el equilibrio imposible en unas relaciones UE-China basadas en la desconfianza
En su último informe sobre amenazas de manipulación de información e injerencia por parte de agentes extranjeros, la Unión Europea (UE) identificó dos países como principales problemas. El primero era Rusia, el segundo, China. Bruselas y Pekín conviven en la absoluta desconfianza, en un equilibrio imposible entre dos visiones del mundo radicalmente opuestas, donde la colaboración hace que alcancen a entenderse lo justo, sin llegar a ser socios, pero tampoco enemigos. La cumbre del pasado mes de julio es el último ejemplo.
El informe, elaborado por el Servicio Europeo de Acción Exterior, y publicado el pasado mes de marzo, describe los esfuerzos de China «durante años» para impulsar su narrativa en distintos países de todo el mundo. En particular, hace referencia a la importancia de la proliferación de medios de comunicación controlados por el Estado, que difunden contenidos «cuidadosamente seleccionados en consonancia con los discursos oficiales de China».
Más allá de fuentes de información fácilmente asociables al Gobierno, el Ejecutivo chino recurre a menudo a «empresas privadas de relaciones públicas e influencers» para tratar de «amplificar y blanquear» el mensaje, explica el informe. Ese contenido se crea a menudo «en colaboración con entidades extranjeras» y medios supuestamente independientes, precisamente «para aumentar la percepción de credibilidad y ocultar aún más las conexiones con las estructuras vinculadas al Estado».
La otra cara de la moneda, según el texto, son los esfuerzos para silenciar a la disidencia, que a menudo ocurren también fuera de su territorio. El informe hace referencia desde «incentivos económicos» hasta medidas disuasorias que pueden ir desde restricciones en el acceso a visados, hasta la intimidación, el acoso, las guerras legales o incluso las detenciones. «Debido a su naturaleza sensible y encubierta», apunta el informe «estas actividades suelen pasar desapercibidas».
Un reto para la UE
En ese informe, el Servicio de Acción Exterior no detalla cómo afectan directamente esas prácticas a países europeos ni ofrece ejemplos concretos. Pero sin ir más lejos, el pasado mes de mayo, la República Checa acusó a China de un ciberataque a través de un programa asociado con el Ministerio de Seguridad China. Este es solo un ejemplo.
La jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas, reconoció entonces que «las actividades cibernéticas maliciosas vinculadas a China y dirigidas contra la UE y sus Estados miembros» habían aumentado en los últimos años. En respuesta a las preguntas de EL PERIÓDICO, fuentes de la Comisión reconocen que «las actividades híbridas de China, incluida la manipulación de la información y los ciberataques, suponen un reto para la seguridad de la UE»y que están «abordándolas».
Las mismas fuentes insisten en que el Ejecutivo comunitario se toma «muy en serio cualquier intento de injerencia extranjera, amenaza o intimidación contra el territorio soberano de los Estados miembros de la UE». Pero en la práctica, responder a esas amenazas es una competencia en gran medida en manos de los gobiernos nacionales y sus servicios de inteligencia. El servicio de acción exterior apenas puede limitarse a coordinar la vigilancia y a servir de plataforma para que los gobiernos compartan información.
Inversiones estratégicas
Las mismas fuentes insisten en que la Comisión ha planteado estas cuestiones a las autoridades chinas de manera recurrente en reuniones bilaterales. También en que la UE se ha hecho con herramientas importantes en los últimos años para limitar este tipo y otros de prácticas cuyo objetivo es influir en la política comunitaria de manera directa o indirecta.
En el ámbito económico, los dos ejemplos más importantes tienen más que ver con la capacidad de presión e influencia por parte de China, a través de políticas comerciales y de inversión. El primero es un mecanismo para revisar las inversiones extranjeras en infraestructuras críticas. El segundo es el conocido como instrumento anti-coerción que algunos países abogan por utilizar ahora contra Estados Unidos.
Una de las estrategias de ‘soft power’ más importantes de China es la política de inversión en el extranjero. Las inversiones chinas en infraestructuras de transporte, energía o telecomunicaciones en Europa han sido muy controvertidas, desde Italia hasta España. En 2020, entró en vigor una legislación que permite revisar este tipo de operaciones cuando «la seguridad» o el «orden público» puedan estar en riesgo.
China, con un 6% del total de las transacciones analizadas, está en el top 5 de los países cuyas inversiones fueron puestas en cuestión, según un informe de la Comisión Europea publicado este año, pero en referencia a operaciones realizadas en 2023. Aunque por comparación, un 33% de las notificaciones fueron por inversiones estadounidenses. La mayoría no dieron lugar a medidas.
En mayo de este año, las autoridades belgas informaron de la detención de varias personas en relación con un supuesto caso de corrupción y tráfico de influencias que involucra a varios trabajadores del gigante chino de las telecomunicaciones Huawei. La fiscalía belga investiga a al menos cuatro eurodiputados –los populares italianos Salvatore De Meo y Fulvio Martusciello, el socialista maltés Daniel Attard y el liberal búlgaro Nikola Minchev– por supuestamente recibir sobornos a cambio de promover políticas en favor de la empresa. El ámbito de las telecomunicaciones es en el que más inversiones se investigan.
Presión comercial
En 2021, Lituania abrió una oficina de representación de Taiwán en Vilnius, estrechando lazos con la isla. Pekín lo consideró una violación del principio de una ‘China única’ y respondió imponiendo restricciones a las importaciones desde el país, que la Comisión denunció ante la Organización Mundial del Comercio. Ese mismo año, Bruselas presentó un instrumento contra la coerción económica.
Este instrumento permite tomar medidas extraordinarias cuando un tercer país intente presionar a la UE o a unos de sus miembros «para que tome una decisión concreta aplicando, o amenazando con aplicar» medidas de naturaleza económica. En respuesta, la UE puede imponer restricciones comerciales o a la inversión.
«Seguiremos vigilando y abordando las amenazas híbridas que se ciernen sobre nuestras sociedades, democracias y economías, y estamos dispuestos a adoptar medidas adicionales si fuera necesario», explicaron a EL PERIÓDICO fuentes de la Comisión. «Estamos alerta ante cualquier intento de coacción económica», añadieron.
Equilibrio imposible
El pasado 24 de julio, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y António Costa, presidente del Consejo Europeo, se dieron cita con el presidente chino, Xi Jinping, en Pekín. Camino de China, Von der Leyen aseguró que la cumbre era una oportunidad para «avanzar y equilibrar» las relaciones entre ambos socios. Para Pekín, era un momento «crítico» para construir sobre «logros pasados» y «abrir un nuevo capítulo».
Von der Leyen estableció tres prioridades para la UE de cara a la cumbre: equilibrar las relaciones económicas con China, reducir los riesgos, y aunar posturas diplomáticas en asuntos globales clave como la lucha contra el cambio climático. Hasta cierto punto, logró avances en dos, pero solo parcialmente. Un acuerdo de mínimos en la lucha contra el cambio climático y un pacto para facilitar la exportación de tierras raras, que no solucionan los problemas estructurales en la relación.
Una relación que a menudo funciona como un toma y daca. A los aranceles de la UE sobre las exportaciones de coches eléctricos chinos por lo que considera prácticas desleales al inflar el Gobierno la industria con subvenciones, Pekín respondió con restricciones a las exportaciones europeas de licores. A las sanciones europeas contra bancos chinos que ayudan a financiar la invasión rusa de Ucrania, Pekín ha respondido sancionando dos bancos lituanos.
Con China más preocupada en garantizar su competitividad en mercados extranjeros que en abrir el propio, y priorizando sus relaciones con Rusia e Irán por encima de la cooperación con Occidente, nada o prácticamente nada de esto es posible. La cumbre apenas sirvió para hacer un control de daños, pero volvió a ser escaparate de las crecientes diferencias entre la UE y China, con prácticas económicas en contradicción directa, y visiones políticas radicalmente opuestas, en un clima de profunda desconfianza.
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