25-N, el día de las cadenas invisibles
Cuenta la policía que es especialmente difícil proteger a las mujeres sometidas a la violencia de la explotación, a la trata, por un fenómeno que tienen detectado y con un nombre y todo, el síndrome de las cadenas invisibles. No hay grilletes ni candados, pero una atadura que las oprime igual pesa sobre ellas: la amenaza que pende sobre sus familiares o su propia vida si sus explotadores descubren que han denunciado. También planea sobre muchas víctimas el miedo por perder una precaria zona de confort, que han creado a partir de retazos, de objetos simbólicos, de rutinas minúsculas de paz en medio de su infierno diario. En muchos registros policiales de casas donde tienen retenidas a mujeres para obligarlas a prostituirse entran cámaras para dejar testimonio de la operación, y no deja de ser turbadora la visión de mantas y maletas rosas, como de niñas, cojines coloridos y muñecos de peluche en un escenario de sordidez. Pequeños asideros emocionales para vidas que son naufragios.
[–>[–>[–>El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, nos conjuramos para reivindicar el fin del maltrato y los feminicidios, para denunciar las nuevas violencias digitales y las violencias económicas. Pero sobre todo reclamamos que se rompan todas las cadenas invisibles que aún atenazan a demasiadas mujeres, desde la trata, cada vez más extendida con mafias de esclavas sexuales que usan España como puerta a Europa de mujeres de otros continentes, sobre todo de Latinoamérica, hasta las adolescentes de nuestros barrios que sufren los prejuicios de género de sus familias, muy relacionados con sus culturas, y se ven privadas de una vida social más allá de la escuela. También las cadenas represivas que aún callan a mujeres que sufren agresiones y vejaciones en casa y no saben o no pueden imaginar aún que una vida mejor las espera detrás de una denuncia. O a las que se autoengañan pensando que su marido o novio ya cambiará, o las que incluso creen que es normal que las maltraten, que se lo merecen. ¿Qué siente cada una de ellas, en su mundo pequeño a la fuerza, cuando ven los pósters y carteles de este día, los anuncios y las noticias de prensa? La contraola feminista ha llevado en los últimos a tiempos al silencio a muchas jóvenes que «no quieren problemas», que prefieren esquivar la burla y la desautorización, que las menosprecien por levantar la voz ante una injusticia con la marca de la desigualdad, que querrían protestar ante agresiones verbales o violencias digitales. No son anécdotas, no son exageraciones, no son histerismos. Pero las cadenas invisibles también tapan bocas que creíamos libres.
[–> [–>[–>Si el 25-N sirve para que una sola de las mujeres que sufre violencia en su vida se decida a dar un paso para hacerle frente, que sea consciente de que hay instituciones, asociaciones y un sistema dispuesto a prestarle ayuda, habrá valido la pena. La vida, una vez rotas las cadenas, tampoco es un camino de rosas, pero paso a paso traza un nuevo destino que puede estar libre de violencia. La ilusión de alcanzarlo debería bastar para dar alas en la lucha contra el maltrato.
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