Tiempo de terror
Tal vez porque pertenezco a una generación arcaica, la celebración de Halloween nunca me ha dado especial miedo. Si acaso, risa por los impostados disfraces, copiados de películas de terror adolescente, y fastidio de tanto niño quemando el timbre al grito de «truco o trato», que siempre te pillan sin caramelos en casa.
[–>[–>[–>A mí lo que me daba verdadero pánico en mi infancia era el día de los difuntos o día de las ánimas. No hay 2 de noviembre que no recuerde la visión, al volver del cine, ya de noche, del cementerio de San Andrés de El Entrego. Las velas que allí habían depositado los familiares de los muertos, provocaban una imagen estremecedora . Encaramado en mitad de la ladera, el camposanto refulgía con cientos de llamas titilantes que, con gran realismo, nos recordaban a las ánimas que, desasosegadas, aguardaban en el purgatorio una sentencia definitiva en el juicio de toda su vida.
[–> [–>[–>Aquello sí era iconografía y no los disfraces de Freddy Krueger. A medida que se acerca la fiesta pagana, se acumulan en nuestros cines y plataformas favoritas títulos supuestamente terroríficos. Curiosamente, en esta época, en la que hemos perdido la capacidad de sorpresa ante el terror real, triunfa la fascinación por el terror ficticio. Podría decirse que es el género de moda, por la gran cantidad de adeptos que arrastra, entre los que no me encuentro. A mí este tipo de cine siempre me ha horrorizado, nunca me lo he creído.
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Por una serie de catastróficas coincidencias, he acabado viendo la exitosa serie «Monstruo: La historia de Ed Gein», de la factoría del aclamado Ryan Murphy («American Horror Story»). El tal Ed Gein es un personaje real (1906-1984), asesino en serie al que se atribuyen incontables crímenes, necrófilo, coleccionista de huesos y vísceras, artesano de recuerdos elaborados con restos humanos. En fin, una joya, que acabó inspirando al Norman Bates llevado al cine por Hitchcock: al «Cara de cuero» de «La matanza de Texas»; o al Búfalo Bill de «El silencio de los corderos», entre otros muchos monstruos. Creo que no había visto antes, ni en películas ni en series, casquería tan explícita.
[–>[–>[–>Hay expertos que asocian el auge del género del terror a épocas convulsas o inciertas. Los años 20 y 30, en los que se fraguaba el nazismo, fueron su momento de esplendor. Se dice que la audiencia se creyó, en 1938, la versión radiofónica de Orson Welles de «La guerra de los mundos», porque ya se estaba cociendo la Segunda Guerra Mundial. O que la Guerra Fría fue el periodo más fértil en avistamientos de OVNIS y en amenazas de invasiones marcianas.
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Hoy, de nuevo, vivimos una época de gran incertidumbre. Rechazamos las noticias porque son negativas, pero nos refugiamos en las ficciones de terror por escalofriantes que sean. Es como si quisiéramos evadirnos del terror de la realidad a base de terror en la pantalla. El fenómeno también se ha producido en la literatura, según destacaba esta semana «The Guardian», que daba cuenta de un considerable aumento de las ventas del género en los últimos tres años.
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[–>Mientras, en el mundo real, se suceden las atrocidades verídicas. Una crisis económica, que dejará chica la de 2007 puede estar al caer. El polvorín en Oriente Medio, ahora al parecer cerrado en falso, amenaza con extenderse. Rusia se ha convertido en una amenaza firme para Europa, que, precipitadamente se rearma, ante un peligro bélico real. China parece tomar la delantera comercial, energética y tecnológica, dando lugar a la incertidumbre de un orden mundial ignoto. Estados Unidos, el policía de Occidente que velaba por nuestra seguridad, ha dado de manos y dice que ahí nos las compongamos. Desde Valencia, cuando aún no se han encontrado todos los cadáveres de la anterior, nos anuncian que es muy posible otra dana y, lo que es peor, que nada se ha hecho en el último año para evitar otra tragedia como la anterior.
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El mundo está para echarse a temblar. Si les sirve de consuelo, disfruten de la fiesta de Halloween o, si lo prefieren, recen por las ánimas, las del purgatorio y las que todavía tienen que padecer los terrores terrenales.
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