Yudita
Imaginen a una anciana ciega viviendo sola en una cabaña en el monte, cuidando de sí misma en un aislamiento opaco, en medio de la naturaleza, generosa en frutos, pero también acechanzas. Una mujer embebida en su ceguera y tragedia vital, décima hija de una familia pobre, como se era pobre en la Cimavilla gijonesa de hace un siglo. La niña asmática que su madre “entregó” a una pastora sin hijos, en una acción incomprensible para el esquema mental, moral y legal de hoy. Víctima después de abusos que la hicieron desconfiar de cualquier voz humana, especialmente las masculinas.
[–>[–>[–>Si ustedes, como yo, rebuscan estos días las mejores opciones para disfrutar del Festival Internacional de Cine de Gijón, FICX, les sugiero “Una mujer que conocí llamada Yudita”, del realizador asturiano Rodrigo Agüeria, en la sesión de hoy de Asturies Curtiumetraxes. Agüeria firma una obra que parte de la historia de esta anciana ciega y sola, e irradia tantos caminos emocionales como formas tienen las vidas de entrecruzarse e influirse. Y que ocurra que en un festival de cine se hable de una mujer anónima, literalmente indocumentada, cuyo nombre y filiación verdaderos se conocieron tras su muerte. Porque para ser enterrada había que dar con algún familiar vivo.
[–> [–>[–>En algún momento, los vecinos de La Cuesta, en Sariego, se percataron de la situación de desvalimiento de aquella anciana ciega que vivía monte arriba y rehusaba las relaciones humanas. Para ayudarla era preciso, en primer lugar, ganarse su confianza. Lo consiguió la familia de Agüeria. La mujer comenzó aceptando que le llevasen comida, siempre y cuando no fuera una voz masculina la que asomara a su ventana. El pueblo se organizó para repartir la tarea. Y, un día, el niño Rodrigo empezó a subir con su tía Montse. Primera lección de vida: contra el desamparo, solidaridad.
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A aquella lección siguieron otras, conforme la historia de Yudita y la familia de Agüeria se fue entrelazando hasta el punto de que fue en la casa familiar donde la anciana, ya nonagenaria, vivió sus últimos días. Tras una celebración de Reyes en la que los Magos, quizás por vez primera, dejaron un paquete para Yudita.
[–>[–>[–>La memoria es extraña y Rodrigo Agüeria perdió parte de aquellos recuerdos. Hasta que un día conectó la persona que hoy es con aquella experiencia de vida que familia, territorio, cultura, le habían brindado. Entendió algunas cosas y decidió otras. Por ejemplo, este corto que desanda el camino vivido y recompone la memoria propia y colectiva revisitando la cabaña devorada por la maleza o rescatando imágenes escasas como tesoros.
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Escuchar a Rodrigo hablar de Yudita es admirar la capacidad humana de supervivencia, redefinir el concepto de familia, entender la necesidad de entenderse. Y buscar interiormente nuestra secreta tribu.
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