Viaje a Granada
Las emociones en la España actual se acumulan venturosamente. Las más vibrantes se viven en los trenes. Después de unos años de viajes rutinarios en los que se respetaban las horas de salida y llegada, disfrutamos ahora de experiencias llenas de sobresaltos.
[–>[–>[–>Cuento la peripecia de un viaje desde Madrid a Granada en un AVE con dirección a Sevilla. Obligado era por tanto hacer un cambio en Córdoba.
[–> [–>[–>Ya la salida no se ajustó al horario anunciado, que incluía los minutos con precisión suiza: 10.37. Lo tengo escrito por algún sitio: los minutos no tienen más función en el mundo que la de permitir a Renfe presumir abrumándonos con su exactitud.
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En este caso la Renfe activó su perfil juguetón consistente en salir de Atocha con más de cuarenta minutos de retraso.
[–>[–>[–>Antes de empezar a trepar por Sierra Morena, el tren se detuvo otra media hora. ¿Algún problema especial? Nadie lo explicó, creo que se trataba de una parada destinada a preparar el ánimo de los viajeros, abrir sus ojos ante el fabuloso paisaje y evocar a sus míticos bandoleros.
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A mí me dio tiempo para repasar mentalmente las andanzas del Tempranillo o del Renegado, unos tipos magníficos que, para robar, se iban a un monte asumiendo pasar una vida llena de asperezas, lluvias, vientos y otras calamidades. Un ejemplo de dignidad que contrasta con el sutil ladrón moderno que se atrinchera, nombrado por el Gobierno, en una empresa pública, viste mocasines, gasta jersey de marca, habla por móvil de mil euros y pasa la factura de sus alivios sexuales al erario público.
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[–>¡Qué ejemplo de austeridad y de respetabilidad el del citado Tempranillo! Nadie lo dude: la regeneración de España pasa por recuperar a esos bandoleros, ejemplos de sacrificios.
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Con estos retrasos llegamos tarde a Córdoba, donde debía tomar otro tren de alta velocidad, dirección Granada.
[–>[–>[–>Antes de abandonar el que tenía a Sevilla como destino precisaré algo: en el anuncio luminoso del vagón que explicaba el tipo de tren y el trayecto Madrid-Sevilla (Santa Justa) se añadía: con paradas en Huesca, Calatayud y Zaragoza. Quizás el lector no lo pueda creer, pero ese era el texto. Cuando le señalé a la interventora el despropósito, me dijo que lo comunicaría a su superior.
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Lo cierto es que abandoné el tren en Córdoba con la luminosidad de aquel itinerario fantástico intacta. Luego pensé que no se trataba de errores geográficos, sino de que un Gobierno, si es verdaderamente progresista, puede poner Zaragoza donde le dé la gana y no en el sitio tradicional en que se halla desde el emperador Augusto, una muestra de indolencia conservadora propia de Gobiernos crepusculares.
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Mi nuevo tren, de baja velocidad y desvencijado, llevaba un anuncio en todos sus asientos que rezaba: «recuerda que es obligatorio formalizar tu viaje». Mensaje tan burlón como hermético, expresado además con el campechano tuteo.
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Ya me advirtió un empleado en Córdoba que tendría que hacer un nuevo cambio en Antequera, donde me ayudaría alguien en el andén. Un «alguien» que no apareció por ninguna parte.
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Tan solo en la ventanilla, una amable señora me transmitió la noticia de que carecían de tren para trasladarme a la Granada de mis sueños y de mis compromisos.
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–No se preocupe porque le vamos a alquilar un taxi.
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Y así fue, en taxi, como llegué a la ciudad donde «mi cantar se vuelve gitano y donde beso tu boca de grana, jugosa manzana …» etc.
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Con dos horas y media de retraso. Y con un último detalle afectuoso: ni un céntimo de euro de indemnización a quienes habían pagado mi billete.
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