El desdichado
Hacia el final de su vida, en torno a los setenta años de edad, Abderramán III, bajo cuyo reinado Córdoba se convirtió en un faro de la civilización y la cultura, en la capital del mundo, decidió hacer cuentas: «…Y en todo este tiempo he contado los días de pura y genuina felicidad que he vivido: montan un total de catorce… No cifréis por tanto vuestras esperanzas en las cosas de este mundo». En un claro poema, como son todos los suyos, que tituló, con ese cierto toque de irónico humor que ponía en casi todo, ‘Abderramán III, poco antes de morir, hace confidencias’, mi maestro Manuel Alcántara hace decir al Califa: «También en el dolor fui más (…) Recordad siempre al más feliz monarca:/ Abderramán III el desdichado».
[–>[–>[–>No tengo yo muy claro que Juan Carlos de Borbón conozca esta historia, aunque la haya remedado, según se desprende de sus declaraciones a diferentes diarios franceses en lo que ha sido el arranque de la campaña de promoción del libro de memorias «Juan Carlos I d’Espagne. Réconciliation», escrito con Laurence Debray, y que aparecerá el 5 de noviembre en Francia y el 3 de diciembre en España editado por Planeta (qué ocasión perdida para el premio, ¡ay!).
[–> [–>[–>En esas entrevistas el rey emérito se ve a sí mismo como una víctima, como un esclavo de su destino: «Mi vida ha estado dictada por las exigencias de España y del trono. Di libertad a los españoles instaurando la democracia, pero nunca pude disfrutar de esa libertad para mí mismo (…) Ahora me doy cuenta de que nunca he sido libre».
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La libertad, en su más honda esencia, es la capacidad de elegir. Y esa siempre estuvo en su mano, y de hecho, eligió, como en su día Abderramán, cifrar sus esperanza en las cosas de este mundo. Pero aún así, en cualquier momento, en cualquier instante de su vida, Juan Carlos de Borbón tuvo la opción de bajarse del carro, de decir «hasta aquí hemos llegado», y a partir de ahí haber vivido otra vida, una en la que a lo mejor no tenía tan fácil acceso esas cosas que tanto le gustaban, y en la que probablemente ningún rey saudí le hubiese regalado generosamente sesenta y cinco millones de euros, pero en la que no se hubiera sentido tan esclavo.
[–>[–>[–>Como aún no hemos podido leer las memorias del rey emérito, no sabemos cuántos días de verdadera felicidad le salen en sus particulares cuentas. Aunque a sus ochenta y siete años cumplidos ya ha vivido unos pocos más que Abderramán III, acaso esté en condiciones de disputarle el título a aquel califa pelirrojo que se pintaba la barba de negro para parecer más árabe, y pueda, con propiedad, hacerse llamar ahora y en la Historia «Juan Carlos I el desdichado».
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