Algo sobre mi madre (y II)

En el libro del que hablamos la pasada semana, «Los reinos tristes de Acilina» (Trea, 2015), la voz potente e insignificante de Acilina, mi madre, se empeña en resumir una vida inabarcable, la suya, y un tiempo irrecuperable, el suyo. Habla contra el olvido. Buena parte de su decir se centra en su pasado imperfecto, que no se torna arcádico ni con el paso de los años, aunque también escudriña y juzga su presente, revolviendo en el estuche de su memoria con la impunidad y el descaro de quien se sabe al margen del mundo, disuelto el tiempo y las fronteras entre el aquí y el más allá; sabedora del halo de certeza que concedemos a la palabra de los difuntos. El párrafo que a continuación leemos refleja ese desconcierto entre su pasado, su presente y hasta su porvenir que le magulla y narra de forma alborotada mediante copulaciones verbales infrecuentes, medio surrealistas, indicadoras, a mi parecer, de una hermosa futilidad:
Nunca me propuse imaginar la muerte. A veces desearla con fervor, sin parar en detalles, un instante tan solo, ese momento que delata y aprisiona la oquedad, el vacío, la privación o ausencia de mis patrimonios, de todo lo mío que ni el recuerdo satisface o suple. Digo «lo mío» sin saber muy bien lo que me digo: Si únicamente la aurora o el sarampión también; si hornacina y La Oficinona, caricia y bieldo, luciérnaga y trillos, canción y guarida; si latigazo y La Loma; si cementerio o trajes de primera comunión, madre y caperucitas, amantes y trébede, mortaja o nido de golondrinas, ovillos de lana o fecundidad, mascarilla de esponja y alfalfa; si la muñeca gigante alemana y La Concha; si campanario o cáncer de cuello de útero, orgasmo y flemón, hacho y enagua, seda o escayola; si brezo y las olas de la playa, Gento y la tienda de ultramarinos; si moras y caracoles o también elefantes y televisión, un pantano y una amapola, un beso y potada de callos; si un viaje en el tren de La Robla que te tizna de carbonilla o carámbanos en los aleros de los tejados, una luna llena y el Riscal, El Peñuco y las dianas floreadas, el belén y el penal; si el cuento de la buena pipa o una princesita, lámpara de carburo y ambigú, bandada de gorriones o Cocina Económica, villancico y dedal, canana y salmos y fréjoles verdes; si el río Ebro pasa por La Camocha y en Fontibre nace el mar Cantábrico; si universos raquíticos y cosmos; si evaluación final y necrológica imposible.
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