Maradona, Perón, Madonna y ahora Cristina Kirchner
El balcón es una institución de la política argentina. Cristina Fernández de Kirchner actualizó su valor simbólico desde el momento en que comenzó a cumplir los seis años de prisión domiciliaria en un barrio del sur de la ciudad de Buenos Aires. Impedida de pisar las calles de esta ciudad, la expresidenta sale esporádicamente al balcón de su apartamento para saludar a los seguidores y dar cuenta de su nueva madera de intervenir en política. De un lado, las apariciones, autorizadas por la justicia después de una petición de los abogados. Por otro lado, las grabaciones en actos públicos donde su voz, sustraída del cuerpo, comienza a constituirse en un fenómeno inédito. El sonido antes que la visión.
Al momento en que la exmandataria y principal líder de la oposición agita las manos desde su balcón se invierten los términos: es un momento visual sin posibilidad de oratoria. Pero también se conecta con un historial que comienza a fines del siglo XIX. El presidente Nicolás Avellaneda fue el primero en hablarle a los ciudadanos desde un balcón, el de la sede del Ejecutivo, en mayo de 1880. Todavía no existían los altavoces y su auditorio debió ser reducido.
Fue, sin embargo, Juan Domingo Perón el que lo convirtió, electrificación mediante, en una tribuna de doctrina y agitación. Perón solo, Perón y Eva Duarte, pasaron a ser sus ocupantes naturales. A comienzos de los años setenta, un grupo ignoto, Los Bombos Negros, se hizo popular con una canción, «Recibí carta de Juan» en la que, desde su exilio madrileño, el expresidente recordaba los «viejos tiempos cuando a su balcón salía». El general retornó al país después de un exilio de 17 años. Ganó las elecciones de 1973 y retornó a ese lugar que parecía pertenecerle por derecho propio. Con una salvedad: la violencia política tenía tal intensidad en Argentina que el balcón debió ser blindado. Perón alzaba sus manos protegidas junto con su cuerpo por un vidrio a prueba de balas.
El dictador Jorge Rafael Videla también salió al balcón tras la obtención del Mundial de 1978. Creyó que era su momento. El general Leopoldo Galtieri, quien gobernó luego en nombre de la misma Junta Militar, también quiso convertirlo en su tarima. Durante la guerra por la posesión de las islas Malvinas contra Gran Bretaña, en el otoño austral de 1982, salió dos veces a arengar a una multitud extática. «Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla», dijo. Raúl Alfonsín fue el primer presidente de la restauración democrático. Su primer mensaje al país lo dio desde otro balcón, el del cabildo histórico, separado de la sede de Gobierno por la Plaza de Mayo. Y cuando se decidió a habitarlo, meses más tarde, anunció desde el balcón presidencial la «economía de guerra» y el comienzo de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Argentina ganó el Mundial de 1986 con Diego Maradona a la cabeza. El seleccionado no encontró mejor espacio ritual para continuar el festejo que el balcón presidencial. Alfonsín se abstuvo de capitalizar ese momento. Cuando el peronismo volvió al poder en los años noventa, abrazado al «fin de la historia» y el neoliberalismo, el balcón volvió a ser objeto de disputa. Carlos Menem autorizó que Madonna filmara una escena emblemática de Evita, la película de Alan Parker que protagonizó con Antonio Banderas. No faltaron peronistas enojados con el uso de ese espacio al servicio de una mujer que, en el mejor de los casos, calificaron de lascivia.
La vuelta de Perón
«Los muchachos quieren que vuelva/ los muchachos extrañan su ausencia», cantaban Los Bombos Negros hace más de medio siglo. El verbo «volver», tan caro a uno de los tangos señeros de Carlos Gardel, ha sido recuperado por el kirchnerismo en 2015, cuando perdió las elecciones frente al magnate Mauricio Macri, quien tampoco se privó del uso del balcón, incluso para bailar una cumbia. Ahora nuevamente está en boca de la expresidenta, quien, promete «volver con más sabiduría» en 2027, no ella sino los peronistas, para hacer mejor las cosas. El fracaso del último Gobierno que Fernández de Kirchner, en calidad de vicepresidenta, compartió con Alberto Fernández, concluyó no solo con un fracaso resonante. Creo las condiciones para que casi desde la nada un extertuliano televisivo como Javier Milei llegara al poder. Como no podía ser de otra manera, el ultraderechista no ha podido resistir la tentación de salir al balcón de la llamada Casa Rosada. Lo hizo para saludar a una multitud inexistente, junto con su equipo ministerial. También le prestó la locación al expremier británico, Boris Johnson.
La prisión domiciliaria de Fernández de Kirchner, de un lado, la marca de la tobillera electrónica y las visitas restringidas. La justicia ha recibido casi mil correos en los que se pide una autorización para ver a la exmandataria. Pertenecen a hombres y mujeres de su confianza política. Deberán esperar la autorización del Tribunal Oral Federal N°2 para entrar a la casa. En cuanto a los argentinos que quieren al menos verla, deben conformarse con que salga a saludar. Cada vez que lo haga se reactualizará el símbolo del balcón.
Suscríbete para continuar leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí