La UE afronta en ‘stand by’ y sin una estrategia clara el segundo mandato de Donald Trump
Con los populismos de extrema derecha en auge y un vacío en el liderazgo, la Unión Europea (UE) espera y observa la llegada de Donald Trump por segunda vez a la Casa Blanca sin una estrategia clara y muchos retos por delante.
[–>[–>[–>[–>En Bruselas hay preocupación, pero no pánico. La UE espera en cierto modo agazapada. Espera y observa. Trata de entender quienes serán las personas de confianza de Trump, su círculo de influencia. Con quién hay que hablar en Washington. Identifica tendencias comerciales, posturas en uno y otro tema. Y se prepara para lo que venga.
[–>En las capitales son conscientes de que una cosa es lo que Trump dice en campaña, y otra lo que hace una vez sentado en el despacho Oval. Pero también de que el republicano llega mucho más experimentado, y con el control del Senado y el Congreso, es mucho más peligroso, mucho más poderoso.
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El mensaje general es de que, pase lo que pase, Estados Unidos y Europa son aliados naturales. La seguridad de uno depende del otro, y esto funciona en ambos sentidos. Que una guerra comercial no beneficia a nadie, y se perderían empleos y dinero a ambos lados del Atlántico. Y Bruselas responde tímidamente a las amenazas, incluidas la de comprar Greenlandia, o las interferencias, como las del asesor de Trump, Elon Musk, exhibiendo su apoyo a la extrema derecha alemana antes de unas eleciones.
[–>[–>[–>[–>Y mientras espera, Europa mira adentro. El objetivo, dice un alto diplomático, «es seguir concentrados pero también tranquilos«. E insiste en que lo que tiene que hacer la UE es centrarse en lo único que puede controlar: trabajar en su unidad, hacer lo posible por mantener una posición común, y reforzar su posición en el tablero, abordando sus debilidades.
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Una cuestión de seguridad
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La situación en Ucrania está inevitablemente en la cabeza de todos. Trump alardea de poder acabar con la guerra en un día, pero muchos se preguntan a qué precio. Para los europeos, una paz estable y duradera no es solo una cuestión de justicia internacional, sino también de seguridad. Para la UE, un mal acuerdo para Ucrania es un mal acuerdo para Europa.
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Por eso los esfuerzos se centran ahora en garantizar que la ayuda militar sigue llegando a Kiev, pase lo que pase en Washington. De hecho, aunque sin éxito, los esfuerzos estos días han estado en desbloquear el Fondo de Apoyo a la Paz que Hungría mantiene congelado.
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Lo mismo sucede con Palestina. Las soluciones cortoplacistas no entusiasman demasiado en Bruselas. El alto el fuego –de materializarse– es una buena noticia. Pero para la UE, siempre ha sido importante que haya un plan más allá guerra. La salida al conflicto pasa aquí por la solución de dos estados, que el propio Trump no reconoce. Y la capacidad de influencia de Europa aquí está notablemente mermada, que sin embargo está mucho más expuesta a las consecuencias de una crisis en Oriente Próximo.
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Como ocurriera en 2016, Trump vuelve además a exigir a los aliados que aumenten su gasto en defensa. De lo contrario, amenaza de nuevo el republicano, Estados Unidos no acudirá en su apoyo. Pero lo cierto es que esta vez, son las amenazas de Putin, no las de Trump, las que han hecho que la UE replantee sus políticas de seguridad y defensa.
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El próximo 3 de febrero, los líderes de la UE se darán cita en el Château de Limont, a unos 70 kilómetros de Bruselas para hablar de seguridad. «Europa debe asumir una mayor responsabilidad en su propia defensa», aseguró el presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, en su carta de invitación a los líderes, casi haciéndose eco de las premisas de Trump.
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El presidente asegura que así, no solo los europeos serán más autónomos y eficientes, son también «un aliado transatlántico más fuerte». En esa carta, Costa abre la puerta a usar el presupuesto europeo para financiar políticas de defensa, acabando con otro tabú. De alguna manera la premisa funciona en ambos sentidos: reforzar la política de defensa es necesario en el vacío que deja Estados Unidos y, al mismo tiempo, puede servir para demostrarle al republicano el compromiso europeo con la seguridad internacional.
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Pero en esa cumbre, no habrá 27 sino 28 líderes. El Primer Ministro británico, Keir Starmer, cenará con sus homólogos europeos. Una muestra de que donde unas alianzas se debilitan, otras se refuerzan.
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La guerra comercial
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La segunda gran amenaza de Trump es al comercio internacional. La Comisión Europea puso en marcha hace meses un grupo de trabajo para prepararse antes posibles escenarios, pero ninguno se ha materializado. Que habrá aranceles a los productos europeos se da casi por sentado, pero no a qué sectores afectará, en qué medida, y qué pedirá Trump a cambio de levantarlos, más allá de aumentar las importaciones de gas tal y como ya ha anunciado. Bruselas, aquí, abre la mano.
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Un alto diplomático confirma también que, en paralelo al trabajo de la Comisión, los gobiernos europeos están elaborando planes de contingencia para hacer frente a una posible guerra comercial, y sus consecuencias. Porque no todos los mercados están expuestos al mismo nivel y hay que estar preparados.
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La UE podría ser además una víctima colateral de las políticas comerciales de Trump. El republicano ha anunciado aranceles del 60% sobre las importaciones de productos chinos. Más allá del impacto económico global, preocupa que algunos de los productos que ya no puedan llegar al mercado norteamericano lo hagan al europeo. Esto podría tener un potencial impacto negativos para sectores particularmente sensibles como el de los coches eléctricos.
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En este contexto, no es casualidad que la UE impulsara las negociaciones para cerrar el acuerdo comercial con los países del Mercosur, o que haya cerrado la modernización del acuerdo de cooperación con México. De nuevo, Europa busca aliados con los que fortalecer las relaciones económicas y políticas, en previsión del terremoto que pueda suponer la segunda administración de Trump.
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La unidad europea, en juego
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La Unión Europea se enfrenta a la segunda Administración Trump notablemente dividida en cuestiones fundamentales, perdiendo así su capacidad de influencia: desde la gestión de los flujos migratorios, hasta las políticas climáticas, y la regulación de las grandes tecnológicas.
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El mundo ha cambiado pero también la UE. Alemania está llamada a las urnas en febrero con la extrema derecha como segunda fuerza. La inestabilidad política en Francia ha mermado la influencia de Emmanuel Macron en la política europea. No hay líderes naturales en la Unión, y el autócrata Viktor Orbán se presenta de pronto como el interlocutor natural del presidente de los Estados Unidos.
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Hacer frente común ante las amenazas de Washington es la premisa. Pero la llegada del republicano a la Casa Blanca amenaza con envalentonar a las fuerzas de extrema derecha, explotando las divisiones internas en Europa. Más allá de las cuestiones de seguridad, políticas o económicas, el gran reto de la UE será que la máxima de «America primero» no se traslade a todas sus capitales.
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