración de actividades y población en los que los episodios de síncope fueron interpretados como de declive y retroceso general. La revolución industrial rompió de manera definitiva un equilibrio que probablemente nunca existió entre medio rural y urbano, aunque ahora cultivemos –pero para los demás– una idea romántica del espacio rural que se acomoda mal con la tendencia real de concentración de procesos y habitabilidad. Pero el baño de realidad aún no es completo: la brecha entre espacios urbanos y rurales aumenta exponencialmente y éstos últimos se han convertido casi de forma automática, y en alto grado, en dependientes de las dinámicas de los primeros, que por otra parte cada vez seleccionan más sus puntos de atracción.
[–>[–>[–>Esforzarse en lo imposible siempre fue más épico, pero trabajar en las opciones reales, es más honrado intelectualmente y más eficaz en la práctica. Ser un territorio dependiente de otros flujos no es sinónimo de fracaso, salvo que asumamos el papel de víctima o no exploremos las posibilidades del contexto. De hecho, la primera opción es elegir ser más dependientes. Eso es lo que hacen los territorios que siguen focalizando la solución a todos los problemas en un lugar de decisión central, en una supuesta deuda contraída, apelando a una solidaridad que viaja mal en el tiempo y se compadece peor con un protagonismo competencial creciente. Ser más dependientes reduce las opciones a reclamar, instar, pedir, hacer que hagan; los territorios se jibarizan. Una variante más elaborada transita por las mismas soluciones que no funcionaron y que aumentaron su dependencia. Es la que espera por soluciones totalizadoras, que convierten de la noche a la mañana a un espacio en un gran clúster de lo que sea, pero que resolvería muchas cosas a la vez. Una tercera, voluntarista, busca oportunidades nuevas, pero parte de esquemas viejos. La alta velocidad ferroviaria no puede llevar viajeros al turismo rural, porque no lo ha hecho en ninguna parte del mundo, ni el nuevo suelo industrial que faltó hace décadas tiene hoy el mismo comportamiento de atracción. Ni una conectividad básica resuelta significa hoy lo que pudo suponer hace medio siglo. Cuarta variante: los territorios periféricos tienen que revertir el invierno demográfico europeo, situarse a la cabeza de la lucha contra el cambio climático y conseguir un territorio integrado. Olvídense. Simplemente no es real, ni tampoco justo. No caigamos en la trampa de aceptar como retos propios algo para lo que no se tiene capacidad ni asumir una parte de responsabilidad en una desproporción tan abusiva. Y sobre todo, no deben aceptarse criterios de éxito establecidos por los demás, como competir en población o en rendimiento de la inversión por habitante.
[–> [–>[–>Entonces, ¿hay alguna alternativa?, ¿es posible hacer algo? Por supuesto que sí. Los territorios dependientes lo son desde hace mucho tiempo, y, aun así, existen numerosas experiencias de éxito. La clave está en su capacidad de adaptabilidad, en haber operado siempre con restricciones. Estos espacios están acostumbrados a buscar su desarrollo en contextos difíciles y cambiantes. Y ese valor es el único que puede igualar la fortaleza y pujanza del actual fenómeno urbano. El departamento francés de L’Aveyron fue capaz de hacer global su estrategia frente al invierno demográfico, Las Tierras Altas de Escocia salieron de su tradicional letargo, mientras la región de Auvernia-Rhône-Alpes lanzó su iniciativa G6 de relocalización industrial y La Toscana desarrolla un avanzado modelo de desarrollo sostenible. Hay ejemplos de lo mucho que se puede hacer, aunque habitualmente pasan desapercibidos porque hemos aceptado una escala del visor que «astigmatiza» las iniciativas de contenido local.
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Estas estrategias necesitaron de varios ingredientes: visión y proyecto, líderes y comunidades fuertes para llevarlas a cabo y ser capaces de elaborar una hoja de ruta propia adaptada a sus características y circunstancias. La gestión de un territorio periférico requiere más virtud que el plano de éxito de los territorios mas pujantes, suele tener más contestación y critica –porque la acción pública es más determinante allí–, y ofrece un valioso aprendizaje para un modelo de desarrollo territorial con criterios nuevos. Lo que nos enseñan los territorios resilientes es que siempre es posible comenzar de nuevo.
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