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Álvaro Planchuelo: “Viajar nos hace más sabios y nos hace sentir vivos” | Viajes | El Viajero

Álvaro Planchuelo: “Viajar nos hace más sabios y nos hace sentir vivos” | Viajes | El Viajero
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  • Publishedjulio 22, 2025



Hablar de Álvaro Planchuelo es conversar directamente de destinos y viajes de los que uno quizá no había oído hablar nunca. Este arquitecto con formación en fotografía y arqueología es, desde 2016, uno de los anfitriones más conocidos de EL PAÍS Viajes, y su curiosidad, que le ha llevado a más de 100 países de todo el mundo, es pura inspiración viajera. Se conoce como la palma de su mano continentes como África, donde creó la ONG Campamentos Solidarios en Senegal, un proyecto de ecoturismo que hoy por hoy funciona gracias a la voluntad de las etnias locales y también al esfuerzo de un grupo de amigos españoles que lo puso en marcha hace ya más de 20 años.

Planchuelo es también miembro activo de la Sociedad Española de Ornitología y la Sociedad Geográfica Española y colaborador habitual en medios especializados en viajes. Charlamos con este viajero inagotable sobre todos los destinos que nos llevará a conocer en lo que queda de 2025 y el próximo año.

Pregunta. Álvaro, tienes un currículo extensísimo, pero siempre te defines como arquitecto, ¿verdad?

Respuesta. Así es, estudié arquitectura y soy y seré arquitecto toda mi vida. Lo que pasa es que la arquitectura tiene muchos campos. Hay un gran desconocimiento de la sociedad de lo que es ser arquitecto. Estamos encasillados en la idea de que sólo diseñamos y construimos edificios, pero hay muchos otros ámbitos donde se puede proyectar la arquitectura, uno de ellos es el patrimonio cultural y natural donde estamos especializados. Gracias al máster en restauración y conservación del patrimonio de la Universidad de Alcalá, se incrementó mi vocación en este sector. Nuestro estudio está organizado en tres áreas principales: diseño y construcción de edificios, divulgación y conservación del patrimonio y cooperación al desarrollo.

P. ¿Y cómo llega la fascinación por el mundo de los viajes?

R. Desde bien pequeñito. No sé exactamente por qué, pero ya le decía a mi padre, cuando tenía 12 años, que me llevara a las cuevas de Altamira, que las quería ver, quería trasladarme hasta allí, meterme en ese espacio oscuro y ver las pinturas. Me emocionaba el pensar en ir allí. En el colegio, siempre que había un viaje cultural, a la catedral de Segovia, al monasterio de Santa María la Real de las Huelgas en Burgos…, siempre estaba allí el primero. Ya en COU, me encargué de organizar el viaje de fin de curso a Polonia. Creo que me viene de mi madre, aunque ella no viajaba mucho —porque no tenía oportunidades— siempre me ayudó a que yo pudiera viajar y me animó a ello.

Campo Base de Rongbuk en el Everest.

P. ¿Recuerdas aquellos primeros viajes? ¿Cómo fueron?

R. Eran bien diferentes a los de ahora. Uno de los primeros viajes que hice con 19 o 20 años fue a África, de Madrid a Costa de Marfil en coche. En aquel momento no había ni móviles, ni mapas como los de ahora, te ibas de casa y llamabas desde algún sitio cuando podías. Iniciando Arquitectura, empecé esos viajes de juventud que fueron una maravilla. El primero fue a Estambul en un 127, cuatro estudiantes de Arquitectura dibujando monumentos. Paramos en Florencia, en Roma, en Venecia, en Atenas, en Delfos, hasta llegar a Estambul. Luego viajé algo menos para terminar la carrera, aunque conocí Egipto, Kenia, la India…

P. ¿Cuándo profesionalizas los viajes?

R. Se empieza a profesionalizar con la ONG Campamentos Solidarios. En el año 2001, unos amigos me piden hacer un viaje por África. Yo ya había estado previamente, pero no conocía Senegal y tenía mucho interés en el parque nacional Niokolo-Koba. Allí nos encontramos con el África profunda, donde había muchas necesidades; además, en aquel momento, ya tenía el estudio de arquitectura y quise darle un giro a mi forma de viajar. Siempre que viajamos es para observar cosas, pero vimos que teníamos la oportunidad de aportar algo.

En nuestro caso, pensamos en crear una serie de campamentos turísticos gestionados por las etnias locales en poblados pequeños, que permitieran el acceso del gran público a esa África tan difícil de ver. Ya llevamos 24 años y hemos construido tres campamentos: el del País Bassari, el de Casamance y el del Sine Saloum. Los tres son sostenibles y están gestionados por las etnias locales que, con la ayuda de voluntarios, han ido levantando el proyecto de ecoturismo.

P. ¿Cómo se encuentran en la actualidad? También es uno de los viajes que propone EL PAÍS Viajes. ¿Qué características tiene este viaje?

R. La verdad es que es un proyecto increíble. Empezó por el Campamento de Badian con la ilusión de crear ocho chozas con un comedor. La primera fase de implantación no fue fácil, pero teníamos claro que si iban a venir occidentales tenían que estar cómodos, es decir, era imprescindible que tuvieran lo que nosotros llamamos “las tres ces”: colchón o cama, buena comida y cuarto de baño (¡y cerveza fría!). Si tienes esas tres cosas cubiertas, eres un viajero feliz. Si empieza a faltar alguna, todo se complica.

Cuando llegó la segunda fase del proyecto, que era cómo ayudar a los malenke a gestionar ese lugar, iniciamos una etapa de formación que dura entre cinco y diez años. Ahora mismo salen en todas las guías de turismo y tienen, por supuesto, su registro comercial, su cuenta bancaria y su central de reservas, y atienden perfectamente todas las demandas. O sea, funcionan como una pequeña empresa turística. Además, la ONG que trabaja aquí en España ayuda a los poblados de la zona donde están los campamentos con proyectos de cooperación, educación, salud, infraestructuras, agua, energía solar… No se trata de ayudar a África, porque África ya se ayuda a sí misma, sino de dar a conocer al gran público estas zonas tan interesantes. Hasta ahora la han visitado más de 3.000 personas de todas las edades.

Campamento de Badian, Senegal.

P. ¿Cómo os reciben cuando llegáis y proponéis el proyecto del campamento?

R. Todos los poblados quieren un campamento. Encontrar un poblado que te admita es muy fácil porque en el mundo rural africano hay pocas conexiones con el resto del mundo. Ahora con los móviles hay más, pero en esa época no había ninguna. Los campamentos les ayudan a salir de ese anonimato, a tener una infraestructura.

Cada uno de los lugares, además, es especial por algo. En el caso del País Bassari, es patrimonio cultural de la humanidad; en la región de Casamance, las casas inpluvium son unas construcciones muy interesantes con unas cubiertas de madera enormes en forma circular que recogen el agua; mientras que la región del Sine Saloum es llamativa por los deltas de los ríos que son santuarios de aves migratorias.

P. ¿Cuál fue la tercera fase del proyecto?

R. La de divulgación. Esa ha sido difícil porque una vez ya está resuelta la etapa de formación, tiene que ir gente a visitarlo y ser económicamente sostenibles. Se ha hecho mucha divulgación desde España, las personas que llevan los campamentos tienen que estar bien formadas para contactar con agentes turísticos locales, cuidar a los guías que van, en fin, entrar en el mundo empresarial del turismo local y ganar clientes.

P. Cuando se realiza el viaje de EL PAÍS, ¿se visitan los tres campamentos o solamente uno?

R. Hay dos tipos de viajes, uno de ocho días donde se visitan dos, y otro de 11 días donde se visitan los tres, que es el que hacemos ahora a principios de diciembre.

P. ¿Cuáles son las mejores fechas para visitarlo? Tú has estado más de 90 veces en Senegal, así que lo conoces bastante bien…

R. Senegal tiene un clima tropical con dos estaciones: la de lluvias y la seca. Las lluvias se producen cuando hace más calor, en el verano. Entonces es muy bonito porque todo está muy verde, la naturaleza está espectacular, pero hay más lluvias y más insectos. La mejor época para mí es el principio del invierno, que va desde finales de noviembre a enero, porque todavía se conserva algo de verdor de las lluvias que acaban aproximadamente a finales de octubre.

En esta época del año los días son claros, suele hacer sol, no hace tanto calor y no hay tantos insectos. En Semana Santa es una buena época para ver más animales, porque se concentran en las charcas, y el paisaje es más seco, pero igualmente muy atractivo.

P. ¿Qué es lo que más sorprende o gusta a los viajeros que visitan Senegal?

R. Lo primero de todo es conocer África, porque es un continente de impacto total y mucho más en África Occidental. Tiene algo diferente a todos los continentes: los ritmos, la gente, las etnias, la naturaleza y la relación que tienen con ella. El animismo tiene una visión muy particular del mundo, una visión que no conocemos aquí.

Además del modo de vida, la gente en Senegal es muy amable, lo llaman la teranga, que es una amabilidad que los senegaleses llevan dentro. Esa forma de ser tan cordial con el extranjero suele sorprender mucho. Y, por supuesto, conocer en un viaje corto ecosistemas tan diferentes. Porque vamos a manglares, a humedales, a sabanas, a montañas, a desiertos… En poco tiempo recorremos muchos ecosistemas diferentes con formas de vida muy distintas y una variedad étnica impresionante.

P. Actualmente escuchamos mucho “ecoturismo”, “sostenibilidad” o “turismo responsable” en el sector de los viajes, pero ¿qué ingredientes debe tener un viaje para que esto se cumpla de verdad?

R. Viajar en sí nos hace mejores personas. Eso en general. Pero, si hablamos de ser un viajero responsable, nos referimos a viajar de una forma respetuosa, de no querer impactar ni juzgar, sino simplemente conocer. Para mí, ahí empieza todo, después ya podríamos hablar de la huella que dejamos, pero lo primero es observar y recibir. En segundo lugar, sería comprender lo que estás recibiendo y, en tercer lugar, tener una actitud que no altere, sino que apoye lo que se ha conocido. Es lo que solemos ver en los viajeros que nos acompañan en EL PAÍS Viajes.

Álvaro Planchuelo en la Acrópolis de Pérgamo.

P. En este sentido, llevas desde 2016 realizando expediciones con EL PAÍS Viajes, y la mayoría de tus itinerarios están fuera de los circuitos turísticos convencionales. ¿Qué países son los que más te atraen a la hora de proyectar estos viajes?

R. Me atraen todos; cualquier país te aporta. Lo que sí me gustaría resaltar es lo difícil que es generar un viaje como los que hacemos con EL PAÍS Viajes. Son experiencias que se salen de lo común, casi proyectos de orfebrería, y algunos son muy complejos. Desde que surge la idea hasta que se consolida, porque buscamos que tengan un objetivo concreto y un argumento coherente; son expediciones y para organizarlas podemos estar trabajando un año.

Si hablamos de mi especialidad, el patrimonio cultural y natural mediante viajes culturales y de exploración, se pueden realizar en casi todo el mundo. El año que viene, por ejemplo, viajaremos a Colombia; a Nueva Zelanda; vamos al sur de Argelia; y a Bután, pero desde Calcuta, una ruta larga como la que hemos hecho ahora por el Tíbet, pero que no ha sido un viaje solo al Tíbet, sino que hemos entrado por Pekín, hemos conocido la cultura china de las dinastías imperiales, luego el Tíbet con la cultura budista de los monasterios, y acabamos en Nepal con la hinduista. Ha sido un viaje por todas las culturas de Asia unidas y realizado en poco tiempo, con el Everest en el centro. En definitiva, son todos viajes increíbles, a los que les damos un sentido propio y único.

P. ¿Cuáles son los viajes que tienes previstos con EL PAÍS Viajes en los próximos meses y en 2026?

R. Uno de los más cercanos, es el de Troya a Creta, es un viaje que nos costó mucho montar porque tiene muchas visitas, y está hecho a medida. No hay ningún otro viaje igual. A la gente le ha gustado mucho y, por eso, hay dos seguidos en septiembre de 2025. Después, a primeros de octubre, tenemos el viaje de USA music route. Vamos a Chicago, Nashville, Misisipi, New Orleans… Es un viaje para conocer la historia de la música moderna.

En Estados Unidos hay una conciencia de que una de sus mayores aportaciones al mundo ha sido la música moderna. Además, es un viaje que une tres continentes porque la música empieza en África, de África se va a las plantaciones americanas, y desde allí, evoluciona en el blues, el rock, el jazz; y con las rutas de las migraciones, va a Nueva York, a Chicago, y de ahí, en los barcos llega hasta Inglaterra. Los Beatles y los Rolling Stones lo que hacen en sus inicios es coger las canciones de los bluesmen del Mississippi y hacer versiones de ellas.

Álvaro Planchuelo en uno de los viajes de EL PAÍS Viajes en Mauritania.

P. Y en enero viajáis a Mauritania, ¿no?

R. Sí, el 17 de enero. La expedición, que se llama Mauritania, caravana al ojo del Sáhara, es un viaje maravilloso al corazón del desierto del Sáhara, donde está la formación geológica del Richat. Ahí pasamos una semana entre vivacs y albergues en ciudades caravaneras patrimonio de la humanidad. Es un viaje precioso. Luego, en febrero, viajamos a Argelia. Allí bajaremos hasta la frontera con el Ténere, con Níger, que es donde están los tuareg, las montañas del Hoggar, Assekrem y las pinturas rupestres. También es un viaje muy interesante porque se hacen tres noches de vivac en el desierto remoto.

P. ¿Qué más viajes tenéis previstos para 2026?

R. En Semana Santa viajamos a Bulgaria, a lugares patrimonio de la humanidad. Y, para mayo, hemos sacado un viaje a Bután, Los reinos del Himalaya Oriental. Calculta, Sikkim y Bután, que vamos a hacer por carretera desde Sikkim, eso es lo que lo hace más extraordinario aún.

P. ¿Cómo es viajar con Álvaro Planchuelo? ¿Qué es lo que dirías que es especial en tus viajes?

R. Lo primero que destacaría es la tolerancia. Son viajes para todos los públicos y se puede viajar de cualquier manera, y todas son válidas, aunque la opción que propongo es que la cultura sea el centro, pero no es imprescindible. Buscamos que el viajero entienda lo que ve, que comprenda los monumentos, que vea el alma de la ciudad que está visitando, cómo es su sociedad, cómo se ha desarrollado, qué personalidad tiene, el plan urbanístico actual y el futuro de esa ciudad.

En segundo lugar, para mí es muy especial la actitud del grupo de viajeros. Cuando viajamos somos un equipo que va a hacer una expedición. Llevamos guías locales y un director de expedición de EL PAÍS Viajes, que es quien dirige el viaje, pero todos somos importantes y cada uno aporta algo. En los viajes de largo recorrido la unión es fundamental, porque los traslados tienen a veces alguna dificultad. Para conocer el Everest, por ejemplo, hay que llegar a más de 5.000 metros de altura. Luego allí tendrás un amanecer espectacular, pero, claro, primero hay que llegar. En este tipo de expediciones hay imprevistos y es donde surge la aventura y la emoción. Hay que estar preparados para ello, pero cualquier persona puede participar sin más limitaciones que las que se imponga cada uno.

P. No son viajes al uso…

R. No, este tipo de viajes son una inversión en uno mismo. Viajar nos hace más sabios y nos hace sentir vivos. Cuando uno realiza un viaje de este tipo vuelve renovado y con nuevas perspectivas. Tanto por la relación con los otros miembros de la expedición como por lo que se conoce durante el viaje. Todo es muy enriquecedor.

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