Nicolás Maduro es hoy un gobernante carente de legitimidad democrática, luego de haber falsificado los resultados electorales en los que pretende basar su poder. Pero su deposición por parte de Trump sería igualmente ilegítima, por cómo y por quién: a golpe de portaaviones en el Caribe y por alguien que viene dedicando su mandato a cercenar en su país las libertades que pretende restaurar en Venezuela. Quien llegara a la presidencia con ese apoyo estaría condenado a ser un títere, en la política y en la gestión petrolera, razón última de la pasión venezolana de Trump. Así que la única salida democrática al impasse sería mediante nuevas elecciones, pero esta vez con todas las garantías: restablecimiento previo de las libertades restringidas de facto por Maduro (prensa, asociación, expresión), su compromiso de no presentarse nuevamente y una supervisión internacional muy estrecha del proceso.



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