¿Una “edad de oro” para EEUU o una vuelta a la edad chapada en oro?
“Nuestra edad de oro acaba de comenzar”. Donald Trump ha cerrado este lunes su segundo discurso de investidura como presidente de Estados Unidos prometiendo una era de prosperidad sin precedentes, propulsada por el petróleo y unas políticas proteccionistas con las que aspira a recaudar “ingentes cantidades de dinero” de las importaciones desde el exterior. Una época en la que EEUU “volverá a ser rico” y pasará a ser “la envidia de todas las naciones”. Pero esa edad de oro ha comenzado gripada casi inmediatamente después, con un fallo en la megafonía del Capitolio que ha impedido que la cantante de country Carrie Underwood pudiera entonar el ‘America the Beautiful’ acompañada de la orquestación que debía salir de los altavoces. Puede que fuera una anécdota sin importancia o puede que fuera una metáfora de lo que espera a los estadounidenses y al mundo en los próximos cuatro años.
[–>[–>[–>[–>Edad de Oro (‘Golden Age’, en inglés) en el imaginario estadounidense es como algunos bautizaron las últimas décadas de su siglo XIX, hasta que el gran genio satírico de su literatura, Mark Twain, decidió rebautizarla como la Edad Chapada en Oro (‘Gilded Age’). Porque si bien aquella fue una época de enorme progreso y riqueza, con una rápida industrialización, avances tecnológicos como el teléfono o la electricidad y la expansión territorial hacia el Oeste, fue también un gran lodazal de codicia materialista, corrupción política y desigualdad extrema. Un puñado de excéntricos titanes de la industria levantaron una economía oligárquica sustentada sobre los monopolios del acero, el ferrocarril o la banca. “Es una época de gran prosperidad, pero solo en la superficie. Por debajo, es una época de decadencia”, escribió Mark Twain.
[–>De ahí que sea difícil obviar los paralelismos con el momento actual y las ambiciones del nuevo presidente. “Hoy está tomando cuerpo en América una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que realmente pone en peligro toda nuestra democracia”, advirtió su predecesor Joe Biden a modo de despedida la semana pasada. Los Rockefeller, Vanderbilt o J.P. Morgan de ayer son los Elon Musk (Tesla, Space X), Jeff Bezos (Amazon) o Sundar Pinchai (Google) de hoy. Y todos ellos se han puesto a los pies de Trump, quien también ha querido dejar claro que los quiere como embajadores de su nuevo reino. El republicano quiso oficializar la simbiosis que se barrunta entre el poder político y económico sentando a Musk, Bezos y Pinchai justo detrás de su familia y por delante de los ministros de su Gobierno durante la ceremonia en la Rotonda del Capitolio.
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Destino manifiesto
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Una señal de los nuevos tiempos. Tiempos en los que el límite ya no será el cielo, sino Marte, uno de los regalos que Trump quiere hacerle a Musk por su apoyo financiero y por haber convertido su red social X en una cámara de eco del trumpismo y sus chivos expiatorios. Desde los migrantes, a las políticas de igualdad, diversidad y género o el multilateralismo internacional. “Buscaremos nuestro destino manifiesto en las estrellas lanzando a astronautas estadounidenses para plantar las barras y estrellas en Marte”, dijo durante el discurso. Un discurso mucho menos oscuro y tremendista que en 2017, cuando dijo aquello de “la carnicería americana se acaba aquí y ahora”.
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Ese “destino manifiesto” invocado por el magnate es otra idea acuñada en el siglo XIX por la que EEUU se arrogaba como misión divina la obligación de llevar su civilización hasta el último rincón de Norteamérica. Y fue una de las justificaciones utilizadas por el presidente William McKinley (1897-1901) para lanzarse a la conquista de territorios en ultramar con la anexión de Hawái, la independencia de Panamá o la absorción de Puerto Rico, Guam o Filipinas, arrebatadas a España durante la guerra de 1898. Pocos estadounidense se acuerdan de quién fue McKinley, pero Trump optó por resucitar a la momia durante su alocución para contextualizar las ínfulas imperialistas que lleva aireando en las últimas semanas.
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Arquitecto de la paz mundial
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“El presidente McKinley hizo a nuestro país rico con los aranceles y otras cosas”, dijo para presentar al empresario-presidente. El republicano acusó falsamente a China de haberse apoderado del Canal de Panamá. “No se lo dimos a China, se lo dimos a Panamá y vamos a recuperarlo”, dijo a modo de amenaza, acompañada de su intención de rebautizar al Golfo de México como «Golfo de América». Esos planes contrastan aparentemente con su voluntad de convertirse en una suerte de arquitecto de la paz mundial durante su segundo mandato. “De lo que más orgulloso me sentiré es de mi legado como hacedor de la paz y la unidad. Eso es lo que quiero ser, el hombre que traiga la paz y la unidad”, explicó tras felicitarse como el responsable del alto el fuego en Gaza, palabras que no debieron gustar a Biden.
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Lejos del revanchismo que abanderó durante su campaña o de sus planes para politizar la burocracia estadounidense reemplazando a miles de funcionarios de carrera con “patriotas estadounidenses”, Trump prometió “no utilizar nunca el inmenso poder del Estado” para perseguir a sus oponentes políticos. No todo el mundo lo tiene tan claro. Horas antes de la investidura, Biden indultó de forma preventiva a numerosos de altos cargos de su Administración, como el doctor Anthony Fauci que estuvo al frente de la gestión de la pandemia, por temor a que caiga sobre ellos el mazo de las represalias. Durante el discurso acusó a sus predecesores de “traición”, tras describirlos como un “establishment corrupto y radical” que se habría enriquecido a costa del país.
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Todo eso hace presagiar días difíciles para EEUU, por más que Trump prometiera “una excitante nueva era de unidad y éxito nacional”. Se verá en los próximos meses, que se antojan convulsos ante las deportaciones masivas que prometió llevar a cabo. Trump construyó su marca a base de hoteles con grifería chapada en oro y dorados salones versallescos. Habrá que ver ahora si consigue realmente liderar una nueva edad de oro o si acaba empujando al país a la decadencia de aquellos años de finales de XIX. A aquella ‘Gilded Age’ de industrialistas glotones y un gobierno al servicio de los intereses de unos pocos.
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