Tiempo con principios líquidos
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Tiempo con principios líquidos
Mientras en Bruselas sigue el circo de sonrisas forzadas para repartirse los fondos, un aminorado Macron reunió en París a siete jefes de gobierno de la UE, la presidenta de la Comisión, el desahogado presidente del Consejo Europeo y un risueño secretario general de la OTAN, cuyas palabras han sonado como alarmante muestra de sumisión a Donald Trump (DT).
Se trataba de una reunión improvisada, que sirvió para verse y poco más y puso de manifiesto el ensimismamiento europeo, que mezcla la superioridad moral con la ineficacia estratégica, sin capacidad de aparentar imagen de unidad en un momento crítico. Sin dejar una respuesta contundente, el fracaso anunciado.
Un ejército europeo.
El único líder –si bien demediado– que queda en la Europa intrascendente, emulando al viejo general De Gaulle, evocó la creación de un ejército europeo, sin reparar que, desde 1992, en Estrasburgo preexiste el cuartel general de una fuerza denominada «Eurocuerpo», que nació precisamente por si se producían circunstancias como las que se están dando en estos momentos.
Creado por Francia y Alemania, cuenta con la presencia de seis países miembros permanentes (Alemania, Bélgica, España, Francia, Luxemburgo, Polonia) y cinco miembros asociados (Grecia, Italia, Rumanía, Turquía y Austria). Tiene nueve Cuarteles Generales Terrestres de Alta Disponibilidad, al servicio de la UE y de la OTAN.
Esa idea de un ejército europeo (tan viable como una ópera de reguetón), imposible por concepción y absurda por ejecución, parecería condenada de antemano, no sólo por la reticencia de 27 países con sus propios Ejércitos de Tierra, Mar o Aire, sino porque los mecanismos operativos (de la UE y de la OTAN), son muy complejos y poco prácticos.
En cambio, reforzar la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) no solo es factible, sino urgente.
La UE, aquejada de un endémico problema de liderazgo y diversidad, va montada en una bici muy cara y pesada y no tiene ganas de esprintar, pero lo de pedalear cuesta abajo se acabó. Dicho esto, al que intente ir de «free rider» le va a salir mal.
Irrelevancia y mediocridad.
¿Qué lugar aspira Europa a tener en el mundo, si DT detiene una guerra y Estrasburgo legisla sobre el tamaño de las jaulas de pollos? Resulta que para el resto de países resulta irrelevante lo que pasa en Bruselas, con miles de funcionarios ocupados en regular desde los tapones de plástico a los envases y residuos, la economía circular y sostenible o el Pacto Verde.
En las democracias liberales, la vacuidad de buena parte de la opinión pública se ha vuelto inconsistente y produce gobernantes sin la corpulencia requerida. Empeñados en crear un frágil estado del bienestar, costoso y poco productivo, tenemos un insaciable déficit público y necesitamos grandes dosis de pragmatismo y determinación.
Si no fuera imposible, lo sensato sería encabezar la menguada nomenclatura (OTAN-UE) con especímenes de luces largas, ideas firmes y suficiente determinación de carácter para pensar a lo grande. Pongamos que hablo de Delors, Kohl, Simone Weil, Brandt, De Gasperi, Thatcher, Monnet, Adenauer. Los que se fueron con el viento… y el nuevo aire en movimiento solo ofrece mediocridad.
No es que las mentes brillantes se hayan apagado sino que, existiendo, no se prestan a entrar en la política. Sus razones tendrán. Pero las escaseces no se acaban ahí. Es urgente dejar de decidir por unanimidades, tan tiernas como utópicas. Con el euro llegó una época de algodón y sofá, pero el viento ha cambiado y hay que calzarse las botas para volver al tajo.
Un personaje apocalíptico.
El frenético inquilino de la Casa Blanca –que forma sus opiniones y toma decisiones basándose en sus instintos– ha irrumpido en escena, con particulares obsesiones, poniendo sus cartas –miedo, deportaciones, aranceles– sobre el tapete de la política mundial.
Resulta ser una anomalía entre los presidentes americanos que, desde 1945, han tenido claro quiénes eran sus aliados y dónde tenían enfrente al adversario al que parar los pies.
La decisión de DT de reunirse con Putin, dejando de lado a Ucrania y a Europa, pone de manifiesto que las guerras culturales made in USA, la seguridad internacional y la política europea ya están muy entrelazadas. El pretendido acuerdo de paz; que ha dejado sumidos en un estado de parálisis mental a los dirigentes de la mayoría de los Estados –que han pasado de ser aliados protegidos a enemigos en la práctica– es una rendición forzada.
Alergia a los sacrificios.
Punto débil de las opiniones públicas occidentales. Aunque sus líderes siguen brindando un apoyo simbólico, Ucrania ha perdido la guerra y Europa –sin materias primas, gas y petróleo, sin innovación ni defensa– también.
Hace tiempo que los caminos divergieron. EE.UU apoyó el Brexit porque debilitaba a la UE; la burocracia y la ineficacia hicieron el resto. Ahora, cuando su opinión ya no importa «Ucrania es sólo el pretexto para un diálogo entre dos grandes países», toca iniciar el amargo proceso de desvincular la relación en áreas donde hay una dependencia peligrosa. La achacosa UE tendrá que acostumbrarse a defenderse sola, con sus propios medios militares.
Los nuevos amigos no han tardado en detallar sus intereses. Mientras uno reclamaba como compensación la explotación de las tierras raras, el invasor se aprestaba a controlar los yacimientos de litio en el Donbás y la riqueza cerealística en estos territorios, casi un monopolio en el mercado mundial.
Siesta burocrática y rendición.
Una vez impuesta la rendición —disfrazada de acuerdo— se exige democracia solo a los ocupados y se acepta –como teatro de operaciones para la negociación– un lugar donde el Tribunal Penal Internacional (TPI) carece de jurisdicción para apresar y juzgar.
El jefe del Pentágono insiste en que Ucrania debe abandonar el «objetivo ilusorio» de recuperar todo su territorio y olvidarse de unirse a la OTAN. El vicepresidente, de quien intentó anular las elecciones presidenciales de 2020, da lecciones sobre el respeto a la democracia.
Ni Ucrania empezó esta guerra, ni Zelenski es un dictador. El deseo de unirse a la OTAN (una organización defensiva) y de integrar su economía con Occidente no fue una provocación; más bien, el ejercicio legítimo de la soberanía nacional.
Entre el miedo y el enfado, en un tiempo con principios líquidos, no importa la traición y cómo se consigue la paz, en este caso, con crueldad gratuita. Decía Polibio: «Los imperios perecen por la pereza».
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