Trump vuelve al trono
Como hizo en 2017, Donald Trump colocará este lunes la mano izquierda sobre dos biblias: una que le dio su madre en 1995 y la que usó en 1861 para su toma de posesión Abraham Lincoln. También como hace ocho años, con la mano derecha alzada, el republicano jurará ante el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, “preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos” y se convertirá en el 47º presidente de Estados Unidos.
[–>[–>[–>[–>La endeble credibilidad del juramento saliendo de boca del republicano quedará subrayada por el escenario forzado para la ceremonia por las gélidas condiciones meteorológicas anticipadas para la capital. Porque Trump va a consumar su retorno al poder, extraordinario y avalado en las urnas por una mayoría de votantes, no en la escalinata exterior del Capitolio sino en la rotonda bajo la cúpula en el interior del edificio del pueblo, el mismo que sus seguidores, azuzados por sus mentiras sobre un inexistente fraude electoral en 2020, asaltaron el 6 de enero de 2021 tratando de evitar la certificación de la victoria de Joe Biden.
[–>Dará inicio así una presidencia única, que arranca con el primer presidente convicto por lo penal pero también protegido como ninguno otro antes que él en EEUU por un manto de inmunidad y poder ampliado por el Supremo que le abre las puertas al absolutismo. Y la gran incógnita es qué camino van a recorrer a partir de ese momento la democracia estadounidense y el mundo.
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Una rima asonante de la historia
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La rima de la historia que plantea Trump es asonante. Hace ocho años llegó a la presidencia sorprendiendo no solo a los demócratas sino a su propio partido; ahora su formación vive entregada a su dominio, movidos algunos por la fidelidad, la lealtad y la alineación programática o ideológica; otros por el miedo, razonable, al castigo, al ostracismo.
[–>[–>[–>[–>Lo mismo pasa en su Casa Blanca y su gobierno. En 2017 Trump era un novato pero hoy, como ha dicho Michael Steele, que presidió el Comité Nacional Republicano, tanto él como su equipo son “más listos, más rápidos. Han tenido cuatro años para tramar y preparar, han debilitado la infraestructura en áreas críticas como el Departamento de Justicia”. Aunque algunas salvaguardas democráticas sobrevivieron a sus primeras embestidas, está por ver que puedan resistir el segundo mandato que esta vez, a los 78 años, llega como un bulldozer.
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Hace ocho años buena parte del mundo político y parte importante de la sociedad le recibieron como una anomalía, con alerta; hoy el peso de su victoria en las urnas les aplaca. Trump disfruta en este momento de mayor índice de aprobación (cerca del 50%) del que tenía hace ocho años. Y la oposición está visiblemente aturdida, con no menos alarma que entonces, de hecho si cabe con más, pero con escasa o nula estrategia de resistencia formal.
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Mientras algunos demócratas tratan de aparcar las diferencias entre facciones para hacer un frente común, especialmente en un Congreso que por lo menos hasta las legislativas de 2026 controlan los republicanos, otros asumen la vía de la cooperación. “Tenemos que tratarle como a un presidente normal porque ahora es así como se ven los presidentes normales en EEUU”, le decía el ayudante de un senador demócrata desde el anonimato a NBC.
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Esa normalización de lo extraordinario es un hecho innegable, igual que el poder monumental de Trump, evidente. Incluso antes de llegar por segunda vez a la Casa Blanca y poner en marcha de forma inmediata una agenda que promete alterar radicalmente la vida y las normas de EEUU, incluyendo una operación masiva de deportaciones o la sustitución de funcionarios públicos por un ejército de fieles, ya ha logrado que poderes fácticos empiecen a mostrar actos de lo que se conoce como “obediencia anticipada”.
[–>[–>[–>[–>Grandes empresas que durante años promovieron programas de justicia climática o social, racial y de género han empezado a deshacerse de esos esquemas demonizados por los republicanos como woke y que están en uno de los múltiples puntos de mira del presidente. Incluso en algunos medios de comunicación la cobertura ha cambiado claramente para reducir el antagonismo con un presidente que, aunque tenga previsto hablar de unidad en su discurso de este lunes, llega por segunda vez al cargo con espíritu de revancha y venganza.
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El poder económico y Silicon Valley
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Si en un poder ha sido radical el giro ha sido en el sector tecnológico. Detrás de titanes como Peter Thiel, de los pocos aliados que Trump tenía en Silicon Valley en 2016, han llegado prácticamente todos los demás, empezando por Elon Musk, el padre de Tesla, Space X y Starlink y propietario de Twitter que apoyó la última carrera presidencial del republicano con más de 250 millones de dólares y ahora estará al frente de un ente creado para tratar de recortar el gasto del gobierno y mejorar su eficiencia.
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Era solo el principio. El alineamiento e incluso vasallaje del sector explica que el fondo creado para la ceremonia inaugural de Trump haya batido un récord de recaudación con más de 150 millones de dólares donados. Según un análisis de ‘The Washington Post’ de datos por ahora públicos de esas donaciones, el 60% de quienes han dado dinero esta vez no lo hicieron en 2017.
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A esos cofres ha llegado al menos un millón de dólares de Mark Zuckerberg, consejero delegado de Meta, que recientemente anunció que acababa con programas de verificación en sus plataformas y de Jeff Bezos, padre de Amazon y propietario de ‘The Washington Post’, uno de los medios de comunicación que han entrado en la nueva dinámica ante la segunda presidencia y, por ejemplo, decidió no publicar antes de las elecciones un editorial apoyando a Kamala Harris.
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También han enviado fondos Sam Altman, de OpenAI; Sundar Pichai, de Google; Tim Cook, de Apple y Dara Khosrowshahi, de Uber. Todos, junto al consejero delegado de TikTok, Shou Zi Chew, estaban invitados a los actos de este lunes y han pasado los dos días previos llenando Washington de fiestas y eventos donde, acompañados de otros grandes donantes, se han mostrado exultantes.
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Para otros, incluyendo el presidente saliente Joe Biden, el ánimo es muy diferente y uno de los temores que más expresan estos días quienes no votaron a Trump es el miedo no solo a una deriva autoritaria del republicano sino hacia una nueva oligarquía en EEUU, una versión en el siglo XXI de la “Edad dorada” que a finales del XIX marcó una época con excesos materialistas, grandes desigualdades y corrupción. El gobierno entrante, pendiente de confirmación casi asegurada por el Congreso, incluye a 11 personas en el club de los “milmillonarios”.
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Fiesta de la ultraderecha
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En el Capitolio Trump va a escenificar no solo su reconquista de Washington, sino también, con invitados como Georgia Meloni, Javier Milei o Santiago Abascal, el momento de promesa y auge para movimientos y personajes ultranacionalistas y de extrema derecha en todo el planeta. Nunca antes líderes extranjeros habían sido oficialmente parte de una toma de posesión en EEUU, pero Trump rompe los moldes. Y en la suya incluso estará el vicepresidente de China, Han Zheng.
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