No hay un clima ni un lenguaje de paz

Nazmiye, de 37 años, recuerda ese día como si fuese ayer. Sobre las ocho de la mañana les llegó la noticia de que la panadería, por fin, había abierto. Era el 12 de octubre de 2015, hace casi 10 años, y el centro de Diyarbakir estaba en guerra después del fracaso, meses antes, del proceso de paz entre el Gobierno turco y la guerrilla del PKK, que, casi 10 años después de aquella fecha, acaba de anunciar su disolución.
Había toque de queda, recuerda Nazmiye, pero también había hambre y sus hijas la estaban padeciendo. «Unos policías nos insultaron cuando nos vieron haciendo cola para comprar pan. Entonces todo ocurrió muy rápido. Escuché unos sonidos y del suelo empezó a saltar polvo. Corrí; me desmayé. Vi a mi hija en el suelo y me desmayé», recuerda Nazmiye, con lágrimas en los ojos y velada de completo negro desde ese día. Su casa es una colección, en cada pared, de retratos y fotografías de su primera hija.
Helin, de 12 años, murió al instante. En sus manos, recuerda la madre, llevaba una manzana y una bolsa de patatas fritas. «Ese policía me robó a mi hija. Yo la hice, ella creció conmigo. ¿Acaso sabía ese hombre cómo me costó criarla? ¿Acaso conocía los sueños de mi Helin? Sus amigas ahora se están casando. Construyeron su vida. Mi hija está bajo tierra«, continúa la madre, antes de asegurar que nunca perdonará a ese hombre. «Jamás lo haré, ni en esta tierra ni en la de después». El policía, años después, fue llevado a juicio y condenado a seis años y tres meses de cárcel por haber matado negligentemente a la niña. Pero el policía es un funcionario activo: no ha entrado ni está previsto que entre en prisión.
«Por todo esto queremos la paz. Que acabe esto ya. No quiero que más madres sufran lo que sufro yo. Que llegue la paz y que ya ningún niño, ningún joven muera. Pero que llegue de verdad», dice Nazmiye.
Un difícil camino
Todo arrancó en otoño del año pasado. Fue entonces cuando el socio de coalición del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, líder de una formación ultranacionalista llamó al líder encarcelado del PKK a pedir a su guerrilla —en guerra contra Turquía desde la década de los 80— a entregar las armas, parar la guerra, disolverse, terminar con un conflicto que en casi cinco décadas ha causado la muerte de más de 40.000 personas.
El líder del PKK, Abdullah Öcalan, respondió, y el grupo, a principios de marzo declaró un alto el fuego unilateral y aceptó empezar su proceso de disolución. Este lunes, finalmente, el grupo ha anunciado su disolución, entrega de las armas y el fin unilateral de la lucha armada.
En las regiones kurdas de Turquía, sin embargo, muchos desconfían de todo el proceso. «Para nada veo ahora mismo un clima ni un lenguaje de paz. Por el contrario, creo que vivimos en un momento en el que se está atacando al pueblo kurdo«, explica Jehat Rojhilat, autor, editor y propietario de una librería de lengua kurda en Diyarbakir.
El pasado septiembre, Jehat fue detenido durante varios días por sus publicaciones y la policía le confiscó de su editorial más de 600 libros. «Cuando me liberaron les pedí que me los devolvieran. Ninguno de los libros está prohibido por la ley. El policía me dijo: ‘no te preocupes, ahora que los tengo ya te los prohíbo en un segundito’. Por nuestra lengua, por nuestro folclore, por nuestros cuentos y escritos se nos cataloga de terroristas. Esto no es posible. No es legal. No es correcto. No es humano. Entonces, mientras todo esto aún pasa, ¿cómo podemos hablar de paz?«, dice el hombre.
Sacrificios necesarios
A pesar de todo, sin embargo, algunos confían —o quieren confiar— en este oscuro y dudoso proceso de paz. «La mayoría duda, y es normal —explica el abogado Erhan Ürküt, que ha defendido a decenas de presos políticos kurdos—. Hay muchos que consideran que este proceso lo inició Erdogan para convencer a los kurdos para que él pueda mantenerse en el poder. De acuerdo. Puede ser. Pero, según mi perspectiva, esto está por encima del presidente turco. Si se culminase, Turquía entraría en un nuevo periodo, y facilitaría muchos avances democráticos, tanto para kurdos como para turcos».
«Es muy fácil declarar la guerra; luchar. Es muy fácil quitarle la vida a alguien. Pero es muy difícil hacer la paz. Es muy complicado, y requiere mucha paciencia y que todos, todos, se enfrenten a sus propios pecados. Incluso el Estado debe hacerlo», dice Ürküt, que reconoce que esto aún no ha pasado.
Pero las ruedas de la historia, dice el abogado, a veces giran sin que puedan ser paradas. «Los kurdos queremos la paz. Hemos vivido la guerra; sabemos lo que es. Yo mismo he vivido el conflicto en mi puerta, en mis calles. Hasta hace poco, cada vez que alguien llamaba a la puerta de mi casa tenía miedo de que fuese la policía que venía a por mí. Lo hemos vivido. Sabemos lo que es. Y queremos que termine».
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