el camino de no retorno para Erdogan

Se nota que no es la primera vez que lo hace. Emre se coloca una camiseta —antigua, gastada, dice, de las que ya no usa— a medias, y sin pasar el cuello por toda la cabeza, la dobla en su espalda, y cierra un nudo con las partes sobrantes. Burak y Basak, sus compañeros de fatigas y protestas, le imitan.
“Ahora tienes que doblar así, por delante, para cubrir la nariz… No, desde abajo hacia arriba. Que los ojos queden fuera”, le dice Emre, el mayor de los tres, a Basak, el menor, que se esfuerza para enmascararse lo mejor posible. Entre los tres no suman 60 años; los tres están excitados; los tres van soltando gritos; los tres se suman a los cánticos.
“Erdogan es un hombre mayor. Dirige y dicta tiempos enfermos. Erdogan nos bloquea. Erdogan ahoga a los jóvenes. La situación económica es tan mala que no podemos vivir normal. De esto nos quejamos; de que nos han robado el futuro. La detención de Imamoglu es importante, claro que sí. Por eso salimos a la calle. Pero yo me quejo de todo. ¡De todo!”, dice Emre, que como mayor y líder se erige como portavoz del trío. “Yo no sé de qué no quejarme, sinceramente”, le sigue Burak.
En el poder desde 2001
Los tres, explican, salieron a la calle desde el primer día: desde que el 19 de marzo empezó una ola de protestas desencadenada tras la detención del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, el gran rival político —el mejor posicionado y favorito según las encuestas— del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2001. Más de 2.000 personas han sido detenidas en esta ola represora.
La evolución desde que Erdogan ascendió a lo más alto de la política turca, ha sido enorme. “Ahora es claramente un líder autócrata, pero cuando llegó al poder hace 24 años era una figura parecida a la democracia cristiana europea”, explica Ezgi Irgil investigadora asociada del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, que continúa: “Tenía una actitud de querer recogerlo todo; de gustar a todos, y aseguraba que había dejado atrás sus raíces islámicas”. Cuando llegó al poder, el nuevo y joven líder islamista era visto como una ráfaga de aire fresco y limpio, y se erigió como un aliado los liberales turcos, cansados de décadas de gobiernos laicos, sí, pero represivos, nacionalistas y xenófobos al extremo con la Turquía rural, pía e islamista.
Candidatura a la UE
Erdogan, en sus primeros años realizó lo impensable: su gobierno, con políticas sociales liberales y un gran crecimiento económico, consiguió que la Unión Europea (UE), en 2005, aceptase a empezar las negociaciones para que Turquía entrase a la UE. “Pero gradualmente todo empezó a cambiar. Con los años, lentamente, empezó a aumentar la agresividad y su autoritarismo, a medida que se sentía seguro con su propio gobierno y reunía más poder. Ha habido momentos clave, como unos juicios contra militares en 2007, las protestas de Gezi de 2013, el intento de golpe de Estado de 2016, pero para mí el punto de inflexión más importante fue el referéndum de 2017. Ahí legalizó su control político total con el paso de un sistema parlamentario a uno hiperpresidencialista. Todo quedó atado al presidente”, asegura Irgil.
“La política turca ha viajado paralela a otras políticas y otros contextos en los que gobiernan autócratas populistas en todo el mundo —explica Berk Esen, profesor de la Universidad de Sabanci, en Estambul—. Desde India a Hungría, por ejemplo. El caso de Viktor Orbán, es muy claro: Orbán empezó su viaje como un liberal disidente en contra del régimen comunista y gradualmente se convirtió en una figura más conservadora, después más nacionalista y finalmente autoritaria. Creo que Erdogan vivió una transformación parecida, aunque con una gran diferencia: Erdogan nunca fue un liberal, sino que provino de un contexto islamista”.
Una historia parecida
Todos buscaban encaramarse a aquel autobús, verlo de cerca, notar la grandeza de esa noche histórica. Todos gritaban en una misma dirección, y Erdogan —bastante más joven que ahora— les indicaba con la mano que por favor, que tranquilos, que quiero hablar, dejadme un segundo. Todos callaron.
“Antes de dejaros, aunque sea difícil, os quiero decir unas frases. Hoy, 26 de marzo de 1999, estamos a las puertas de las fiestas del sacrificio”, empezó Erdogan, hasta aquel momento alcalde de Estambul.
Unos meses antes, el líder turco había sido condenado a 10 meses de cárcel por leer un poema islamista en público. La sentencia fue reducida a cuatro meses, y Erdogan se disponía, esa noche fría de marzo, cientos de seguidores junto a él, a inciaar su condena.
Su estancia entre rejas le convertiría en estrella. “A mis queridos conciudadanos de Estambul, a mi sagrada nación, y a toda la gran familia islámica… os deseo unas felices fiestas. Durante los próximos cuatro meses quiero que destaquéis todo el trab ajo que hemos hecho en los últimos años”, dijo Erdogan, y sus palabras fueron ahogadas por vítores y odas de los presentes: “¡Turquía está orgullosa de ti, líder!”.
La historia, así, no se repite exactamente, porque a Imamoglu, también detenido siendo alcalde de Estambul, no se le permitió una despedida grandilocuente ante el público, pero con su encarcelamiento, el actual opositor turco se ha convertido en héroe y mártir a la vez: Estambul y sus distritos aún controlados por la oposición están adornados con su cara, sus gafas, su sonrisa clara y afeitada de político que sabe cómo posar.
Otra vuelta de tuerca
“Turquía está ahora, con la detención de Imamoglu, transicionando de un régimen autoritario-competitivo, en el que había elecciones libres aunque injustas, a uno completamente autoritario. Erdogan siente que, a pesar de tener el control absoluto de los medios de comunicación y un campo de juego inclinado a su favor, para derrotar a Imamoglu debe eliminarle. Y creo que no parará con su eliminación. Intentará acabar con cualquier actor o partido de la oposición que suponga un riesgo para su régimen”, dice Esen.
La oposición y sus contrarios, así, catalogan al gobierno actual del presidente turco con una frase que todos reconocen en Turquía: tek Adam rejimi (el régimen de un solo hombre). La definición, para Irgil, hace que Erdogan no sea exactamente equiparable a los demás líderes populistas de derechas mundiales.
“Erdogan tiene su propia ideología, su propio ‘erdoganismo’, su gobierno personal —considera Irgil—. Él es el gobierno; él es el Estado. Desde las decisiones más grandes del país hasta las más particulares de un ciudadano en concreto. Erdogan parece quererlo dominar y decidir todo. Tiene unas tendencias derechistas populistas, claro, y hay un modelo internacional para ello, pero Erdogan tiene sus modos particulares”.
“No sé si su plan [de encarcelar Imamoglu y reprimir las protestas] Funcionará, porque Türkiye no es Rusiay tiene una sociedad civil vibrante. El descontento popular continuará, pero incluso si tiene un éxito a corto plazo, no entiendo qué plan futuro. Porque la economía es frágil; Hay mucha inestabilidad política. Con todo lo que ha sucedido esta semana, el régimen está perdiendo Legitimidad popularY sin un sucesor claro para Erdogan, no sé cuánto tiempo se puede mantener esta situación «, dice Esen, quien considera que las cosas» se ponen feas «antes de mejorar.
Sin futuro
“Llevo un par de años trabajando a pesar de que aún voy al bachillerato. Me veo obligada, para ayudar a la familia. Y yo tengo suerte, porque tengo muchos amigos que no podrán ir a la universidad el año que viene porque tienen que trabajar. Yo sí voy a ir”, explica Öykü, una manifestante de 17 años que dice que a ella, la detención de Imamoglu le importa poco. Es injusto, dice, que sea tan fácil detener a un alcalde de esta forma, pero por lo que ella está protestando no es por Imamoglu, sino porque no se ve un futuro en su propio país.
“El año que viene voy a empezar la universidad, pero aún teniendo estudios no me servirá de nada. No alcanza. No hay forma. La vida es carísima; las injusticias son demasiado grandes. Solo la gente con conexiones puede prosperar. A mí me hubiese gustado quedarme en mi propio país, pero tengo claro que aquí no voy a poder hacer nada. Por eso solo pienso en acabar mis estudios y emigrar a Europa”, continúa la joven.
Cerca, a unos pasos, Emre, Burak y Basak continúan con sus preparativos. “A medida que pasa el tiempo, nuestro país se convierte en cada vez más atrasado, más retrógrado, más inculto. Creo que estas protestas son nuestra última oportunidad”, dice Burak, cuyo entusiasmo emana radicalismo juvenil. “¡Claro! Si no triunfamos, el país será un lugar oscuro. Los del gobierno nos llaman terroristas. Pero solo queremos que Turquía sea un país democrático. Por eso luchamos”, dice Basak, la cara, ahora sí, ya bien tapada.
Los tres se despiden y dicen —mientras se ríen— que ellos no, que por supuesto que no, que no van hacia la zona del cordón policial para enfrentarse a la policía. “Solo a ver qué pasa allí”, afirman. Allí es un frente de guerra: porrazos, fuegos artificiales, gases lacrimógenos, piedras, petardos, cargas constantes, cañones de agua, griterío, disfraces, bailes, escudos, cascos sin identificación policial, detenciones, máscaras, sprays pimienta y un país, Turquía, que no sabe hacia donde va.
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