Eduardo Casanova: hasta arriba de lorazepam
Piense en Eduardo Casanova (Madrid, 34 años) y le vendrá a la mente Fidel, el hijo de Chema en la serie Aída. Fue casi una década apareciendo en las pantallas de millones de españoles con un personaje que aún en algunos círculos no es bien recibido: el marica de barrio.
[–>[–>[–>Hace poco, en el programa Pasa sin llamar de TVE reconoció que dejó el colegio con tan solo 14 años. «Yo me hacía mis 16 horas de trabajo muy feliz, porque era para mí el colegio… O sea, aprendí muchísimo más en un plató que en el colegio. Y yo no estudié en ninguna universidad ni nada. Estudié guion de largometraje en Cuba cuando me fui a vivir allí», contó ante las ojipláticas presentadoras.
[–> [–>[–>Achacó esa situación a que entonces no había Ley del Menor, pero lo cierto es que llevaba vigente, al menos, ocho años. Pelillos a la mar. El caso es que no guarda mal recuerdo de lo que, a todas luces, fue una explotación laboral, ya que acaba de terminar de rodar la película de Aída con, prácticamente, el mismo equipo de rodaje.
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Casanova nunca escondió que la pluma del personaje de Fidel no era impostada, sino que le nacía de dentro. Es difícil de imaginar el hate que se tenía que recibir siendo abiertamente homosexual en un país en el que los mastuerzos cada vez iban teniendo menos vergüenza a mostrarse como lo que son. Hasta llegar a nuestros días. Abra la ventana y escuchará rebuznar aunque se encuentre en la Gran Vía de Madrid.
[–>[–>[–>Pero Casanova sabía quién era entonces y lo sabe ahora. Es de los que han crecido recibiendo golpes; cada vez más fuerte y más seguro de lo que quiere hacer. No es para todos los paladares.
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En 2011, con tan solo 19 años, escribió y dirigió su primer corto: Ansiedad. Un año después, fueron dos cortos: Fumando espero y Amor de madre. Dos años después, coincidiendo con el fin de Aída, realizó su tercero, La hora del baño, un proyecto que se financió mediante crowdfunding. En 2015, Eat my shit; y en 2016, Fidel y Jamás me echarás de ti.
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[–>Ya estaba listo para empezar a jugar fuerte y se puso a trabajar en su primer largo, que salió en cines y Netflix al mismo tiempo en 2017: Pieles. Hay que tener estómago para verla, ya se lo digo. No tendrán otra oportunidad de ver a la actriz Ana Polvorosa con el ano en el lugar de la boca. Por lo que sea, en cartelera no fue bien, pero Casanova dio un golpe encima de la mesa con esa película y dejó claro que si algo tiene este joven es un gran estilo propio. El color rosa como arma política lo usa como pocos.
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Lo último con lo que ha sorprendido es Silencio, una serie bizarra de tres capítulos de unos veinte minutos en los que un grupo de vampiras algo desagradables a la vista sobreviven a la escasez de sangre ‘potable’ en plena epidemia de peste. Sin embargo, es el silencio alrededor de su condición lo que las consume por dentro. Siglos después, una de sus descendientes se enfrenta al mismo conflicto con la pandemia del sida en España. Este trabajo, disponible en Movistar+, está producido por la ONG Apoyo Positivo, una entidad que lucha contra la discriminación de personas con VIH y sida.
[–>[–>[–>La serie tiene todos los ingredientes para servir de contenedor de mofas e insultos. Además, las vampiras utilizan lenguaje inclusivo y toman lorazepam. «No se me ocurren más ideas para acabar con esta pesadilla que estamos viviendo todes», le dice una chupasangre a su hermana. Y esta le contesta: «¿Hablas en inclusivo? Estamos en pleno siglo XIV». Una sátira valiente.
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No negaré que Casanova es un intenso de cuidado. Recuerdo que en una de las últimas galas de los Goya (no distingo unas de otras porque todas son igual de soporíferas) le preguntaron cuál era su película preferida. Nombró una para luego reconocer que no había visto ninguna otra. Algo chusco para venir de alguien de dentro del mundo del cine.
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También dan de qué hablar algunas de sus apariciones en público; sobre todo, cuando viste como al mastuerzo no le gusta que vista. Será que seguimos en el siglo XIV, con las vampiras. Hace poco, con Broncano en La revuelta, amagó con tocarle donde solo se debe tocar con consentimiento y, generalmente, con algo más de intimidad. La broma, puede que mal tirada, fue aprovechada enseguida por la ultraderecha para acusarle de acoso sexual.
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Es intenso, posiblemente algo desmadrado, pero tenemos aquí a un joven director que hace y va a seguir haciendo lo que quiera, mientras pueda. Eso es sanísimo para la cultura. Y recuerde: nadie está obligado a consumirlo todo. Si no le gusta, cambie de canal y, si nota que va a rebuznar, tómese un lorazepam.
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