¿El trabajo o la vida?
Mark Scout ha tocado fondo. No acaba de asimilar la inesperada muerte de su mujer en un accidente de automóvil. Se ha refugiado inútilmente en el alcohol, que le ha llevado a perder su trabajo como profesor que tanto le gustaba, el único anclaje que podía tener con la vida. No sabe qué hacer con su existencia, cómo superar ese dolor que le atenaza a todas las horas del día.
[–>[–>[–>De repente, Mark ve un rayo de esperanza. La innovadora y misteriosa empresa Lumon Industries ofrece un trabajo con unas condiciones muy especiales: separar por completo la vida laboral y la vida personal. Es decir. que, mediante un sencillo implante en el cerebro, el empleado no recuerde en el trabajo lo que le pasa fuera, y que fuera no recuerde lo que le pasa en el trabajo. En suma, tener dos vidas completamente aisladas entre sí, dos seres en un solo cuerpo: el «innie» y el «outie» (suena mejor que el «entri» y el «fueri», como se ha traducido en español).
[–> [–>[–>Scout S., como se le conocerá en el trabajo, está convencido de que si se acoge al programa que ofrece la corporación Lumon, aunque tenga otros beneficios espurios para la compañía, podrá librarse de buena parte de su dolor. Al menos, mientras esté en el trabajo, olvidará la vida del exterior, incluida la desolación por la muerte de su mujer, y se liberará del insoportable dolor de su ausencia.
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Esta es la historia de la serie «Severance» (Separación), cuya segunda temporada se ha estrenado este año y, dado su tremendo éxito, ya se anuncia la tercera para el año que viene. Aparte de sus valores artísticos y como producto de entretenimiento, que los tiene, «Severance» ha logrado conectar con el espectador al abordar un asunto que cada vez preocupa más al común de los mortales, la conciliación entre lo laboral y lo personal. Trata, en palabras de un crítico, sobre «lo que nos pasa a nosotros mismos».
[–>[–>[–>¿Y qué nos pasa? Pues que estamos en guerra con nuestro trabajo. El trabajo ha vuelto a ser la maldición bíblica del Génesis, con la que Dios castiga el pecado original de Adán y Eva: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente». Una maldición, es de suponer, para los privilegiados que tienen trabajo. Peor es no poder ganarse el pan ni siquiera con el sudor de la frente.
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Han quedado trasnochados conceptos tipo el trabajo como realización personal, la contribución a la sociedad, el medio más eficaz de socialización, el orgullo de formar parte del engranaje que hace que el mundo funcione, la satisfacción de la obra bien hecha. Esos conceptos han sido derrotados por el ansia de un ocio permanente.
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[–>No es un sentimiento nuevo. Que con mucha frecuencia el trabajo no es agradable, es más, que acaba convirtiéndose en una esclavitud, un sinsentido, repetitivo y burocrático, nos lo dejó bien claro Charles Chaplin hace 90 años en su magistral «Tiempos modernos». Pero también es verdad que no todos los trabajos son iguales. Hay, incluso, quien tiene la suerte de ganarse la vida haciendo precisamente lo que le gusta y hasta quien no concibe la vida sin trabajar. Aunque proclamarlo parece que esté mal visto.
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A la vez que se produce este debate sobre el trabajo, emerge otro sobre la baja calidad de nuestro ocio. El filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky asegura que, en nuestro mundo, hemos distorsionado el concepto del ocio clásico. Nuestro ocio es estresante, agotador –viajes, consumo, ejercicio, cursos,…–, productivo a toda costa y ya no sabemos practicar la contemplación, el arte de no hacer nada.
[–>[–>[–>En la antigua Roma, se entendía el ocio como el tiempo dedicado a la reflexión, el disfrute de las artes y de la vida –comer, jugar–, la contemplación. Es decir, el «otium» como contraste al «negotium» (el trabajo). Cicerón llegó a definirlo como el retiro de la actividad política para dedicarse a tareas más elevadas.
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En la búsqueda de la ruptura entre vida laboral y personal, como el Mark Scout de la serie, no hemos conseguido tener dos vidas, y que una vida no contamine a la otra. Lo que en realidad hemos conseguido es tener dos trabajos: el trabajo del ocio y el trabajo del negocio, como diría Cicerón.
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