El forzamiento de los preocupantísimos ladrones
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Sale por la tele la princesa Leonor trepa que treparás a un palo del buque «Juan Sebastián Elcano» para laborear las velas durante sus (de ella) prácticas marineras. Bien está. Lo que no está tan bien es el febril y enfervorizado locutor de La 1 de TVE que comenta tal supuesta proeza. «La princesa Leonor –dice– muestra una valentía fuera de lugar». Teniendo en cuenta que «fuera de lugar» significa «inoportuno, inadecuado, contrario a la situación o a las circunstancias», el entusiasmado buen hombre acaba de pronosticar que a la heredera le va a caer un arresto del copón por su actitud inoportuna e inadecuada y tal. Menudo ejemplo real. ¿Quiso decir fuera de serie, fuera de lo común? Pues que lo hubiese dicho, que para eso le pagamos y es un profesional.
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Otro locutor nos habla en off del fracaso de unos ladrones que arramblaron con no pocos bienes de una casa, pero sin lograr el «forzamiento» de la cerradura de la caja fuerte. El Diccionario académico (el DLE) registra la palabra «forzamiento»: acción de forzar, de hacer fuerza o violencia física para conseguir algo que habitualmente no debe ser conseguido por la fuerza. Pero tengo para mí que estos asuntos se le están yendo de las manos a la RAE. De tanto comer de todo como ya come la docta casa, de tanto registrar y registrar sin limpiar, ni fijar, ni dar esplendor acabará teniendo por correctas esas malsonantadas que solo dicen los neopijos, como «en el decremento de la involucración no hay forzamiento». Todos tan frescos, oyes, tío, no veas.
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Micrófono en mano, un corresponsal de la tele pública nos cuenta que han detenido al peligroso delincuente «El Cuña» en una localidad malagueña. Y concluye: «Uno de los ladrones más conocidos aquí, en Coín». Pues me ha faltado tiempo para llamar a mi agencia de viajes y anular cualquier propuesta de viaje turístico coineño (o coíno) mío. Porque –aplicando una gradación lógica al desguazar paso a paso lo dicho por el hablante– entre los aproximadamente veinticinco mil habitantes de Coín: (1) están los ladrones; (2) están los ladrones conocidos; (3) están los ladrones poco conocidos; (4) están los ladrones muy conocidos; (5) están los ladrones más conocidos; (y 6) están «El Cuña» y otros ladrones entre estos más conocidos. Como para ir.
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A las alturas de mi edad, ya me producen sonrisa muy benévola –aunque cierto alipori, que ya expliqué que es lo mismo que vergüenza ajena– aquellos profesionales del verbo, de la palabra dicha que se esfuerzan en darse pisto autobombero propinándonos decires que tienen por cultísimos mediante palabras o frases que ni existen en español, ni existieron, ni maldita la gracia o inventiva que tienen. Desechan el hablar para entenderse en favor del hablar para presumir. Y no parecen saber que, de ese modo, lo único que consiguen es enseñarnos las enaguas de su engaño. Una presentadora quiso poner salsa y expectación a cierta divertida pijada que iba a comentar a continuación y declaró con un mohín gracioso: «Estoy preocupantísima». Yo también estoy «preocupantísimo» ante tanto desbarajustísimo idiomatinquísimo. Incluso preocupadísimo.
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Siempre según mis gustos, repito, comento «Treasure». Ese viaje de iniciación y conocimiento (pleonasmo) de padre e hija se sigue con bastante interés y buenos momentos y alguna perdonable caída de tensión. Ya existe un subgénero que detesto hasta la arcada y que se podría llamar «ficción sobre Auschwitz»: cocineros, tatuadoras, bailarinas, violinistas, zapateros, modistas, bibliotecarias: el neofascismo nos quiere vender aquel triple campo de extermino como si hubiese sido el Baile de la Bombilla en festivo y no un innombrable espanto con más de un millón de asesinados. Anda a la venta –con grande éxito para los mercachifles– ese zoco de films y libros mierda, esa superficialidad impura, esa banalidad extrema, esa monetización del horror, del Mal. No participa «Treasure» («Tesoro») de esa engañifa ultraliberal. Por eso la vi sin disgusto.
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