Yolanda Díaz da el cante
Yolanda Díaz es un juguete roto de la política española que se martillea a sí misma para ver cómo sus últimos trozos saltan en añicos, hasta el punto que las piezas de sus fallidas siglas serán en el futuro irrecuperables. La vicepresidenta ha vuelto a practicar su deporte favorito: el órdago sin mus, el juego de farol. Pidió a Sánchez, con tono solemne de tragedia griega, una “remodelación profunda” del Gobierno—«así no podemos seguir», clamó, muy digna ella— y el presidente, pleno de desdén en su atalaya, se limitó a subir el volumen del altavoz del silencio. Órdago a la grande, respuesta a la chica.
[–>[–>[–>Díaz confundió de nuevo el Consejo de Ministros con un escenario teatral y a Sumar con el coro que debía entrar a tiempo en escena para hacerse notar. El problema es que el corifeo disonante no había ensayado antes de la función. Izquierda Unida y Más Madrid se desmarcaron del numerito, y su ministra de Sanidad aseguró que el ultimátum le pilló “reunida con los sindicatos”, que en política es el equivalente a decir “yo no estaba cuando explotó el petardo”. Díaz, indignada, habló de deslealtades y traiciones, pero el error fue suyo por un nuevo gesto para la galería. Solo a ella se le ocurre lanzar fuegos artificiales en un polvorín sin avisar de que iba a encender la mecha.
[–> [–>[–>Sumar ya solo suma confusión. Y su lideresa apenas alcanza a practicar política de karaoke: canta muy alto, pero siempre sobre la música de otro. Y otra vez volvió a desafinar y a dar el cante.
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