Ussía
Ha muerto Alfonso Ussía dejando a España con una columna menos y a los dioses del ingenio con un refuerzo de última hora. Fue un aristócrata que se negó toda la vida a tomarse en serio a sí mismo, lo cual es, como todo el mundo sabe, la forma más elevada de ejercer la aristocracia. Sarcástico indomable, escribía con desdén irónico, incluso con estruendo, sin pedir permiso a nadie y con la elegancia de un traje hecho a medida para ofender mediante una sonrisa. Obviamente, un traje confeccionado en Savile Row.
[–>[–>[–>Con Ussía se despide también una forma de entender la irreverencia como acto de amor al país; solo quién ama profundamente algo se atreve a burlarse de ello sin piedad. El hombre que no ríe acabará defendiendo mal aquello que quiere. Y que me aspen, no recuerdo quién lo dijo. Si España fuera una novela cómica, algo que no está lejos de suceder, Ussía habría sido ese personaje secundario imprescindible que aparece en el momento justo para decir la verdad que nadie quiere oír, provocar un escándalo medido y largarse silbando
[–> [–>[–>¿Monarquico? ¿Liberal? ¿Y qué? Si no tuviéramos esa propensión disparatada e idiota de juzgar el talento literario por las afinidades del autor, no habría inconveniente en manifestar de modo unánime que Ussía ha sido uno de los mejores escritores humorísticos de las últimas décadas, y también de las penúltimas. Tenía estilo y concisión para lanzar sus dardos, y la sátira brillante ha estado siempre presente en sus artículos y en sus libros. En esos epigramas virtuosos que le hicieron continuador de un género que fue prolífico en este país. En los divertidos consejos de su «Tratado de las buenas maneras», o en las desternillantes peripecias de Sotoancho, ese marqués ridículo en la estela de los mejores personajes de P. G. Wodehouse. Y en tantos otros libros… n
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