El circo y el presidente
Ha saltado a la actualidad el circo cuando creíamos que era un espectáculo en declive desde que los animales desaparecieron de las pistas. Y lo ha hecho en el noble hemiciclo del Senado donde ha sido obligado a comparecer el presidente del Gobierno para rendir cuenta del catálogo de negras trapacerías que lleva en su negra cartera ministerial.
[–>[–>[–>– Esta Comisión es un circo – ha dicho el personaje con ese punto de vacua altanería que otorga tener su prestigio convertido en lechuga marchita.
[–> [–>[–>Al repetir una comparación muy manida y ramplona, propia de gentes mediocres, no ha tenido la delicadeza, por respeto a las gentes del circo, de pedirles perdón por usar su profesión de esa forma despectiva.
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Porque para el vacuo político al que me refiero resulta que el circo es algo desacreditado, deshonrado, socialmente descalificado.
[–>[–>[–>Es el momento en el que las preguntas se nos amontonan.
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¿Qué sabrá él de la gracia de la acrobacia?
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[–>¿Que sabrá él de las angustias íntimas y de los miedos mágicos de un trapecista?
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¿Qué sabrá él de la imaginación de un malabarista?
[–>[–>[–>¿Qué sabrá él de las horas tristes que dedican los payasos a sus números alegres?
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¿Qué sabrá él de los músicos que saben sacar de sus instrumentos extenuados la música que enaltece?
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¿Y qué sabrá él del sabor de los aplausos que son los cariños asexuados del público agradecido?
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¿Que sabrá de la pureza y qué sabrá de la pobreza de los artistas de circo?
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Este señor presidente no sabe nada de nada porque, víctima de un defecto oftálmico, de unas cataratas de miseria moral, cree ver en Sus Señorías del Senado a gentes del circo vestidos de Carnaval.
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A don Quijote le pasaba que veía en una posada caminera un castillo encantado lleno de princesas y gentes de prosapia, pero don Quijote fue un loco adorable, mientras el presidente es un tipo alto, encogido en sus interiores por esas ruindades espesas que llevan, apagadas en su interior, los fulgores de lo que algún día fueron quizás dignas ambiciones.
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Por eso no sabe nada de gimnastas, de ilusionistas, de amazonas, de danzarines, de contorsionistas, de negros gigantescos, de los nervios del día del estreno y de las melancolías de la noche en que se recogen las grandes lonas y se meten las lentejuelas en los sarcófagos oscuros.
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Pues ¿y de los domadores?
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No puede concebir el presidente que hubiera en el pasado domadores valientes de fieras con ojos belicosos.
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Porque lo único que le interesa al presidente es domar al público que ya no va al circo, es decir, a todos nosotros, víctimas de su prestidigitación falsa, de truco mustio y engañifa barata.
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Es lo que les pasa a los seres inarticulados cuando hacen comparaciones vulgares que demuestran lo estrangulado de su discurso. n
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