Transportamos 1.700 asientos en menos de 24 horas
“Mira que trae cola el tema de las sillas”, dice Aurelio Zayas nada más comenzar la conversación. Hace casi tres décadas que trasladó 1.700 asientos del antiguo estadio Camp Nou a las calles de su pueblo natal, Langa de Duero, en la provincia de Soria. El municipio, de algo más de 700 habitantes, recogió el 10 de mayo de 1998 un cargamento de butacas provenientes de Barcelona con el fin de darles una segunda vida. Junto a tres amigos, extrajo 15.400 tornillos en menos de 24 horas. “También vinimos con 100 sillones de un anfiteatro catalán que servían para dar conferencias. Estuvieron puestas en el consultorio médico, pero de esas ya no quedan. No sé qué hicieron con ellas, ha pasado mucho tiempo”, cuenta. Un pedazo de su corazón aún reside en la Ciudad Condal, donde pasó gran parte de su vida y se acercó a una de sus grandes pasiones, el fútbol. A sus 71 años, recuerda con cariño las jornadas de trabajo en el Bar Marcelino, situado en el distrito de Montjuic. “Estábamos tan cerca del museo Miró que terminamos haciéndonos colegas de sus trabajadores, que venían a comer”, relata. Desde el director o la subdirectora hasta el personal de mantenimiento, todos pasaron por las mesas de aquel local.
Ese mismo año, el club catalán hizo una reforma de las gradas y sus sillas fueron donadas a la galería para hacer cuatro exposiciones artísticas. “Al final se fue al garete”, reconoce agradecido. De lo contrario, no estaríamos hablando en este momento. Un pasquín en la puerta, con una imagen del campo del Club Deportivo Langa, daba la bienvenida a aquellos que desconocían la esencia del establecimiento. Como él, la mayoría de camareros pertenecían a municipios próximos de la ciudad castellana. Un día Jaume Langa, el fisioterapeuta del equipo, entró asombrado al ver el cartel con su apellido. “Le expliqué de dónde era sin saber que alguien nos estaba escuchando”, confiesa. Un empleado de la Fundación Joan Miró, que había estado pendiente de la conversación, le propuso trasladar las banquetas sobrantes a la aldea para crear una versión ‘mini’ del recinto: “Me confesó que estaban escondidos en frente del bar, en la piscina municipal de Montjuic, donde se celebraron los Juegos Olímpicos en 1982”. Esa misma zona, junto al parque de atracciones, era considerada el pulmón de Barcelona.
Algunas han sido restauradas
“Vi la oportunidad de hacerlo”, dice. Fanático del balompié desde que tiene constancia, el soriano habló con Dolors Ricart, amiga y subdirectora del museo, para explicarle sus intenciones: “Por aquel entonces no teníamos bancos, por lo que era la jugada perfecta para instalarlos en las calles y en el estadio del pueblo”. Ella, que necesitaba deshacerse de las butacas lo antes posible, acordó con Zayas la retirada de todo el cargamento en menos de un día. “Conseguí las sillas”, añade orgulloso. El siguiente paso era encontrar una manera de trasladar estos 1.700 objetos durante 460 kilómetros hasta los núcleos de población y sus pedanías: Alcozar, Bocigas de Perales, Valdanzo, Valdanzuelo y Zayas de Torre: “Me puse en contacto con Constantino de Pablo, alcalde por aquel entonces, y me dijo que él se hacía cargo. Dispusimos de un camión y pagó todos los costes ocasionados”. El amor por sus orígenes le llevó a liderar esta iniciativa que, tres décadas después, sigue siendo un elemento distintivo de la villa.
En 28 años, han sufrido golpes, roturas y un sinfín de deterioros. Sin embargo, las labores de restauración y conservación por parte de los trabajadores del ayuntamiento, a lo largo de los años, han permitido que a día de hoy sigan siendo útiles. “Algunas han necesitado reparaciones y otras se han pintado, pero aguantan muy bien. Las que tienen historias que contar son ellas, las sillas”, bromea Iván Andrés Aparicio, alcalde de la localidad. Agradecido por la labor que hicieron sus vecinos, el regidor desconoce una historia similar en otro lugar de España: “La gente ha empezado a mostrar interés a raíz de haber salido en algunos medios. Seguro que han venido únicamente por este tema”. Aurelio, por su parte, siempre ha mantenido una relación cercana con Langa, incluso viviendo en Cataluña. Desde allí llegó a conseguir 1.200.000 pesetas para el beneficio de su gente a través de la venta de lotería. “Yo iba y venía, cogía las papeletas y las distribuía a los pequeños comercios de la zona”, insiste. No solo eso, pues también obsequió a sus vecinos con balones y camisetas firmadas por el club azulgrana.
Un desenlace agridulce
El 10 de mayo de 1998, los asientos desembarcaron en la localidad. Un domingo. Ese mismo día, Zayas tenía previsto ingresar en el Hospital del Mar en Barcelona por una operación de la columna vertebral. “La intervención se suspendió y me desplacé a Soria porque también entraba en quirófano mi madre, por unas cataratas. Yo sentía una presión enorme por descargar las sillas antes de ir al hospital”, explica. Finalmente, el castellano sería operado diez días después, el 20 de mayo: “Recuerdo que el día anterior el Real Madrid ganó la final de la séptima Copa de Europa en el campo Arena de Ámsterdam con un gol de Mijatovic”. El 15 de febrero del 2001, le concedieron la invalidez permanente y regresó a Langa de Duero, donde vive a día de hoy. La felicidad de volver a sus orígenes colisionó con algunas actitudes que todavía remueven su estómago. En sus palabras, el trato que recibió por parte de la directiva del equipo de fútbol local, ha sido denigrante hacia su persona: “A ellos no les sentó bien que trajera las butacas. Los sorianos somos mejores personas cuando estamos fuera”.
La desazón se palpa en las palabras de Aurelio, que confiesa no haber sabido desprenderse de la frustración que invadió su cuerpo años atrás. “No quería que me agradeciesen nada, ya que fue por voluntad propia. Pero, por lo menos, no darme el trato que me han dado”, defiende. Su buena relación con la Fundación Joan Miró, a quien llegó a considerar una familia, se vio afectada tras la llegada de las sillas del Camp Nou a la España vaciada. “No fueron capaces de avisarles y agradecérselo”, critica. Fue la propia galería quien se puso en contacto con él para preguntar qué había sido de los 1.700 taburetes. “El ayuntamiento debería haber dado las explicaciones pertinentes y recompensarles con unos productos de la tierra”, continúa. Pese a la propuesta de Zayas de enviarles mantequilla, vino y unos empiñonados locales en Navidad, el alcalde prefirió invitar a los de Montjuic a la vendimia del pueblo. “Como si no hubiese viñas en Cataluña. Me dejaron con el culo al aire y eso me cabreó por la amistad que yo mantenía con ellos”, concluye. No obstante, la sensación desaparece cada vez que sale a la calle y se sienta sobre una de las bancadas azules que tanto le recuerdan al bar Marcelino, a sus amigos y todos los recuerdos que allí crearon.
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