DIPLOMACIA FEMENINA | Mujeres en las negociaciones de paz: cuando la mitad del mundo no tiene voz en la resolución de conflictos
Mientras la guerra en Gaza y de Ucrania se encaminan al final de 2025 sin una resolución a la vista, y Naciones Unidas se prepara para abrir en 2026 el proceso de elección de su próximo secretario general, una pregunta atraviesa la agenda internacional: cuánto pueden —y cuánto se les permite— participar las mujeres en los procesos de paz, seguridad nacional y diplomacia al más alto nivel. “Después de 80 años, ha llegado el momento de que una mujer lidere esta organización”, defendió recientemente el representante de Chile ante la ONU, al reclamar “un proceso abierto, participativo y con enfoque de género” para elegir al que sustituya al actual secretario general, António Guterres.
[–>[–>[–>“Los conflictos y su resolución siguen en manos de hombres. La mayoría de quienes se sientan a negociar la paz son autoridades políticas y militares, y en su mayoría son hombres”, explica a EL PERIÓDICO Mabel González Bustelo, asesora en procesos de paz en conflictos como Ucrania o Israel-Palestina. Aunque los equipos de mediación suelen ser algo más diversos, advierte, el desequilibrio reaparece cuando se entra en el núcleo duro de la negociación. “Si las mujeres son la mitad de la población, tienen que tener algo que decir sobre la guerra y sobre la paz en sus países”.
[–> [–>[–>Mabel González Bustelo, experta en paz y resolución de conflictos, miembro del Comité de Expertas de la Red Iberoamericana de Mujeres Mediadoras y de la Junta Directiva del Instituto de Estudios de Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) / JORDI COTRINA/ EL PERIÓDICO
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Mesas de paz dominadas por hombres
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Los datos confirman esa exclusión. Las mujeres fueron solo el 7% de las personas sentadas a mesas de negociación para resolución de conflictos, y casi nueve de cada diez mesas no incluyeron a ninguna, según el informe de la ONU ‘Monitoreo de mujeres en procesos de paz’. En mediación, el promedio fue del 14%, y en la firma de acuerdos apenas del 20%, una cifra inflada por unos pocos casos que ocultan exclusiones masivas en otros contextos.
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“Si está representada esa otra mitad de la población, la mirada sobre lo que hay que resolver es más completa”, resume González Bustelo. No por esencialismo, sino por pluralidad: porque amplía lo negociable más allá de lo militar.
[–>[–>[–>Más conflictos, menos inclusión
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En 2024 se registraron 61 conflictos activos donde al menos una de las partes era un Estado, el número más alto desde 1946. Al mismo tiempo, las negociaciones tienden a desplazarse hacia formatos cerrados y acuerdos parciales —altos el fuego, acceso humanitario— que reducen las oportunidades de inclusión y dificultan la incorporación de una perspectiva de género, según el último informe del Secretariado General de la ONU sobre Mujeres, Paz y Seguridad.
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Las consecuencias se reflejan sobre el terreno. El informe de la ONU documenta un aumento grave de la violencia sexual relacionada con los conflictos: los incidentes contra niñas crecieron un 35% en 2024, y las violaciones documentadas se dispararon un 87% en solo dos años. A finales de ese mismo año, 123,2 millones de personas estaban desplazadas por la fuerza en el mundo. En Gaza, la ONU confirmó en agosto de 2025 una situación de hambruna, con más de medio millón de personas afectadas.
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[–>“No normalizar la violencia”
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Desde Colombia, Gloria Cuartas Montoya pone rostro a esa brecha entre presencia formal y poder real. Llegó a la alcaldía de Apartadó, uno de los epicentros del conflicto armado en los años noventa, en un contexto que hoy define como instrumental. “En este pueblo mataron 1.200 personas mientras yo fui alcaldesa”, explica a este diario. “La muerte se impuso sobre la región y había que proteger a los hombres de la política. Había que tener una alcaldesa y había que hacer un acuerdo por la paz”.
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Cuartas se negó a ser un “rostro de mujer” para decisiones político-militares tomadas por otros. Su trayectoria —de lo local al Senado y hoy al frente de la Unidad de Implementación del Acuerdo de Paz, por encargo del presidente Gustavo Petro— está marcada por una idea que repite como aprendizaje vital: no normalizar la violencia ni entregar la autonomía como precio de la participación política.
[–>[–>[–>“Las mujeres nos tenemos que preguntar por qué estamos en ese cargo”, señala Montoya: qué se espera de ellas y a cambio de qué. “No tienes que entregar tu dignidad para mantenerte en ese lugar y eso ha sido una escuela muy difícil”, añade.
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Gloria Cuartas, directora de la Unidad de Implementación del Acuerdo de Paz de Colombia y exsenadora colombiana, fotografiada en Barcelona / Victòria Rovira / El Periódico
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Diplomacia y poder: una brecha persistente
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El diagnóstico se repite en la diplomacia formal. El informe del Parlamento Europeo sobre mujeres en asuntos exteriores y seguridad internacional constata que, a finales de 2024, solo 26 países tenían una mujer como jefa de Estado o de gobierno. Las mujeres ocupaban el 23% de las carteras ministeriales, pero apenas el 12% en Exteriores.
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En el ámbito militar, la brecha es aún mayor. En 2024, las mujeres representaban el 24% del personal en misiones civiles de la UE, pero solo al 7,3% en operaciones militares. En las misiones de la ONU, el personal militar femenino no supera el 8,6%.
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La falta de paridad persiste en la diplomacia de despacho. Solo el 21% de las embajadas están ocupadas por mujeres, según un estudio de la London School of Economics. Las causas, señala, es que persisten los techos de cristal, los sesgos en los destinos asignados, especialmente en zonas tensionadas, y las barreras vinculadas a la conciliación, la movilidad o el acoso.
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No es simbólico, es estratégico
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Lejos de ser una cuestión decorativa, los tres informes coinciden en que la inclusión de mujeres mejora la calidad y la eficacia de las decisiones. Integrar una perspectiva de género permite evitar políticas ciegas y abordar mejor la prevención de conflictos, la protección de civiles y la reconstrucción posbélica.
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Cuartas Montoya lo traduce en una práctica política concreta. “Yo nunca he tenido escoltas. Hago contravía a todas las estructuras de la seguridad”, afirma. Desactivar símbolos de poder, mezclarse con la gente y desmontar jerarquías como parte de una diplomacia menos visible, pero más humana.
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Cuando la ONU se prepara para elegir a su próximo liderazgo y los conflictos se prolongan sin salida, la brecha entre el reconocimiento formal y la participación real de las mujeres sigue abierta. La pregunta ya no es si su presencia importa, sino qué coste tiene seguir negociando la paz sin ellas.
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