así ha vivido el comercio de barrio el apagón

Si esto no es el apocalipsis, claramente se le parece. “Linterna encendida, foto al precio para que lo veamos en caja y pago en efectivo, por favor”, indica el gerente de un pequeño supermercado del barrio de Horta de Barcelona a todo aquel que osa adentrarse en sus oscuros pasillos. Este Supagru se ha quedado sin luz, como toda España, y ha tenido que tirar de inventiva e ingenio para poder pasar el día. A las clientas habituales de edad avanzada les perdona el desconcierto apuntando la deuda en una libreta. El resto pasa a formar parte del espectáculo de luces que sucede tras la caja registradora, única forma posible de ver en esta penumbra.
Solo un Mercadona próximo tiene corriente, pero también ahí la escena es dantesca. Disponer de un generador de emergencia les ha convertido en epicentro de la compra desesperada y, claro, predominan las colas para pagar (“¿Con tarjeta?”, pregunta, atónita, una de las compradoras) carros repletos de garrafas de agua, brics de leche y conservas de todo tipo. Pese a eso, la estampa más llamativa es la de las estanterías arrasadas. Apenas queda fruta. Apenas quedan garrafas de agua. Apenas queda leche. Y de legumbres, solo altramuces.
“¿Y esto?”, se pregunta una clienta anta la decena de neveras cubiertas con estores para que la gente no coja lo que hay detrás. “No podemos permitirnos vender algo que quizás esté en mal estado”, le cuenta, discreto, un dependiente a una compañera que se queja de la lástima que es que todo este género se desaproveche. Su pesar no tiene mucho recorrido, pues una cortina no es suficiente para impedir que manos y cabezas totalmente inmersas en la escena apocalíptica se deslicen por debajo y cojan lo que buscan.
Menos suerte ha tenido una carnicería de la zona, que ha superado la mañana vendiendo sobre todo comida preparada, conservas y embutido hasta que el datáfono ha alcanzado el cupo de operaciones posibles sin conexión. Incluso el efectivo lo cobran a través de una máquina, así que a las 2 de la tarde ha decidido cerrar. ¿Y todo lo que hay en la nevera? “Pues confiar en que el seguro se haga cargo, porque ya no es solo lo que está expuesto, es todo lo que hay detrás”, lamenta, resignada, la dependienta.
La pregunta interrumpe la conversación con un comerciante vecino. Él regenta una tienda de golosinas que ha trampeado como ha podido con una balanza analógica y una calculadora a pilas. Se ha esforzado al máximo porque pocas veces se ha visto tanto niño junto por el barrio un lunes por la tarde. “Pero es que nadie lleva ya efectivo encima”, plañe también.
Vender más que otro día
Será, quizás, que el poco dinero que llevan encima se lo ha quedado el pan para poder cenar algo frío por la noche. A una panadería-cafetería situada en la misma avenida, no le queda ni una barra. “Hemos vendido más que cualquier otro día”, reconoce una trabajadora. “La gente ha salido en masa a la calle”, analiza. Han cobrado con libreta, bolígrafo, metálico y tratando de vender todo lo que está en la nevera. Lo mismo ha hecho uno de los estancos del distrito: lista con todo lo vendido, fiar a toda cara conocida sin metálico encima y confiar en la memoria del cliente para los precios.
Los otros baluartes de esta histórica jornada son los bares. Todo el que tiene terraza la tiene llena. Eso sí, solo con bebidas. Sirva como ejemplo paradigmático el cartel de otra cafetería: “Hoy para comer… bebida y postre o café”, plasma la clásica pizarra verde que cualquier otro día anunciaría el menú de mediodía y que este lunes luce un llamativo vacío entre lo primero y lo último. La camarera tira como puede. “Como antaño”, resuelve.
También como antaño se entretienen los adolescentes. Unos llaman a los colegas a voces de calle a balcón. Otros pasean con un altavoz (inalámbrico) con música a todo trapo y hacen parada técnica en otro supermercado a oscuras para comprar pipas. Una de las comerciantes damnificadas le pone humor al asunto al celebrar que a la hora de comer se ha encontrado a los niños en casa leyendo (“¡Lo nunca visto!”). Y uno de los clientes, que más que comprador es paseante, se convierte en profeta. “Lo que habrá que ver es qué ocurre de aquí a 9 meses, porque raro sería que no viniese un ‘baby boom’”
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