Va, va, va… bah
Las retransmisiones televisivas de fútbol nos regalan ahora la potente banalidad de una cámara y un micrófono en los vestuarios de cada uno de los dos equipos, momentos antes del inicio del partido. Pero ni accedemos a lecciones magistrales del técnico, ni a palabras inmarcesibles del capitán de la plantilla. Banalidad absoluta. Sólo vemos a un grupo de señores en ropa deportiva, con una cuenta bancaria saneada, una repetición obsesiva ("Ve! Ve! Ve…!") acompañado de bofetadas, abrazos y consignas innecesarias: "Jugamos, ¿eh?, ¡jugamos! Ve! Ve! Ve…!". Luego, jugadores, utileros, fisios y todo aquel que pase por allí forman un círculo. Se agachan, juntan sus manos y –tras el ritual guanchuzrí– gritan el nombre del equipo. Banalidad. Hace varias décadas, la directiva de un club de Primera División me invitó a ver el interior de la previa del partido tanto en casa como fuera de casa. No ha evolucionado nada en absoluto. Bueno, sí. Tras el calentamiento los futbolistas corrieron para satisfacer una imperiosa necesidad orgánica, a juzgar por los males de prisa anteriores: vergüenza por la cámara y el micrófono. Y bueno, sí también: aquel entrenador estaba tan absorto que caminaba por la sala a zancadas, avisando al vacío, porque nadie lo escuchaba: "¡Bandas, toquen en las bandas!". Pausa. "¡Bandas, maldita sea! ¡Olvídate de las bandas! ¡Juguemos en el centro, maldita sea!". Banalidad contradictoria.
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