Trucos de las élites para enriquecerse
No es ningún secreto que las oligarquías dominantes (reyes, obispos, dictadores o negreros) hayan abusado con harta frecuencia del poder y se las han ingeniado para usurpar las riquezas de las clases trabajadoras haciendo uso de estrategias muy provechosas para hacer negocios fáciles: expropiaciones del territorio, elusión de impuestos, captación de subvenciones, tráfico de esclavos o promover guerras. Repasemos lo poco que ha evolucionado esta innoble práctica a lo largo del tiempo, teniendo presente que las grandes gestiones han prosperado secularmente por la ocupación a la que han sometido al Estado los estamentos ilustres.
[–>[–>[–>Los reinos cristianos medievales tenían aspectos teocráticos, pues la Iglesia coronaba reyes y los consagraba como emisarios de Dios en la Tierra; la máxima autoridad eclesial era el Papa. La cima de la pirámide social (alcurnia, clero y, en menor medida, ciertos burócratas y plutocracias urbanas) puso en práctica diversos planes para vivir del trabajo ajeno, consistentes en conseguir prebendas sin contribuir de forma proporcional al sostenimiento de la economía productiva. Las minorías selectas o rectoras feudales se aseguraban de ocupar los principales cargos administrativos, militares y judiciales, no por mérito, sino por linaje; además se las ingeniaron para eludir pagar impuestos, estando exentos de tributos ordinarios, tanto la cuna nobiliaria como el estrato religioso (éste cobrando el diezmo obligatorio). Desde la época de la conquista de Al-Ándalus los patricios se han repartido siempre el botín aprovechándose de la repartición de tierras, concediéndose a los nobles, órdenes militares y mitrados extensos señoríos. En resumen, las estirpes imperantes legitimaban su parasitismo mediante el control de las cortes estamentales, monopolios urbanos, justificación ideológica del privilegio, etc.
[–> [–>[–>Ya en la Edad Moderna, los Reyes Católicos tuvieron como objetivo histórico la centralización de los recursos comunitarios para manejarlos a su libre albedrío, pasando de una monarquía feudal a otra autoritaria. Su propósito principal era el control de la alta nobleza y de la Iglesia; de esta manera, lograron reducir el poderío de los aristócratas, a base de apartarlos de los cargos políticos y militares, y utilizaron la religión sometiendo al presbiterio a la autoridad real, aseverando que los cargos eclesiásticos fuesen ocupados por personas leales a la Corona. La Inquisición―–autorizada para perseguir la herejía y controlar la ortodoxia católica– se convirtió en un enérgico instrumento de control social, particularmente activo en la persecución de los conversos al cristianismo.
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Las Reformas Borbónicas se basaron en la imposición del absolutismo y en la centralidad, pretendiendo eliminar, una vez más, los contrapoderes internos (rancio abolengo, antiguos fueros o la clerecía). El dominio se concentró en el Rey, marginando a la aristocracia en las funciones gerenciales y gobernando con la ayuda de ministros o secretarios. Además, dentro del concepto patrimonial que defendían, se suprimieron las leyes e instituciones de los antiguos reinos y se implantó el modelo burocrático castellano; asimismo, se reformó la hacienda para incrementar la recaudación de impuestos y se restringió la capacidad de otras instituciones sociales.
[–>[–>[–>El régimen franquista constituye un ejemplo palmario de «gorronismo estatal» al servirse de las estructuras y recursos estatales para lucro propio con total impunidad. En suma, los artilugios empleados implicaron la concentración de poder absoluto, clientelismo y nepotismo, autarquía económica y el control ideológico de la administración pública, la educación y los medios de comunicación.
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En definitiva, son incontables las maniobras que suelen usar las élites dirigentes para extorsionar al Estado, disfrutando de rentas o ventajas privadas a base de utilizar las instituciones públicas. Evoquemos algunas pocas que se practican con asiduidad: creación de leyes y normas a medida (desde gabelas, fueros o diezmos), tácticas para la elusión y evasión fiscal (usando resquicios legales o forzando para obtener medidas de gracia), tráfico de influencias y puertas giratorias (incluye altos cargos políticos contratados por empresas del sector que regulaban cuando estaban en activo), privatizaciones y externalizaciones rentistas (entregar servicios públicos con cláusulas de revisión o garantías que socializan pérdidas y desnacionalizan ganancias), privatizaciones ventajosas de sectores estratégicos (energía, telecomunicación e infraestructuras) y control o influjo sobre medios de comunicación, entre otros. Sin olvidar el inmoral manejo de conflictos armados para lograr beneficios financieros.
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[–>Los recursos de poder de los sablistas han sido tan eficientes que bien por persuasión o por clientelismo han conseguido que las clases medias se alisten al carro vencedor.
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Dice nuestro sabio refranero: «El rico hace lo que quiere y el pobre lo que puede».
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