El nuevo proceso de paz de Turquía con el PKK : más sombras que luces
Türkan no acabó de entender la respuesta a la pregunta de dónde estaba su marido. Se la dio un guardia de seguridad, apostado en la puerta del hospital de Diyarbakir, la mayor ciudad kurda de Turquía y, recuerda la mujer, el hombre fue seco, tajante. Una sola frase, ni una sola floritura y ni un ‘lo siento’: «‘Está en la morgue’, me dijo. Solo recuerdo caerme. Me golpeé en la cabeza», recuerda la mujer, que por aquel entonces, hace diez años justos, tenía 44 y dos hijos pequeño.
[–>[–>[–>«No esperaba esa palabra. Sabía que había habido un tiroteo en el centro, y que Tahir estaba allí. Pero no me entraba en la cabeza que tenía relación con él. En un principio pensé que mi marido había ido al hospital a ayudar a los heridos», explica Türkan. Su marido, Tahir Elçi, fue hasta 2015 presidente del Colegio de Abogados de Diyarbakir y uno de los abogados de los Derechos Humanos más famosos e importantes de Turquía.
[–> [–>[–>Pero esa mañana del 28 de noviembre de 2015, no hubo heridos sino muertos, dos, y uno de ellos fue Tahir. Después de dos años de intento de negociaciones de paz entre la guerrilla kurdoturca del PKK y el gobierno de Recep Tayyip Erdogan, las conversaciones habían fracasado en julio de ese 2015, y la guerra estalló en el centro de Diyarbakir.
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«No quiero recordar esos días… me encerré con mis hijos en casa, y como Tahir era reconocido, constantemente venía gente a dar su pésame. Vivíamos muy cerca del lugar de los combates, el barrio de Sur, y escuchaba constantemente los sonidos de las explosiones, de las bombas. Una pierde su marido allí mismo, y mientras el dolor es aún vivo, sigue escuchando la guerra rugir. No dormí durante meses. Al cabo de unos meses nos fuimos. Ya nunca más he vivido en esta ciudad. Me remueve por dentro: cada vez que vuelvo tan solo quiero irme», dice Türkan.
[–>[–>[–>40.000 muertos
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Había fracasado el último intento de llegar a un final de la guerra contra el PKK, empezada en la década de los 80. Desde entonces y hasta ahora, ha habido más de 40.000 muertos en cuatro décadas. Lo peor fue en la década de los 90. Eso creó enormes olas de migración y desplazados. Y varias anomalías: la ciudad con más kurdos del mundo no es Diyarbakir —la capital kurda de Turquía—, ni ningún lugar en el sureste turco, sino Estambul.
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«La sociedad turca desconoce la paz en muchos sentidos; no tiene una experiencia real de ella. Esto hace que cada período en que se habla de paz sea aún más difícil. Y, sinceramente, vivimos en una época que parece más difícil que muchos de los propios períodos de guerra. La paz no es algo que llega por sí sola, ni algo que se logra con una decisión o una firma. Es algo que debe construirse, es un proceso, una mentalidad», explica el periodista kurdo y miembro del partido prokurdo DEM Özgür Amed.
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[–>Amed estaba en la cárcel cuando Tahir Elçi fue asesinado. «Recuerdo que, de repente, los presos que estaban viendo la televisión empezaron a gritar. La verdad es que estábamos en shock. Su muerte borró parte de la esperanza de paz que la gente tenía. Es decir, una figura clave fue asesinada en pleno centro de la ciudad mientras hacía una declaración pública. Eso generó desesperación y dañó la fe de la gente en la paz. El período entre 2013 y 2015 fue una gran oportunidad que no se aprovechó. Y ahora, nos encontramos en un momento similar. Esperamos sinceramente que esta vez no se desaproveche», dice el periodista.
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Una quema y otra promesa
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El último proceso de paz empezó en otoño pasado con la petición del compañero de coalición ultranacionalista del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Devlet Bahçeli, líder ultraconservador del partido MHP llamó a Abdulá Öcalan, líder del PKK, a dirigirse al Parlamento, declarar el fin de la lucha armada.
[–>[–>[–>Esto no ha ocurrido, pero casi: en febrero de este año, Öcalan, encarcelado en Turquía desde 1999, llamó al PKK —cuyo liderazgo está en las montañas del norte de Irak— a disolverse y bajar las armas. La guerrilla lo aceptó, declaró un alto el fuego unilateral, y en julio realizó una quema simbólica de fusiles. Poco más. El PKK ha rechazado dar más pasos si Erdogan y su Ejecutivo no se mueven, y hasta la fecha poco ha hecho por su parte el Gobierno turco, que vende este proceso de paz no como una negociación sino como una rendición del grupo.
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«El problema no se limita a las fronteras de Turquía. Dado que hay kurdos viviendo en otros países, como Irán, Irak y Siria, y considerando la situación actual en Siria, donde también están involucradas potencias mundiales, es difícil ver la solución únicamente a través de lo que sucede aquí en Turquía», explica Türkan Elçi, ahora parlamentaria por el principal partido de la oposición turca, el CHP.
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Elçi, en los últimos meses, ha participado en una comisión parlamentaria creada para precisamente vigilar el proceso de paz: «Debemos transmitir una sensación de confianza a la población. Y eso solo puede lograrse mediante el Estado de derecho y el ejercicio de los derechos democráticos. Si no, podríamos revivir lo que pasó en 2015. Esta es una de mis mayores preocupaciones. Y, ¿qué pasa ahora en Turquía? Hoy, cada vez más, vemos constantemente prácticas antidemocráticas. Muchos nos preguntamos si este proceso de paz tiene como único objetivo que Erdogan consiga la reelección haciendo un cambio de Constitución. Hay en general un clima de desconfianza grande, y esto es natural, porque hasta la fecha no ha existido ningún debate, ninguna propuesta, nada», afirma.
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El dolor del pasado
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Las buenas noticias llegarían pronto. Así lo anunció Erdogan, mediados de febrero de 2021. En esos días, el Ejército turco lanzó una gran ofensiva militar n las montañas de Gare, en el norte de Irak, donde el PKK mantenía —en cuevas subterráneas— 13 soldados y policías turcos secuestrados. Los días pasaron y nunca llegaron las buenas noticias. Se confirmó más tarde: la operación fue un fiasco, y en los combates y bombardeos murieron todos los detenidos turcos. La versión oficial del Ejército turco asegura que el PKK los asesinó en su retirada; otras versiones dicen que murieron en los bombardeos en la zona.
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El episodio fue uno de los puntos álgidos de la guerra entre la guerrilla y Turquía de la última década. En esa operación supuestamente murió también Bayram Elhaman, un joven combatiente del PKK de apenas 23 años. Su madre, ahora, mira y acaricia su retrato y mientras no permite que en él se acumule una mota de polvo, susurra en su interior deseos o rezos o quién sabe.
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«Anunciaron su muerte en 2021, pero no me lo creo. No nos lo queremos creer. Nos intentan intimidar, para que paremos de reclamar justicia para nuestros hijos», dice Ayten Elhaman, miembro de una asociación de madres cuyos hijos han terminado en la guerrilla. Las Madres de Diyarbakir, como se llama el grupo, aseguran todas que el PKK secuestró o engañó a sus hijos para llevárselos a morir y matar en las montañas.
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«Nosotras, las madres, venimos aquí todos los días, todas las mañanas, aferrándonos a la esperanza, esperando noticias. Hasta ahora, veintitrés niños han regresado con sus madres. Espero que mi hijo también vuelva a casa. Desde aquí, te pido: Bayram, hijo mío, si puedes oírme, si puedes verme, por favor vuelve a casa. Estamos esperándote. Tu hermano pequeño ya te reconoce. Ven, por favor», le pide Ayten al retrato.
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Fotos de los desaparecidos en Kurdistán. / Adrià Rocha Cutiller
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A su alrededor, una decena de madres; tras ellas, casi un centenar de retratos: chicos y chicas, algunos muy jóvenes. «¿Con qué derecho engañaron a mi hijo y se lo llevaron? ¿Con qué derecho esta organización terrorista engaña y se lleva a nuestros hijos? Esperamos con esperanza. Que Dios bendiga a nuestro presidente. Espero sinceramente que todos los niños regresen. La iniciativa ‘Turquía sin terrorismo’ nos ha dado esperanza», dice Ayten, en referencia al nombre oficial que el Gobierno turco, que asegura no negociar, le ha dado al proceso de paz.
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Una ciudad herida
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En Diyarbakir, así, son muchos los que viven con un cierto temor y recelo el actual proceso, a pesar de que todos deseen que los 40 años de guerra queden atrás. Las heridas están abiertas: el centro de la ciudad, diez años después de los últimos combates, está lleno de marcas, agujeros, rascadas en las paredes que explican historias, de cómo la policía intentó entrar a esta casa. Cómo, desde allí, desde el fondo de la calle, guerrilleros disparaban con sus fusiles hacia los tanques y los agentes de seguridad. En esta zona, los bombardeos aéreos acabaron con todo.
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El barrio de Sur, el centro histórico de Diyarbakir, cambió para siempre en 2015. «La guerra en estas calles duró 108 días. Un estado como la República de Turquía, con el segundo ejército y las fuerzas de seguridad más grandes de la OTAN, no pudo controlar este lugar por tanto tiempo. ¿Qué hicieron entonces? Intervinieron con tanques, cañones y helicópteros. Y cuando lo hicieron, la historia de este lugar se perdió, junto con muchas vidas. Zonas habitables enteras fueron completamente arrasadas», explica Serefhan Aydin, expresidente de la Cámara de Arquitectos de Diyarbakir.
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Sur, explica Aydin, era un barrio especial, político: la gran mayoría de sus habitantes eran kurdos desplazados de las regiones rurales en la década de los 90 y muchos simpatizaban con la guerrilla. En 2015, cuando la guerra recomenzó tras dos años de tregua, jóvenes y guerrilleros entraron al barrio, se barricaron en él. El Ejército lo arrasó todo. «Decenas de miles de personas que llevaban años viviendo en esta zona fueron forzadas a marcharse. Ahora el lugar es completamente distinto: donde antes siempre hubo casas y callejuelas, ahora hay espacios vacíos y una nueva calle comercial, donde grandes marcas abriendo sus tiendas .
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«Cuando la guerra terminó y el Estado pudo echar al PKK, empezó entonces la destrucción urbana del lugar. Los edificios históricos dañados fueron demolidos. El Estado construyó algunas viviendas, pero por lo general dejó el barrio aplanado, ahora en forma de parque. Y ahora ha ocurrido algo interesante. Nadie va a allí. El lugar está casi vacío al completo. Para nosotros, la gente de Diyarbakir, la zona se ha convertido en un lugar de pésame, de tristeza. Es como un cementerio; un cementerio vivo», dice Serefhan.
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Para él —y para Amed— es difícil confiar en este proceso de paz, que debe hacer que todo cambie pero siga igual que ahora. «No hemos visto ningún paso hasta ahora. Ni uno. La gente apoya la paz, por supuesto, pero en todos los procesos de este tipo, como por ejemplo con la IRA en Irlanda del Norte o ETA en España, han habido unos pasos, unas negociaciones, que han culminado en la entrega de armas y el final del conflicto. Aquí, no», asegura el periodista, que continúa: «El PKK quemó simbólicamente parte de sus armas, pero ya está. No ha ocurrido nada más. La gente no confía en el proceso. Yo mismo no lo hago. Pero como personas que llevamos toda una vida viviendo bajo la sombra de esta guerra, estamos en una encrucijada: no confiamos, pero no podemos darnos el lujo de decirle ‘no’ a la paz».
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